Última misa del Papa en Bangui: "Sed artesanos de la renovación humana y espiritual de vuestro país"

"Amar a Dios y a los hermanos de un modo nuevo, para hacer nacer un mundo renovado"

Tras visitar a los musulmanes y repetir con ellos que "Dios es paz, salam", Francisco se despide de África y de la martirizada RCA con una misa multitudinaria en el estadio Boganda. En la homilía, el Papa invita a los católicos a olvidar la venganza y el odio y a ser "artesanos de la renovación humana y espiritual de vuestro país"

El Papa es recibido por un estadio lleno de gente. En el centro del estadio, un coro de mujeres con una danza africana. Con el Papa concelebran los obispos de la región y decenas de sacerdotes.

También asiste a la misa la presidenta de la Transición, Samba-Panza, tocada con un largo vestido con la efigie del Papa. Francisco lleva un sencillísimo báculo de madera. En las gradas la gente canta y baila los ritos litúrgicos del Kyrie y del gloria. La gente deja de lado, al menos por hoy, el llanto y las lágrimas que provocan la guerra, y se alegra con la presencia del Papa de la paz.

Un altar sencillo, decorado con los colores amarillo y blanco del Vaticano. Con una virgen de madera a la derecha.

Primera lectura de la carta de Pablo a los romanos: "Nadie que cree en él quedará defraudado...¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!"

Antes de la lectura del Evangelio, se realiza una procesión danzante para su proclamación. Una procesión con vestidos típicos y un niño que, en andas portada por dos hombres trae el Evangeliario.

Lectura del Evangelio de Mateo sobre la llamada de Jesús a sus discípulos: "Yo los haré pescadores de hombres".

Algunas frases de la homilía del Papa

"¡Hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio" 

"Es una invitación a dar gracias por el don de la fe, que recibimos de estos mensajeros que nos la transmitieron" 

"Es también una invitación a maravillarse ante la obra misionera, que trajo la alegría del Evangelio a esta amada tierra de Centroáfrica" 

"Sobre todo, cuando los tiempos son difíciles y las pruebas y sufrimientos no faltan y el futuro es incierto, es bueno reunirse en torno al Señor, para gozar de su presencia, de la vida nueva y de la salvación que nos propone como la otra orilla hacia la que tenemos que navegar" 

"Esta otra orilla es el cielo, al vida eterna" 

"Esta vida eterna no es una ilusión ni una fuga del mundo, sino una potente realidad que nos llama y nos invita a la perseverancia en la fe y en el amor" 

"La otra orilla más inmediata es una realidad que transforma ya nuestra vida presente y el mundo en el que vivimos...Amar a Dios y a los hermanos de un modo nuevo, para hacer nacer un mundo renovado en el amor" 

"Gracias al Señor por la fuerza que nos da a diario en nuestra vida ante los sufrimientos físicos y morales...nos hace capaces de actos de solidaridad...por la alegría y el amor que hace brillar en nuestras familias y en nuestra sociedad...Por la valentía que introduce en nuestras almas para crear vínculos de alegría, para dialogar con los que no son como nosotros..."

"Cristo resucitado nos coge de la mano y nos invita a seguirlo"

"Gracias a Cristo por todo lo bello y valiente que habéis hecho durante los momentos difíciles.."

"No hemos llegado a la meta. Estamos como en medio del río...Ir a la otra orilla" 

"El bautizado debe romper con aquello que hay todavía en él del hombre viejo y pecador..." 

"Olvidar la venganza, la violencia y la explotaciòn de los más débiles" 

"Nos queda mucho camino por recorrer" 

"Tenemos que perdir perdón al Señor" 

"El Año Jubilar, iniciado en vuestro país, sea una oportunidad para ello" 

"Mirar hacia el futuro y, fuertes del camino ya recorrido, decidir empezar una nueva etapa en la historia de vuestro país, ir hacia nuevos horizontes, remar hacia aguas más profundas" 

"Como el apóstol Andrés..." 

"El grito que resuena aquí hoy, en Centroáfrica, en nuestros corazones, en nuestras familias y parroquias y nos invita a la perseverancia en el entusiasmo de la misión. Una misión que necesita más mensajeros todavía más numerosos...y más santos" 

"Estamos llamados a ser estos mensajeros..." 

"La otra orilla está al alcance de la mano y Jesús hace la travesía con nosotros" 

"Las pruebas nos abren a un futuro nuevo" 

"Cada uno está llamado a ser artesano de la renovación humana y espiritual de vuestro país". 

"La Virgen María os protega y os anime en este camino de esperanza. Amén"

Texto íntegro de la homilía del Papa en la misa de Bangui

No deja de asombrarnos, al leer la primer lectura, el entusiasmo y el dinamismo misionero del Apóstol Pablo. «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rm 10,15). Es una invitación a agradecer el don de la fe que estos mensajeros nos han transmitido. Nos invita también a maravillarnos por la labor misionera que -no hace mucho tiempo- trajo por primera vez la alegría del Evangelio a esta amada tierra de Centroáfrica. Es bueno, sobre todo en tiempos difíciles, cuando abundan las pruebas y los sufrimientos, cuando el futuro es incierto y nos sentimos cansados, con miedo de no poder más, reunirse alrededor del Señor, como hacemos hoy, para gozar de su presencia, de su vida nueva y de la salvación que nos propone, como esa otra orilla hacia la que debemos dirigirnos.

La otra orilla es, sin duda, la vida eterna, el Cielo que nos espera. Esta mirada tendida hacia el mundo futuro ha fortalecido siempre el ánimo de los cristianos, de los más pobres, de los más pequeños, en su peregrinación terrena. La vida eterna no es una ilusión, no es una fuga del mundo, sino una poderosa realidad que nos llama y compromete a perseverar en la fe y en el amor.

Pero esa otra orilla más inmediata que buscamos alcanzar, la salvación que la fe nos obtiene y de la que nos habla san Pablo, es una realidad que transforma ya desde ahora nuestra vida presente y el mundo en que vivimos: «El que cree con el corazón alcanza la justicia» (cf. Rm 10,10). Recibe la misma vida de Cristo que lo hace capaz de amar a Dios y a los hermanos de un modo nuevo, hasta el punto de dar a luz un mundo renovado por el amor.

Demos gracias al Señor por su presencia y por la fuerza que nos comunica en nuestra vida diaria, cuando experimentamos el sufrimiento físico o moral, la pena, el luto; por los gestos de solidaridad y de generosidad que nos ayuda a realizar; por las alegrías y el amor que hace resplandecer en nuestras familias, en nuestras comunidades, a pesar de la miseria, la violencia que, a veces, nos rodea o del miedo al futuro; por el deseo que pone en nuestras almas de querer tejer lazos de amistad, de dialogar con el que es diferente, de perdonar al que nos ha hecho daño, de comprometernos a construir una sociedad más justa y fraterna en la que ninguno se sienta abandonado. En todo esto, Cristo resucitado nos toma de la mano y nos lleva a seguirlo. Quiero agradecer con ustedes al Señor de la misericordia todo lo que de hermoso, generoso y valeroso les ha permitido realizar en sus familias y comunidades, durante las vicisitudes que su país ha sufrido desde hace muchos años.

Es verdad, sin embargo, que todavía no hemos llegado a la meta, estamos como a mitad del río y, con renovado empeño misionero, tenemos que decidirnos a pasar a la otra orilla. Todo bautizado ha de romper continuamente con lo que aún tiene del hombre viejo, del hombre pecador, siempre inclinado a ceder a la tentación del demonio -y cuánto actúa en nuestro mundo y en estos momentos de conflicto, de odio y de guerra-, que lo lleva al egoísmo, a encerrarse en sí mismo y a la desconfianza, a la violencia y al instinto de destrucción, a la venganza, al abandono y a la explotación de los más débiles... 

Sabemos también que a nuestras comunidades cristianas, llamadas a la santidad, les queda todavía un largo camino por recorrer. Es evidente que todos tenemos que pedir perdón al Señor por nuestras excesivas resistencias y demoras en dar testimonio del Evangelio. Ojalá que el Año Jubilar de la Misericordia, que acabamos de empezar en su País, nos ayude a ello. Ustedes, queridos centroafricanos, deben mirar sobre todo al futuro y, apoyándose en el camino ya recorrido, decidirse con determinación a abrir una nueva etapa en la historia cristiana de su País, a lanzarse hacia nuevos horizontes, a ir mar adentro, a aguas profundas.

El Apóstol Andrés, con su hermano Pedro, al llamado de Jesús, no dudaron ni un instante en dejarlo todo y seguirlo: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (Mt 4,20). También aquí nos asombra el entusiasmo de los Apóstoles que, atraídos de tal manera por Cristo, se sienten capaces de emprender cualquier cosa y de atreverse, con Él, a todo.

Cada uno en su corazón puede preguntarse sobre su relación personal con Jesús, y examinar lo que ya ha aceptado -o tal vez rechazado- para poder responder a su llamado a seguirlo más de cerca. El grito de los mensajeros resuena hoy más que nunca en nuestros oídos, sobre todo en tiempos difíciles; aquel grito que resuena por «toda la tierra [...] y hasta los confines del orbe» (cf. Rm 10,18; Sal 18,5).

Y resuena también hoy aquí, en esta tierra de Centroáfrica; resuena en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestras parroquias, allá donde quiera que vivamos, y nos invita a perseverar con entusiasmo en la misión, una misión que necesita de nuevos mensajeros, más numerosos todavía, más generosos, más alegres, más santos. Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a ser este mensajero que nuestro hermano, de cualquier etnia, religión y cultura, espera a menudo sin saberlo. En efecto, ¿cómo podrá este hermano -se pregunta san Pablo- creer en Cristo si no oye ni se le anuncia la Palabra?

A ejemplo del Apóstol, también nosotros tenemos que estar llenos de esperanza y de entusiasmo ante el futuro. La otra orilla está al alcance de la mano, y Jesús atraviesa el río con nosotros. Él ha resucitado de entre los muertos; desde entonces, las dificultades y sufrimientos que padecemos son ocasiones que nos abren a un futuro nuevo, si nos adherimos a su Persona. Cristianos de Centroáfrica, cada uno de ustedes está llamado a ser, con la perseverancia de su fe y de su compromiso misionero, artífice de la renovación humana y espiritual de su País.

Que la Virgen María, quien después de haber compartido el sufrimiento de la pasión comparte ahora la alegría perfecta con su Hijo, los proteja y los fortalezca en este camino de esperanza. Amén.

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