Tres actitudes ante el Sínodo según el Papa Francisco a referentes diocesanos

Tres actitudes ante el Sínodo según el Papa Francisco a referentes diocesanos

Discurso a los participantes en el el Encuentro Nacional de Referentes diocesano del Camino Sinodal Italiano.

La mañana del jueves 25 de mayo, en el Aula Pablo VI, el Papa recibió en audiencia a los participantes en el Encuentro Nacional de Referentes diocesano del Camino Sinodal Italiano. El encuentro se tuvo en el contexto de la Asamblea Plenaria del Episcopado Italiano. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano del discurso del Papa:

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Os saludo a todos, Obispos, junto con los referentes diocesanos, el Comité y la Presidencia: gracias por estar aquí.

Este encuentro tiene lugar en medio de un proceso sinodal que afecta a toda la Iglesia y, dentro de ella, a las Iglesias locales, en el que los Talleres sinodales se han constituido como una hermosa experiencia de escucha del Espíritu y de confrontación entre las diversas voces de las comunidades cristianas. Esto ha generado una implicación de muchos, especialmente en algunos temas que reconocéis como cruciales y prioritarios para el presente y el futuro. Se trata de una experiencia espiritual única de conversión y renovación que puede hacer a vuestras comunidades eclesiales más misioneras y mejor preparadas para la evangelización en el mundo de hoy. Este camino comenzó hace 60 años, cuando San Pablo VI, al final del Concilio, se dio cuenta de que la Iglesia en Occidente había perdido la sinodalidad. Creó el Secretariado para el Sínodo de los Obispos. En los últimos años se ha celebrado un Sínodo cada cuatro años; en el año 50 se hizo un documento sobre la sinodalidad -ese documento es importante-; y luego en los últimos diez años nos hemos adelantado y ahora se celebra un Sínodo para decir qué es la sinodalidad, que como sabemos no es buscar la opinión de la gente ni siquiera estar de acuerdo, es otra cosa.

Por lo tanto, quisiera exhortarles a seguir por este camino con valentía y determinación, en primer lugar valorizando el potencial presente en las parroquias y en las diversas comunidades cristianas. Por favor, esto es importante. Al mismo tiempo, dado que, tras el bienio dedicado a la escucha, estáis a punto de entrar en lo que llamáis la «fase sapiencial», con la intención de no dispersar lo que se ha recogido y de iniciar el discernimiento eclesial, quisiera confiaros algunas tareas. Con ellas intento responder, al menos en parte, a las preguntas que el Comité me envió sobre las prioridades para la Iglesia en relación con la sociedad, sobre cómo superar resistencias e inquietudes, sobre la implicación de sacerdotes y laicos, y sobre las experiencias de marginación.

[1º Seguir adelante]

He aquí, pues, la primera entrega: seguir adelante. Hay que hacerlo. Al recoger los primeros frutos con respecto a las preguntas y cuestiones que han surgido, se os invita a no deteneros. La vida cristiana es un camino. Seguid caminando, dejándoos guiar por el Espíritu. En la Convención de la Iglesia en Florencia, señalé tres rasgos que deben caracterizar el rostro de la Iglesia, el rostro de vuestras comunidades, en humildad, desinterés y bienaventuranza. Humildad, desinterés y bienaventuranza.

Una Iglesia sinodal lo es porque tiene una viva conciencia de caminar en la historia en compañía del Resucitado, preocupada no por salvaguardarse a sí misma y a sus propios intereses, sino por servir al Evangelio con un estilo de gratuidad y cuidado, cultivando la libertad y la creatividad propias de quien da testimonio de la buena nueva del amor de Dios, permaneciendo arraigada en lo esencial. Una Iglesia lastrada por las estructuras, la burocracia y el formalismo tendrá dificultades para caminar en la historia, al paso del Espíritu, se quedará ahí y no podrá caminar al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

[2º Hacer juntos Iglesia]

La segunda entrega es ésta: hacer Iglesia juntos. Es una exigencia que nos parece urgente, hoy, sesenta años después de la conclusión del Vaticano II. En efecto, siempre acecha la tentación de separar a unos pocos «actores cualificados» que llevan a cabo la acción pastoral mientras el resto del pueblo fiel permanece «meramente receptivo a sus acciones» (Evangelii gaudium, 120). Existen los «líderes» de una parroquia, ellos llevan las cosas adelante y el pueblo sólo recibe eso. La Iglesia es el santo Pueblo fiel de Dios y en ella, «en virtud del Bautismo recibido, cada miembro […] se ha convertido en discípulo misionero» (ibid.). Esta conciencia debe hacer crecer cada vez más un estilo de corresponsabilidad eclesial: cada bautizado está llamado a participar activamente en la vida y en la misión de la Iglesia, a partir de la especificidad de la propia vocación, en relación con los demás y con los otros carismas, dados por el Espíritu para el bien de todos. Necesitamos comunidades cristianas en las que se amplíe el espacio, donde todos puedan sentirse en casa, donde las estructuras y los medios pastorales favorezcan no la creación de pequeños grupos, sino la alegría de sentirse corresponsables.

En este sentido, debemos pedir al Espíritu Santo que nos haga comprender y experimentar cómo ser ministros ordenados y cómo ejercer el ministerio en este tiempo y en esta Iglesia: nunca sin el Otro con mayúscula, nunca sin otros con los que compartir el camino. Esto vale para los Obispos, cuyo ministerio no puede prescindir del de los presbíteros y diáconos; y vale también para los presbíteros y diáconos mismos, llamados a expresar su servicio dentro de un nosotros más amplio, que es el presbiterio. Pero esto vale también para toda la comunidad de los bautizados, en la que cada uno camina con los demás hermanos y hermanas en la escuela del único Evangelio y a la luz del Espíritu.

[3º Ser iglesia abierta]

La tercera entrega: ser una Iglesia abierta. Redescubrir la corresponsabilidad en la Iglesia no equivale a aplicar lógicas mundanas de distribución del poder, sino que significa cultivar el deseo de reconocer al otro en la riqueza de sus carismas y de su singularidad. De este modo, se puede encontrar un lugar para aquellos que todavía luchan por ver reconocida su presencia en la Iglesia, aquellos cuyas voces son tapadas cuando no silenciadas o ignoradas, aquellos que se sienten inadecuados, tal vez porque tienen trayectorias vitales difíciles o complejas. A veces se les «excomulga» a priori. Pero recordemos: la Iglesia debe dejar traslucir el corazón de Dios: un corazón abierto a todos y para todos. Por favor, no olvidemos la parábola de Jesús del banquete de bodas fracasado, cuando aquel caballero, no habiendo venido ningún invitado, ¿qué dice? «Ve a la encrucijada y llama a todos» (cf. Mt 22,9). A todos: enfermos, no enfermos, justos, pecadores, a todos, que entren todos.

Deberíamos preguntarnos cuánto espacio hacemos y cuánto escuchamos realmente en nuestras comunidades las voces de los jóvenes, de las mujeres, de los pobres, de los decepcionados, de los que han sido heridos en la vida y están enfadados con la Iglesia. Mientras su presencia siga siendo una nota esporádica en el conjunto de la vida eclesial, la Iglesia no será sinodal, será una Iglesia de unos pocos. Recordadlo, llamad a todos: a los justos, a los pecadores, a los sanos, a los enfermos, a todos, a todos.

A veces uno tiene la impresión de que las comunidades religiosas, las curias, las parroquias son todavía un poco demasiado autorreferenciales. Y la autorreferencialidad es un poco como la teología del espejo: mírate en el espejo, me maquillo, me peino bien… Es una hermosa enfermedad esta, una hermosa enfermedad que tiene la Iglesia: autorreferencial, mi parroquia, mi clase, mi grupo, mi asociación… Parece que se cuela, un poco disimuladamente, una especie de «neoclericalismo defensivo» -el clericalismo es una perversión, y el obispo, el sacerdote clérigo es perverso, pero el laico y laica clérigo lo es aún más: ¡cuando el clericalismo entra en el laicado es terrible! -: neoclericalismo defensivo generado por una actitud temerosa, por la queja ante un mundo que ‘ya no nos comprende’, donde ‘los jóvenes están perdidos’, por la necesidad de reiterar y hacer sentir la propia influencia – ‘pero yo haré esto…’. El Sínodo nos llama a ser una Iglesia que camina con alegría, humildad y creatividad en este tiempo nuestro, sabiendo que todos somos vulnerables y nos necesitamos. Y me gustaría que en el camino sinodal tomáramos en serio esta palabra «vulnerabilidad» y habláramos de ella, con sentido comunitario, de la vulnerabilidad de la Iglesia.

Y yo añadiría: caminar buscando generar vida, multiplicar la alegría, no apagar los fuegos que el Espíritu enciende en los corazones. El P. Primo Mazzolari escribía: «¡Qué contraste cuando nuestra vida apaga la vida de las almas! Sacerdotes sofocadores de la vida. En vez de encender la eternidad, apagamos la vida». No somos enviados a apagar, sino a encender el corazón de nuestros hermanos y hermanas, y a dejarnos iluminar a su vez por el resplandor de sus conciencias que buscan la verdad.

A este respecto, me ha impresionado la pregunta del capellán de una cárcel italiana, que me ha preguntado cómo hacer para que la experiencia sinodal vivida en una cárcel pueda tener después continuidad en las comunidades. Sobre esta cuestión insertaría una última entrega: ser una Iglesia «inquieta» en la inquietud de nuestro tiempo. Estamos llamados a asumir las inquietudes de la historia y a dejarnos interpelar por ellas, a llevarlas ante Dios, a sumergirlas en la Pascua de Cristo. El gran enemigo de este camino es el miedo: «Tengo miedo, ten cuidado…».

Formar grupos sinodales en las cárceles significa escuchar a una humanidad herida, pero al mismo tiempo necesitada de redención. Hay una cárcel en España, con un buen capellán, que me envía mensajes para que siempre vea sus reuniones… ¡Pero estos presos están en sínodo permanente! Es interesante ver cómo este capellán saca lo mejor de ellos desde dentro, para proyectarlo hacia el futuro. Para un preso, cumplir su condena puede convertirse en una oportunidad de experimentar el rostro misericordioso de Dios, y comenzar así una nueva vida. Y la comunidad cristiana se ve provocada a salir de sus prejuicios, a buscar a los que llevan años encarcelados, a encontrarse con ellos, a escuchar su testimonio y a partir con ellos el pan de la Palabra de Dios. Este es un ejemplo de buena inquietud, que me habéis dado; y podría citar muchos otros: experiencias de una Iglesia que acoge los desafíos de nuestro tiempo, que sabe salir al encuentro de todos para anunciar la alegría del Evangelio.

Queridos hermanos y hermanas, continuemos juntos este camino, con gran confianza en la obra que está realizando el Espíritu Santo. Él es el protagonista del proceso sinodal, Él, no nosotros. Es Él quien abre a la escucha a las personas y a las comunidades; es Él quien hace que el diálogo sea auténtico y fructífero; es Él quien ilumina el discernimiento; es Él quien guía las opciones y las decisiones. Es Él, sobre todo, quien crea armonía, comunión en la Iglesia. Me gusta cómo lo define san Basilio: Él es la armonía. No nos hagamos ilusiones de que llegaremos al Sínodo, no. El Sínodo saldrá adelante si estamos abiertos a Él, que es el protagonista. Lumen Gentium afirma: «Él -el Espíritu- introduce a la Iglesia en la plenitud de la verdad (cf. Jn 16,13), la unifica en la comunión y en el ministerio, la provee y la dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga 5,22)» (n. 4).

Gracias por el trabajo que estáis realizando. Cuando entré, uno de vosotros me dijo una expresión muy argentina, que no repetiré, pero que tiene una bonita traducción al italiano, que tal vez dirá… Una cosa que parece desordenada… Pensad en la prueba de los Apóstoles en la mañana de Pentecostés: ¡aquella mañana fue peor! ¡Desorden total! Y quien causó ese «peor» fue el Espíritu: Él es bueno para hacer estas cosas, desorden, revolver… Pero el mismo Espíritu que causó eso causó armonía. Ambas cosas las hace el Espíritu, Él es el protagonista, Él es el que hace estas cosas. No debemos tener miedo cuando hay disturbios provocados por el Espíritu; pero sí cuando son provocados por nuestro egoísmo o por el Espíritu del mal. Confiémonos al Espíritu Santo. Él es la armonía. Él hace todo esto, el desorden, pero Él es capaz de hacer la armonía, que es una cosa totalmente distinta del orden que podríamos hacer por nosotros mismos.

Que el Señor os bendiga y que la Virgen os guarde. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.

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