Trata sexual, una «herida silenciosa» en la mira del Vaticano

Trata sexual, una «herida silenciosa» en la mira del Vaticano

La Pontificia Academia para las Ciencias acoge un simposio internacional de jóvenes contra la trata de personas. Los testimonios desgarradores de las víctimas de un azote que parece pasar desapercibido en la mayoría de los países

Por ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZ

CIUDAD DEL VATICANO 

Una “herida silenciosa”. Una industria basada en la explotación de la mujer que en muchas culturas está “legitimada, justificada y promovida”. Eso es la trata de personas. O, al menos, así la define una joven mexicana de 23 años: Mariana Ruenes, fundadora de la asociación Sin Trata AC. Ella fue una de las participantes de un simposio internacional organizado por la Pontificia Academia para las Ciencias sobre un flagelo que es prioridad del Vaticano desde que Francisco es Papa.

Como ella, más de 100 jóvenes de diversas nacionalidades del mundo asistieron al encuentro. No obstante su corta edad se sentaron en los mismos bancos que algunos de los más importantes premios Nobel y debatieron sobre estrategias concretas para ayudar a las víctimas.

“Si no resolvemos el problema cultural primero va a ser muy difícil resolver la trata de personas. Si no resolvemos el problema de la demanda va a ser muy difícil que las políticas públicas puedan erradicar el problema”, explicó Ruenes en entrevista.

Sus palabras surgen de la experiencia. A sus 17 años conoció a Susana, una sobreviviente de trata con fines sexuales. Ese encuentro cambió su vida, sobre todo después de oír las historias reales de terror, abuso y violencia. Susana nunca conoció a su padre, su madre tenía un problemas de alcoholismo y ella se sintió responsable por sus hermanos. Fue entonces cuando la engañaron, le prometieron un trabajo de ensueño, ella lo aceptó y cayó en las redes de la esclavitud que la retuvieron por cuatro años.

Tanto le impactó aquel testimonio que Mariana comenzó e investigar. Quería saber más sobre aquel fenómeno. En la biblioteca de su universidad apenas encontró cuatro libros sobre el tema, en México pocos conocían del fenómeno entonces.

“Mis compañeros de universidad hacían comentarios como: a ellas les gusta, yo fui a ese ‘table dance’ y resulta que eran los mismos locales en los cuales habían sido explotadas las víctimas que yo conocí”, añadió Ruenes.

Para ella, gran parte del problema es cultural. Su primer obstáculo como activista fue la ignorancia. Cuando empezó a ayudar a las víctimas de trata descubrió una mezcla de degradación, trato indignante y desconocimiento. Contó incluso cómo, al recibir a las víctimas, los ministerios públicos pedían “dejar de lado los sentimentalismos” porque “a ellas les gusta” o decían no poder tomar denuncias por “trata de blancas” porque las mujeres no eran de tez clara.

“En México tenemos una pésima situación geográfica porque estamos como en una trampa, es un país de origen, tránsito y destino de la trata de personas para fines sexuales”, constató. Pero, al mismo tiempo, reconoció que su país tiene una ley “de avanzada” en la materia, que protege a las víctimas y ha dado grandes resultados. Pero advirtió que esto no ha amedrentado a los dueños de los “giros negros” que intentan constantemente “manipular a legisladores, ofreciéndoles apoyo económico y político”, para que reformen la ley.

Las historias concretas de la trata se hicieron presentes en el simposio vaticano gracias a la presencia de varias sobrevivientes que contaron sus historias, entre ellas Paty González, una muchacha de 24 años originaria de México DF que vivió esclavizada.

“La trata es muy difícil de identificar porque se hace pasar por prostitución, pero hay gente que lucra con tu vida, cuando hay dinero de por medio y alguien compra tu cuerpo. En la trata te obligan a acostarte con los hombres que no quieres, a cobrar, a hacer lo que nunca te imaginaste hacer”, afirmó ella, también en entrevista.

A sus 16 años un hombre le aplicó uno de los tres “métodos de enganche”: la enamoró e incluso viajó hasta Veracruz para pedir su mano. Era su prometido, pero en lugar de casarse con ella la obligó a prostituirse con engaños psicológicos. Esos tres métodos son falsas promesas de amor, de fama y de trabajo. Así las muchachas caen. Los proxenetas (o padrotes) “las trabajan”, les realizan un sutil lavado de cerebro y a aquellas que se niegan, las someten con la violencia física. 

Una cosa asemeja a todas las víctimas: la fragilidad emocional. Paty no tenía papás y nunca en su vida había escuchado sobre el delito de trata antes de pasar su infierno. El sometimiento es tan sutil que las mujeres no denuncian, aunque teóricamente podrían hacerlo. Tampoco escapan, incluso cuando están solas. Por eso la trata de personas para fines sexuales se asemeja a una “herida silenciosa”.

Al respecto, Paty advirtió: “El tejido social está muy descompuesto, la ignorancia nos condena como sociedad, muchas veces somos indiferentes a lo que nos pasa, vemos la problemática y decimos que no nos pasará a nosotros, entonces no nos interesa, somos ajenos a los demás. Eso no nos hace sacarnos la venda de nuestros ojos y si no hacemos algo, en algún momento ese monstruo tocará la puerta de nuestro hogar y diremos: hubiese hecho algo”.

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