Durante tres semanas, un periodista de Caminos Religiosos, junto a su familia, participó de la Escuela de Familias "Loreto", del Movimiento de los Focolares.
Padres, madres e hijos de siete familias sudamericanas experimentaron en carne propia, y en cada segundo de lo cotidiano, el carisma de la unidad, la vida en comunidad, la espiritualidad colectiva, y el trabajo en la Mariápolis Lía, ciudadela del movimiento, en la localidad bonaerense de O´Higgins, a 30 kilómetros de Junín.
La Escuela de Familias Loreto lleva su nombre de la escuela original, que se desarrolla en Italia. Desde hace décadas en todo el mundo, y desde hace ya 18 años en Argentina, el Movimiento de los Focolares brinda este espacio a familias amigas, cercanas, o internas del movimiento, para que vivan la experiencia concreta del mundo unido en la Mariápolis Lía, una de las 30 ciudadelas con las que cuenta el movimiento en los cinco continentes.
En las tres semanas de esta "escuela de vida", las familias viven como "ciudadanos" de la Mariápolis. Trabajo, talleres, comunicación, espiritualidad, el cuidado de los hijos, encuentros con los más de 200 habitantes permanentes, esparcimiento, reuniones conjuntas, cenas "multiculturales", y la vida misma, la vida que fluye en cada nueva amistad que nace, y logra hacer raíces en pocas semanas, para sentir una unidad y cariño de amistad familiar, que bien podría extenderse por toda la vida.
Diálogo, sexualidad, relaciones y educación de los hijos, experiencias de otros matrimonios, puestas en común constantes, reflexiones sobre la familia y la sociedad en el Siglo XXI, el misterio gozoso de "Jesús Abandonado", esa herramienta que el movimiento ha vivido en profundidad, y la llave hoy para plantear desde el carisma de la unidad y los pensamientos de la fundadora del movimiento, Chiara Silvia Lubich, como propuesta al mundo: "La espiritualidad colectiva".
Todo esto se experimenta en la escuela. Una espiritualidad que se vive y se toca también en la Mariápolis, y que es la puerta y el camino para pensar en una santidad colectiva, comunitaria, total. "Todos estamos llamados a ser santos", se escucha habitualmente en los ámbitos de la iglesia. Los Focolares abrazan esto como desafío diario, la toman literalmente, y demuestran con hechos concretos esa posibilidad. Una respuesta de fe, de ir a contra corriente, de vivir en valores, de unidad, en este nuevo siglo, y como opción concreta, real, comprobable, a los anti valores del presente, a las guerras, la violencia, el consumismo, la superficialidad y el relativismo. Vivir dentro, no aislados, ser células de un cambio profundo en la sociedad, con las "armas" del amor y la unidad. No enseñar, sino ser nada, y desde esa nada vivir en Dios y contagiar a los otros. Sin palabras, sin jactancia, sin grandes teorias, sin elites. Vivir la unidad, y si se vive realmente, Dios derrama esos frutos en todos los que están a su alrededor.
La familia se ve atacada constantemente, en todos los niveles sociales, y en todas las culturas. La Escuela Loreto no es ni más ni menos que poner en común la vida, las dificultades, los dolores, los gozos, los logros, los desafíos, de cada grupo, de cada persona. Convertidos en tesoros que se donan, se hacen dolores y alegrías comunitarias, se abrazan esos momentos, se vive por y para el otro, y por esa puerta de dolor y unidad, la espiritualidad y santidad colectiva no son una quimera, una locura, sino que se convierten en verdaderas opciones y caminos para intentar, al regresar de esta vivencia inolvidable, ponerlos en práctica en casa, con los chicos, amigos y parientes, e irradiarlo a toda una comunidad.
Por su parte, el grupo de familias residentes en la ciudadela, junto a otras que concurrieron de distintas ciudades, constituyeron la base de coordinación de los encuentros, la atención de la logística, la guardería y el espacio para los hijos, facilitando así que las siete familias sudamericanas pudieran tener sus momentos específicos de reflexión como parejas y, en un clima apropiado de comunión, pudieran compartir sus experiencias".
Psicólogos, docentes, filósofos, asistentes sociales, comunicadores, son quienes dan algunos de los talleres. Pero no lo hacen desde su profesión, desde lo frío o árido que puede representar solo el mero conocimiento.
En realidad, son esposos, esposas, familias, que han vivido momentos dolorosos y terribles, que los han abrazado y convertido en sabia para recomenzar, y ofrecer a otros su vivencia. Respirar la unidad, confiarse en absoluto al Eterno Padre para dejarse moldear por Él en cada encuentro, cada charla, cada comunión de almas, lleva a los participantes, grandes y chicos, a vivir un verdadero paraíso en la tierra. La vida es una escuela permanente. La Escuela Loreto es "un curso avanzado, intensivo", pero con el carisma de la unidad como gran libro y regla.
Óscar y Raquel, de Paraguay, Remberto y Claudia, de Bolivia, Jano y Silvia, de Chile, Ariel y Karina, de Rafaela, Santa Fe, Diego y Loriana, de El Palomar, Yanina y Mauro, de Rosario, y Marcela y Pablo, de Mar del Plata. Ellos, junto a todos sus hijos, comprobaron que se puede vivir en una ciudad con una sola ley, el amor recíproco, y que en ella se puede trabajar, descansar, compartir experiencias, ser maestro y alumno, y donar todo, para recibir el céntuplo.
Las escuelas se desarrollan todos los meses de enero, durante tres semanas, en la Mariápolis Lía, una ciudadela con más de 200 habitantes, donde todos los años pasan más de 15000 personas, de los cinco continentes, de todas las razas, de todos los credos, y ateos y agnósticos también, y donde jóvenes de todo el mundo hacen una experiencia de vida en unidad durante algunos meses, y hasta un año.
Marcela, de Mar del Plata, decía: "Este tesoro, esta gracia recibida de participar como familia en la Mariápolis y en la escuela, es un tesoro inconmensurable, uno tiene la obligación, al llegar a su comunidad, de compartirlo, de entregárselo al mundo..."
Más información sobre la escuela y la ciudadela en www.mariapolis.org.ar
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