2021: El año en que la sinodalidad dio pasos definitivos

2021: El año en que la sinodalidad dio pasos definitivos

ADN Celam. La sinodalidad, esa forma de ser Iglesia siempre antigua y siempre nueva, supone un desafío para vivir la fe en este siglo XXI que va avanzando inexorablemente. Aunque algunos se empeñen en perpetuarla, la estructura eclesial piramidal tiene sus días contados.

 

Diversidad que enriquece cuando nos complementa

Somos Iglesia a partir de nuestro bautismo, algo que nos iguala en lo fundamental, aunque sepamos que somos diversos y asumimos ministerios y servicios diferentes. La diversidad enriquece, pero lo hace todavía más en la medida en que es motivo de complementariedad. Eso nos llevar a vivir la sinodalidad, a caminar juntos, como propuesta para vivir la fe, aunque no estaría mal decir como necesidad para vivir la fe.

Un caminar juntos que no siempre es fácil, en ningún ámbito de la vida, tampoco en la Iglesia, pues “homo homini lupus”, que diría Thomas Hobbes. Es verdad que quien vive la fe cristiana debería asumir el amor al prójimo como principio de vida, pero sabemos que el pecado, en todos los niveles eclesiales, muchas veces nos hace olvidar los principios y nos lleva a dejarnos dominar por inclinaciones perversas.

Es posible sentarse todos a la misma mesa y hablar de igual para igual

Francisco, un claro exponente de la espiritualidad ignaciana, ve en la universalidad el fundamento de la vida cristiana, del camino eclesial y del quehacer pastoral. Es desde aquello que es común que se construye la vida en sus diferentes ámbitos, una tarea que exige la implicación del mayor número posible de actores, algo que poco a poco va apareciendo como posibilidad, como camino a seguir en la Iglesia.

Frente a las tentativas de dominio por parte de las élites, una amenaza en la visión del papa Francisco, el camino que nos va marcando nos hace entender que es posible sentarse todos a la misma mesa y hablar de igual para igual. Escuchar nos abre la mente, nos enriquece y nos ayuda a descubrir nuevas perspectivas, tal vez imposibles de vislumbrar cuando uno se enroca en sus castillos y fortalezas imaginarios.

Ir a la escucha de los que no cuentan

No podemos tener miedo a abrirnos al diferente, a salir de nuestros espacios e ir al encuentro de los otros, un encuentro que se puede producir en el mundo físico o en el mundo de las ideas. Son famosas las salidas del cardenal Bergoglio a las villas miseria bonaerense, donde solo, sin que nadie le llevase la maleta, sin intermediarios, iba a la escucha de los vulnerables, de aquellos que la sociedad colocó en la periferia, en la mente de muchos para siempre.

La Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, con sus fallos propios de los marineros de primer viaje, ha demostrado que la sinodalidad es algo que se puede vivir en la práctica, que la púrpura en la Iglesia no es motivo para mirar a nadie por encima del hombro, que se puede escuchar de verdad, aunque la forma de realizarlo sea virtual. Se puede escuchar a quien nunca o pocas veces fue escuchado, se puede aprender con quien siempre fue visto como alguien que nada podría enseñar.

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La convocatoria del próximo Sínodo va a ayudar a continuar avanzando para que la Iglesia asuma la sinodalidad como actitud fundamental. El impulso del papa Francisco es claro, pero falta que eso sea asumido por todos los bautizados, también por quien forma parte de la jerarquía. Esos son los pasos a ser dados para construir caminos comunes, para juntos encontrar el modo de vivir el Evangelio y convertirnos en verdaderos testigos de un Dios que es comunión. Después de los pasos ya dados, 2022 se presenta como una nueva oportunidad de ir adelante en un camino que no tiene vuelta atrás.

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