“Religiosos en medio de su pueblo, no activistas de la fe”

“Religiosos en medio de su pueblo, no activistas de la fe”

Misa de Francisco por la Jornada Mundial de la Vida Consagrada: «estén insertos con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones

Profesionistas de lo sacro, activistas de la fe, reaccionarios, estériles y miedosos, encerrados en las propias casas o en los propios esquemas. Una advertencia para los religiosos y consagrados: uno acaba así si cae en «la tentación de la supervivencia», olvidando la gracia, el carisma, la misión. En su homilía en San Pedro para la fiesta litúrgica de la Presentación de Jesús en el Templo y para la XXI Jornada Mundial de la Vida Consagrada, Papa Francisco alertó a los miembros de las órdenes, congregaciones e institutos religiosos sobre eso que para su vida espiritual representa un «peligro», una «amenaza», una «tragedia». 

 

Existe «una tentación que puede hacer estéril nuestra vida consagrada: la tentación de la supervivencia. Un mal que puede instalarse poco a poco en nuestro interior, en el seno de nuestras comunidades», afirmó el Pontífice. «La actitud de supervivencia nos vuelve reaccionarios, miedosos, nos va encerrando lenta y silenciosamente en nuestras casas y en nuestros esquemas. Nos proyecta hacia atrás, hacia las gestas gloriosas (pero pasadas) que, lejos de despertar la creatividad profética nacida de los sueños de nuestros fundadores, busca atajos para evadir los desafíos que hoy golpean nuestras puertas».  

 

La de la supervivencia es una «psicología» que «le roba fuerza a nuestros carismas, porque nos lleva a domesticarlos, hacerlos «accesibles a la mano» pero privándolos de aquella fuerza creativa que inauguraron; nos hace querer proteger espacios, edificios o estructuras más que posibilitar nuevos procesos», advirtió Bergoglio. Así se olvida la gracia y uno se convierte en «profesionista de lo sacro», en lugar de ser «padres, madres o hermanos de la esperanza». 

 

«Ese ambiente de supervivencia seca el corazón de nuestros ancianos privándolos de la capacidad de soñar y, de esta manera, esteriliza la profecía que los más jóvenes están llamados a anunciar y realizar», subrayó el Pontífice. Es decir: «la tentación de la supervivencia transforma en peligro, en amenaza, en tragedia, lo que el Señor nos presenta como una oportunidad para la misión». Misión que es fundamental en este tiempo de «transformación multicultural» que estamos viviendo. Es importante, dijo el Papa, que«el consagrado y la consagrada estén insertos con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones. La misión (de acuerdo a cada carisma particular) es la que nos recuerda que fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta». Claro, podrá haber «harinas mejores», pero «el Señor nos ha invitado a «leudar aquí y ahora, con los desafíos que se nos presentan». 

  

 

No se trata de asumir una actitud «defensiva», aclaró Francisco, ni mucho menos de dejarse mover «por los propios temores», sino de poner «las manos en el arado» y tratar de «hacer que crezca el trigo tantas veces sembrado en medio de la cizaña». Hay que «ponernos con Jesús en medio de su pueblo, porque «sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que con el Señor, puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación». 

  

«Poner a Jesús en medio de su pueblo es tener un corazón contemplativo, capaz de discernir como Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios —explicó el Pontífice. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar». «¡Ponernos con Jesús —insistió— en medio de su pueblo! No como activistas de la fe, sino como hombres y mujeres que somos continuamente perdonados». Esto nos lleva a «salir de sí mismo para unirse a otros» y no solo «hace bien, sino que transforma nuestra vida y esperanza en un canto de alabanza». 

 

El mismo canto que están invitados a entonar «los enfermos, los detenidos, los que están solos, los pobres, los ancianos, los pecadores». «Jesús está con ellos, está con nosotros», añadió el Papa, que concluyó la homilía con una exhortación: «Acompañemos a Jesús en el encuentro con su pueblo, a estar en medio de su pueblo, no en el lamento o en la ansiedad de quien se olvidó de profetizar porque no se hace cargo de los sueños de sus mayores, sino en la alabanza y la serenidad; no en la agitación sino en la paciencia de quien confía en el Espíritu, Señor de los sueños y de la profecía».  

 

Solo esto podrá volver a dar «la alegría y la esperanza» en un Dios que «no engaña» y «no desilusiona»; solo esto «nos salvará de vivir en una actitud de supervivencia»; solo esto volverá «fecunda nuestra vida y mantendrá vivo nuestro corazón». 

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