Las sotanas ensangrentadas de América Latina

Las sotanas ensangrentadas de América Latina

Las víctimas del clero aumentan en este continente. ¿Por qué los matan? Análisis del odio religioso en América Latina

 

El Centro Católico Mundial publicaba en 2017 que durante los últimos 26 años se habían registrado 63 atentados contra sacerdotes miembros de la Iglesia Católica en México. Aseguraban que México y Colombia son los “patíbulos” más grandes para los sacerdotes y los dos países donde ejercer esa misión es más peligroso que en cualquier otro lugar del continente.

No obstante, esas cifras crecen junto con la expansión exponencial de la violencia y hacen que América Latina contabilice el mayor número de víctimas del clero.

La década negra

Alver Metalli –quien viene realizando un exhaustivo seguimiento del tema- recogía un año antes, el 2016: “En los últimos diez años hubo 121 “operadores pastorales” asesinados, de los cuales 107 eran sacerdotes. Si a los datos de estos diez años se suman las víctimas de los cuatro meses de 2016, el total de operadores aumenta a 131, y los sacerdotes a 111. En la década 2005/2015 el total de operadores pastorales católicos asesinados en todo el mundo es de 259 y por eso los caídos en el continente americanos constituyen el 46,6%.

Más atrás, en 2015 hubo 7 sacerdotes asesinados, más una religiosa; 12 en 2014, más un religioso y un seminarista; 15 en 2013; 6 el año anterior y 13 en 2011, junto con dos laicos auxiliares. El mismo número en 2010, más un religioso, 1 seminarista y 3 laicos. El 2009 fue el peor años de la década, con 18 sacerdotes asesinados, 2 seminaristas, una religiosa y 2 laicos. En 2008 fueron asesinados 5 sacerdotes; 6 en 2007 junto con un religioso; 6 sacerdotes, un religioso y un laico asesinados en 2006; 7 en 2005 más un religioso”. Esa fue la llamada “decada negra” de los sacerdotes en este continente.

Sigue Metalli: «En la de Felipe Calderón, que gobernó México de 2006 a 2012 fueron asesinados 17 sacerdotes, o sea, nueve menos respecto a los actuales. Echando la vista un poco más atrás, durante el sexenio de Vicente Fox, presidente del 2002 al 2006, las víctimas de la violencia contra religiosos fue de 4, mientras que bajo el mandato de Ernesto Zedillo, que gobernó el país Azteca de 1994 al 2000, fueron asesinados tres sacerdotes».

Clericidio y negocio

Pero el “clericidio”, como se conoce a este fenómeno no sólo afecta a esos países. El hecho de que los sacerdotes tengan parroquias o sirvan en enclaves marginales, donde la frontera entre la legalidad y el delito se desdibuja, donde no existe una situación bélica convencional pero se ven envueltos en una realidad de guerra no declarada entre mafias traficantes, grupos enguerrillados o facciones radicalizadas que se dedican a la trata de personas, a la prostitución y al comercio de migrantes, todo eso los convierte en blancos e incrementa su vulnerabilidad.

Ello muchas veces desemboca en asesinatos de sacerdotes, los cuales sirven para escarmentar a una población que sabrá concluir lo que se pretende: “Si esto lo hacen con un sacerdote, qué quedará para nosotros?” Y el miedo se instala por efecto demostración. Un sacerdote es un símbolo, la referencia de seguridad para una población indefensa. Acabar con ellos es abrir un boquete en el fuselaje y someter por la vía del pánico y la desmoralización. Por eso los asesinan.

Un sacerdote mexicano, el padre Omar Sotelo, respondió al semanario mexicano *Proceso* de manera certera a la pregunta de por qué se ataca a un clérigo: “El sacerdote es una especie de estabilizador social; en su parroquia se proporciona no solamente ayuda espiritual, sino también educativa, de salud, de derechos humanos y asistencia a los migrantes. El crimen organizado sabe bien que matar a un sacerdote provoca

desestabilización en la comunidad, sembrando miedo y por lo tanto un clima favorable para actuar sin contrapesos”.

Cada país acumula sus historias

En Venezuela, comparativamente, ha ocurrido poco pero las amenazas están a la orden del día. El Salvador es un lugar, como varios países de Centroamérica, hostil para los sacerdotes. En agosto del 2020, la Conferencia Episcopal recordó que la muerte de Ricardo Cortez “es el tercer asesinato perpetrado en los últimos años a nuestros sacerdotes”.

La Iglesia católica -que calificó el asesinato de Cortez como «gravísimo y sacrílego”- recordó que su muerte «tiene lugar en el 40vo aniversario del martirio de San Oscar Arnulfo Romero, el padre Cosme Spessotto, las cuatro misioneras norteamericanas y la masacre del Sumpul”. La Conferencia Episcopal agregó que «este es el tercer asesinato perpetrado en los últimos años a nuestros sacerdotes” y enumeró –junto al de Cortez- los crímenes contra los curas Walter Vásquez, el 29 de marzo de 2018, y Cecilio Pérez, el 18 de mayo de 2019.

En El Salvador, las ONGs han llamado la atención acerca de la impunidad que persiste en el país pese a la anulación de la Ley de Amnistía. Las organizaciones acusaron al Parlamento, al Gobierno y a la Fiscalía de no avanzar en el cumplimiento de las órdenes dadas por la Corte Suprema de Justicia.

La conmoción mayor

Quizá el hoy *San Romero de América* fue el caso más emblemático por tratarse de un obispo que fue asesinado mientras celebraba misa, Oscar Arnulfo Romero. “Lo mataron pero no pudieron acallar sus denuncias”, se leía en los titulares de prensa de la época.

Galería fotográfica

Y qué decir del múltiple crimen contra los jesuitas liderados por Ignacio Ellacuría (el rector de la UCA asesinado), una auténtica masacre que segó la vida de 8 personas ocurrida en el campus de la Universidad Centroamericana de El Salvador, en noviembre de 1989, por la que nunca ha sido condenado ningún autor intelectual. Un ex-coronel del ejército fue recientemente sentenciado a 130 años de prisión en España después de un juicio tardío.

Ese mismo año, se supo de la brutal violación a una monja durante el régimen militar en Guatemala. Otra forma de matar.

En Nicaragua, la violencia e impunidad que ha gravitado sobre las agresiones, amenazas, asaltos y golpes contra religiosos fueron el pan de cada día durante la crisis del 2020. El régimen sandinista de Ortega auspició, alentó estas situaciones y protegió sin el menor pudor a quienes llevaron a cabo estas acciones contra obispos, sacerdotes y templos.

Honduras es otro país crítico. En 1999 se conoció del horrendo asesinato del sacerdote estadounidense Guadalupe Carney, desaparecido en Honduras en 1987. En el 2009 fue hallado el cuerpo del sacerdote guatemalteco Miguel Ángel Hernández, quien estaba asignado a una parroquia de Ocotepeque (Honduras); había desaparecido luego de ser secuestrado días antes y fue asesinado en una provincia del oriente de Guatemala. La información salió de fuentes oficiales.

En 2019 otra noticia estremeció a Tamaulipas: un sacerdote, José Martín Guzmán Vega, párroco de la ciudad mexicana de Matamoros, fue asesinado con un arma punzocortante dentro de la iglesia Cristo Rey de La Paz.

Un conflicto que se llevó a 100

En Colombia, desde 1984 hasta 2019 fueron asesinados más de 100 sacerdotes debido al conflicto armado que desangraba al país. Por sólo citar algunos casos, en 2017 el papa Francisco beatificó a dos sacerdotes colombianos que fueron asesinados por el odio político y grupos armados.

Según la Dirección de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la Procuraduría General de la Nación colombiana (2018), los líderes religiosos quienes, desde de la Iglesia Católica ayudan y luchan por las comunidades más vulnerables “son también los más susceptibles a recibir amenazas, ataques y hostigamientos por parte de grupos armados ilegales”.

El diario El Espectador publicó en su edición del 30 marzo del 2018: “Uno de los casos más conocidos es el de monseñor Jesús Emilio Jaramillo, asesinado por el ELN y beatificado, junto con el padre Pedro María Ramírez por el papa Francisco en septiembre del año pasado en Villavicencio, durante su visita a Colombia.

La Diócesis de Arauca, en donde fue obispo Jesús Jaramillo, precisamente fue la primera en ser reconocida como víctima y como sujeto de reparación colectiva en junio de 2017. Otros cuatro sacerdotes fueron asesinados entre 1985 y 2003 en esa región: Raúl de Jesús Cuervo Arias (1985), Jesús Manuel Serrano (1998), José Rubín Rodríguez y Saulo Carreño, ambos en 2003”. Mueren por defender la paz, hablar por los débiles y promover la justicia.

Sotanas ensangrentadas

En Chile y Argentina, las dictaduras militares son responsables de muchas sotanas ensangrentadas. De ello tiene buena memoria el mismísimo papa Francisco, quien sufrió en primera persona la desaparición, tortura y muerte de varios de sus compañeros religiosos comprometidos con sus comunidades perseguidas y sufridas.

En Chile, 5 sacerdotes fueron asesinados entre 1973 y 84, durante la dictadura que asoló al país. Sus historias, a cual más trágica. Trabajaron con el pueblo, con los descartados y desposeídos y supieron resistir a la dictadura militar aún a costa de sus propias vidas. No lograron quebrarlos y sobrevino la muerte física, pero hoy significan impresionantes ejemplos de entrega.

En Argentina, el 23 de mayo de 1976 los jesuitas Yorio y Jalics fueron secuestrados por la dictadura. Se sabe que estuvieron cinco meses en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros clandestinos de detención y tortura del régimen. Un interrogador le dijo a Yorio que sabían que no era guerrillero pero que con su trabajo en la villa – sectores muy humildes- unía a los pobres y eso era subversivo.

Durante aquellos años siniestros, el hoy Papa protegió, escondió y ayudó a exiliarse a perseguidos por el régimen dictatorial. Lo corrobora el jesuita Jalics, uno de los secuestrados por dicha dictadura y que vive para contarlo. Residió en Baviera desde 1978, desde donde concedió una entrevista de prensa durante la cual aseguró que el ahora papa Francisco no lo entregó a la Junta militar que controlaba entonces el país sudamericano, como torvamente se quiso especular.

 Impera la impunidad

Llevar a cabo investigaciones exhaustivas y suficientes para garantizar el derecho de acceso a la justicia y evitar que estos hechos permanezcan impunes, es cuesta arriba en estos países. Por la manipulación de la Justicia, la existencia de intereses que prefieren silenciar las causas y los poderes que se confabulan para amparar a los asesinos. Todo ello contribuye a blindar la impunidad, cuya vigencia es el obstáculo real para esclarecer los crímenes lo cual deja vía libre a los perpetradores pues no hay efecto disuasivo que los frene.

Cada vez que un sacerdote sube a un púlpito y defiende a las comunidades, o condena el narcotráfico, o denuncia abusos contra los ciudadanos, o destapa corrupciones, o pone en evidencia los desastres ecológicos causados por intereses que privilegian el beneficio económico por sobre el respeto a la naturaleza y las etnias indígenas ancestrales, la piel se eriza pues los sabemos en peligro en estas latitudes. Ellos no se callan. No pueden hacerlo, aunque sepan que ser la voz de los que no tienen voz les costará caro.

Probablemente no se investigará como corresponde, no habrá castigo para los asesinos, la justicia perderá una vez más, los casos serán engavetados y el drama olvidado cuando pase el impacto de la noticia. Por supuesto, hay casos en que no ha sido así, pero si la impunidad no ganara la batalla la historia se escribiría diferente. La impunidad ante el delito es el descrédito de cualquier sistema judicial y la fuente de ilegitimidad de cualquier gobierno.

El mundo les queda chiquito

Estos sacerdotes que asumen su misión con valentía y permanecen al lado de quienes los necesitan, llegado el extremo de desafiar a los poderosos que les cuentan los días, conocen la verdadera dimensión de su compromiso: no servirán a dos señores a la vez. Y eso, en ciertos países, es una cruz demasiado pesada.

Tal vez una buena descripción la aportó un escritor quien, no siendo creyente y menos católico, dijo de Cristo: “ Era evidente que un hombre que concebía el sufrimiento como una dignidad, que sabía que no hay fortuna que se haga por amor al prójimo, que pensaba que no hay materia comparable a la fe, que deseo y daño son lo mismo, que las ilusiones de este mundo son desilusiones potenciales, que vivir por la vida misma era tan estúpido como morir por la muerte misma, que detestaba la guerra como otros hombres desprecian la pobreza, no podía andar sobre la tierra por mucho tiempo”.

Hay “otros Cristos” de nuestro tiempo que van por la vida haciendo el bien aunque cueste mucho más caro que hacer el mal. Probablemente no anden por el mundo mucho tiempo pero su testimonio nos interpela: probaron que solamente se puede ser cristianos siendo personalmente Cristo.

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