Que las religiones no sigan los fundamentalismos y colaboren por los pobres

Que las religiones no sigan los fundamentalismos y colaboren por los pobres

El Papa dedicó la Audiencia general en la Plaza San Pedro al 50 aniversario de la declaración conciliar «Nostra aetate» y al diálogo con los hebreos y musulmanes

Por IACOPO SCARAMUZZI

CIUDAD DEL VATICANO

«A causa de la violencia y del terrorismo se ha difundido una actitud de sospecha o incluso de condena de las religiones», sino que, «aunque ninguna religión es inmune del riesgo de desviaciones fundamentalistas o extremistas en individuos o grupos, es necesario mirar los valores positivos que viven y proponen y que son fuentes de esperanza», teniendo en cuenta que «el mundo nos mira a nosotros los creyentes, nos exhorta a colaborar entre nosotros y con los hombres y las mujeres de buena voluntad que no profesan alguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre numerosos temas: la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, en particular aquella cometida en nombre de la religión, la corrupción, el degrado moral, la crisis de la familia, de la economía, de las finanzas y sobre todo de la esperanza». A pocos días de la conclusión del Sínodo ordinario sobre la familia, Papa Francisco dedicó la catequesis de la Audiencia general en la Plaza San Pedro al 50 aniversario de la declaración «Nostra aetate» del Concilio Vaticano II, documento que marcó un cambio en las relaciones con hebreos, musulmanes y fieles de otras religiones no cristianas.

El Papa, que primero saludó a los enfermos que siguieron la Audiencia desde el Aula Pablo VI debido a la lluvia («Están aquí no porque les hayamos encarcelado, sino porque hay mal clima»), después expresó, en la Plaza San Pedro, el propio agradecimiento y su bienvenida a «personas y grupos de diferentes religiones que hoy han querido estar presentes, especialmente a cuantos vienen de lejos».

El Concilio Vaticano II «fue un tiempo extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia Católica sobre sí misma y sobre el mundo», recordó Francisco. « Una lectura de los signos de los tiempos -continuó- en miras a una actualización orientada a una doble fidelidad: fidelidad a la tradición eclesial y fidelidad a la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. De hecho Dios, que se ha revelado en la creación y en la historia, que ha hablado por medio de los profetas y completamente en su Hijo hecho hombre, se dirige al corazón y al espíritu de cada ser humano que busca la verdad y los caminos para practicarla». 

 

Después de haber recordado los puntos más importantes de «Nostra aetate», el Papa recordó algunos eventos representativos de los últimos años en el ámbito del diálogo interreligioso: el encuentro de Asís del 27 de octubre de 1986, «deseado y promovido por san Juan Pablo II, quien un año antes, es decir hace treinta años, dirigiéndose a los jóvenes musulmanes en Casablanca deseaba que todos los creyentes en Dios favorecieran la amistad y la unión entre los hombres y los pueblos (19 de agosto de 1985). La llama, encendida en Asís, se ha extendido en todo el mundo y constituye un signo permanente de esperanza». 

El Papa subrayó la « verdadera y propia transformación que ha tenido en estos 50 años la relación entre cristianos y judíos»: la indiferencia y la oposición «se transformaron en colaboración y benevolencia. De enemigos y extraños nos hemos transformado en amigos y hermanos. El Concilio, con la Declaración ‘Nostra aetate', ha trazado el camino: “si” al redescubrimiento de las raíces judías del cristianismo; “no” a cualquier forma de antisemitismo y condena de todo insulto, discriminación y persecución que se derivan». Francisco quiso subrayar que también los musulmanes (que, como decía el Concilio, «adoran al Dios único, viviente y subsistente, misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres»), «se refieren a la paternidad de Abraham, veneran a Jesús como profeta, honran a su Madre virgen, María, esperan el día del juicio, y practican la oración, la limosna y el ayuno».

l mundo, dijo el Pontífice argentino, «nos mira a nosotros los creyentes, nos exhorta a colaborar entre nosotros y con los hombres y las mujeres de buena voluntad que no profesan alguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre numerosos temas: la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, en particular aquella cometida en nombre de la religión, la corrupción, el degrado moral, la crisis de la familia, de la economía, de las finanzas y sobre todo de la esperanza. Nosotros creyentes no tenemos recetas para estos problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración. Y nosotros creyentes rezamos, debemos rezar. La oración es nuestro tesoro, a la que nos acercamos según nuestras respectivas tradiciones, para pedir los dones que anhela la humanidad. A causa de la violencia y del terrorismo se ha difundido una actitud de sospecha o incluso de condena de las religiones. En realidad, aunque ninguna religión es inmune del riesgo de desviaciones fundamentalistas o extremistas en individuos o grupos, es necesario mirar los valores positivos que viven y proponen y que son fuentes de esperanza. Se trata de alzar la mirada para ir más allá. El diálogo basado sobre el confiado respeto puede llevar semillas de bien que se transforman en brotes de amistad y de colaboración en tantos campos, y sobre todo en el servicio a los pobres, a los pequeños, a los ancianos, en la acogida de los migrantes, en la atención a quien es excluido. Podemos caminar juntos -dijo el Papa entre aplausos- cuidando los unos de los otros y de lo creado. ¡Todos los creyentes de cada religión!».

El próximo Jubileo de la Misericordia, subrayó Papa Francisco, también es « una ocasión propicia para trabajar juntos en el campo de las obras de caridad. Y en este campo, donde cuenta sobretodo la compasión, pueden unirse a nosotros tantas personas que no se sienten creyentes o que están en búsqueda de Dios y de la verdad, personas que ponen al centro el rostro del otro, en particular el rostro del hermano y de la hermana necesitados». Jorge Mario Bergoglio concluyó su reflexión invitando a los fieles a una «oración silenciosa»: «Que nuestra oración pueda, cada uno según la propia tradición, pueda adherirse plenamente a la voluntad de Dios, quien desea que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tal, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad».

La Audiencia comenzó con las lecturas de algunos pasajes de la Declaración «Nostra aetate» en diferentes lenguas y después tomaron la palabra para dirigir un saludo el cardenal Jean-Louis Tauran, Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y el cardenal Kurt Koch, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, además de Presidente de la Comisión hebraico-cristiana, quien deploró las «nuevas oleadas de antisemitismo» de nuestros días. En la Sala de prensa vaticana se llevará a cabo la presentación del Congreso Internacional sobre la Declaración «Nostra aetate», que se está llevando a cabo en la Pontificia Universidad Gregoriana (del 26 al 28 de octubre de 2015).

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