La ausencia de los judíos en el viaje del Papa

La ausencia de los judíos en el viaje del Papa

El vaticanista Sandro Magister nos trae en su blog una explicación sobre la sorprendente ausencia de los judíos en Ur, donde se pretendía regresar al origen común de las tres religiones abrahámicas:

 

En la foto tomada en la llanura de Ur la mañana del 6 de marzo, junto al papa Francisco hay musulmanes y exponentes de otras religiones, pero no judíos. Tampoco hubieran podido estar, porque el día elegido –¿intencionadamente?– para ese gran encuentro entre “los hijos de Abraham”, era Shabbat, un sábado.

Las ruinas de la llamada Casa de Abraham estaban a solo unos pasos de distancia, pero ninguno de los participantes en el encuentro dedicó una palabra a ese pueblo de Israel que fue el primogénito de Abraham y que habitó la tierra de los dos ríos durante siglos. Solo el papa, en su discurso y, después, en su oración, como también a las autoridades políticas en Bagdad, mencionó de manera fugaz un “nosotros” que unía judaísmo, cristianismo e islam. Salvo corregirse a continuación, en el discurso con el que ha hecho balance del viaje, el 10 de marzo en Roma, y reconocer que en Ur sólo había cristianos y musulmanes.

Los judíos han sido el tabú de todo el viaje del papa Francisco a Iraq. Una omisión aún más impresionante si pensamos que ese viaje fue concebido desde el principio, con Juan Pablo II, como un regreso geográfico y espiritual a la fuente común de las tres religiones monoteístas, las tres con el padre Abraham.

La censura antijudía ha tenido aún más impacto en el contexto de esos “acuerdos de Abraham” que, últimamente, han visto a algunos países árabes suníes, desde los Emiratos hasta Marruecos, hacer las paces con Israel. Iraq y, aún más, el fronterizo Irán son firmemente hostiles a estos acuerdos, por razones geopolíticas pero principalmente religiosas -porque ambos son de mayoría islámica chií-, y esto hace comprender que los diplomáticos del Vaticano y el propio pontífice se han doblegado a su voluntad para garantizar la seguridad del viaje, durante el cual, de hecho, las milicias chiíes de obediencia iraní han observado una tregua.

La paradoja del viaje de Francisco a Iraq es que, callando sobre los judíos, el papa ha hecho lo posible para preservar a los cristianos precisamente de esa expulsión total de la tierra de los dos ríos que, para la comunidad judía, ya se cumplió.

En los últimos veinte años, los cristianos en Iraq han disminuido drásticamente. De un millón y medio han bajado a 200-300 mil, atrapados como han estado entre dos fuegos: las milicias chiíes por un lado y el Estado Islámico suní por el otro, que, durante tres años, de 2014 a 2017, invadió y devastó uno de sus lugares históricos de asentamiento, la llanura de Nínive.

Para los judíos de Iraq no podemos hablar de disminución, sino de desaparición. Quedan tan pocos –señaló Seth J. Frantzman en el “Jerusalem Post” del 7 de marzo– que, en Bagdad, desde 2008 no hay ni siquiera los diez varones adultos que permiten el rito de la oración común.

Sin embargo, la del judaísmo en la tierra de dos ríos es una gran historia. Vittorio Robiati Bendaud, alumno de Giuseppe Laras, rabino de gran autoridad en Italia y Europa, escribió en un comentario en “Formiche” sobre el viaje del papa a Iraq:

“Al hablar de Bagdad, de la cuenca del Tigris y el Éufrates, ningún judío que conozca su propia historia, religión y cultura puede sentirse ajeno. El judaísmo actual también se ha forjado en esa tierra, y el Talmud fue redactado y editado de forma más extensa y completa en las antiguas academias rabínicas de Bavèl, Babilonia. Más tarde fue allí donde nació, en idioma árabe, el pensamiento judío post-talmúdico. También fue allí donde se estableció el vigente ritual de oración. Allí se depositó y organizó la legislación rabínica y allí se moduló el misticismo judío, en contacto directo con el islam, aun estando los judíos sometidos a un estatuto de subordinación, al igual que los cristianos”.

El legado del arameo, la antigua lengua hablada por los judíos en Judea y Galilea en la época de Jesús, fue compartido –y todavía lo es– por muchos cristianos iraquíes.

Después llegaron los años de la tragedia, tanto para unos como para otros. En 1915, un genocidio contemporáneo al de los armenios exterminó a unos 800.000 cristianos asirios. Y en 1941 un pogromo provocó cerca de 200 muertos y miles de heridos entre los judíos. Unos años más tarde, el nacimiento del Estado de Israel marcó el final: ya no había sitio para los judíos en Iraq. Curiosamente, durante varias décadas, la guía sefardí del Rabinato central de Israel estuvo en manos, precisamente, de rabinos que habían emigrado a Jerusalén desde Bagdad.

La visita del papa y, especialmente, el encuentro interreligioso en Ur, ciudad de origen de Abraham, hubiera podido devolver visibilidad y voz a algún exponente de la mínima presencia judía en Iraq. Pero no ha sido así, a instancias de las autoridades de Bagdad y, detrás de ellas, de Teherán, a quienes Francisco ha tenido que doblegarse.

Incluso en la visita a Mosul y a la llanura de Nínive, donde en el pasado vivió una próspera comunidad judía y donde están las ruinas de numerosas sinagogas y la tumba del profeta Jonás, destruida por el Isis, todo esto ha pasado inobservado.

La esperanza de muchos es que para los cristianos que todavía viven en Iraq, la igual dignidad y los derechos plenos invocados por el papa y garantizados por el gran ayatolá chií Al-Sistani –autorizado e inflexible antagonista del islam teocrático iraní– los anime a quedarse. A diferencia de lo que ocurrió con sus hermanos judíos, hijos primogénitos de Abraham.

Un signo de esperanza puede ser la tumba del profeta bíblico Nahum, en Al-Qosh cerca de Mosul, recientemente restaurada y destino de peregrinaciones, no solo para los judíos de ayer y quizás de mañana, sino ya hoy para cristianos y musulmanes.

Mientras tanto, desde Jerusalén, el rabino israelí David Rosen, figura prominente en el diálogo con la Iglesia católica, ha dicho a “Asia News”:

«Esta visita del papa Francisco está relacionada con la Declaración sobre la Fraternidad firmada en Abu Dabi hace dos años: es un gesto que espero dé sus frutos. Sin embargo, desde mi punto de vista, también anhelo que este camino se expanda más, porque de momento sigue siendo una iniciativa solo entre cristianos y musulmanes. Me alegro de que ahora implique a todo el mundo islámico. Pero sería igualmente importante que este reconocimiento de la fraternidad incluyera también una representación oficial del judaísmo. Y esto no solo por el profundo vínculo que existe con el cristianismo, sino también por lo que significaría para el islam. Hasta que esto no se logre, la Declaración sobre la fraternidad seguirá expuesta al riesgo de ser malinterpretada».

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