Tras las especulaciones en orden a que vendría según quién ganara las elecciones y la aclaración de que su visita no tenía condicionamientos políticos, hay cuestiones que podrían postergar la vuelta del pontífice a su patria. ¿El primer semestre de 2024?
Sergio Rubin
Ni Cristina, ni Mauricio, ni Alberto: es Javier Milei quien se encamina a recibir al Papa. La Argentina es un país que depara sorpresas a cada rato. La mayor sorpresa de los últimos años fue la elección de un argentino como pontífice. Para unos cuantos argentinos era el “mesías” que venía a liberarlos del kirchnerismo. Al igual que aquellos judíos que creyeron que Jesús los liberaría de los romanos, eso no pasó. “Mi reino no es de este mundo”, les advirtió el Hijo de Dios para los cristianos. Más terrenal, Francisco olvidó las ofensas y persecuciones del matrimonio Kirchner, aceptó las disculpas de Cristina y fue receptivo a su pedido de ayuda. En definitiva, ella era una presidente elegida por el 54% de los votos que enfrentaba dificultades y Jorge Bergoglio, más que ayudar a un gobierno, quería ayudar a su país sumido en un grave deterioro.
Pero su relación con Cristina no terminó bien por el uso político abusivo del vínculo que le adjudica haber hecho; fue ríspida con Mauricio Macri, a quien le atribuía tener colaboradores que le hacían campaña en contra, y terminó siendo mala con Alberto Fernández por haber propiciado la legalización del aborto en plena pandemia y seguido cavando la grieta. Todos, sin embargo, pensaron que en algún momento de su mandato recibirían a Francisco en su país y protagonizarían un momento imborrable en la historia argentina. Pero Jorge Bergoglio comenzó a demorar su visita. Quienes lo conocen bien están convencidos de que no quiso venir enseguida para no mostrar una preferencia por su país. El Papa y el presidente, durante su reunión a solas.
Al prurito del Papa se sumaron algunos problemas de agenda como cuando, en 2018, quiso repetir el periplo de Juan Pablo II en 1987 y sumar a su viaje a la Argentina, Uruguay y Chile, pero elecciones presidenciales en el país trasandino impidieron ese itinerario porque los papas no van a países inmersos en campañas. Como las elecciones en Chile se iban a realizar en diciembre, la posibilidad era venir en enero, un mes de mucho calor para las celebraciones masivas al aire libre y de vacaciones para muchos. Finalmente, Francisco visitó Chile y Perú -antes, Ecuador, Bolivia y Paraguay-, y quedó postergada la Argentina. El paso del tiempo -para muchos analistas debió venir en los meses siguientes a su elección- sumó un condicionamiento para la Secretaría de Estado del Vaticano: que Francisco haya quedado prisionero de la grieta en la Argentina, sea porque lo empujaron, sea por actitudes suyas que suscitaron polémica.
La diplomacia vaticana -que se encarga de evaluar la factibilidad de los viajes y de organizarlos- consideraba que todo lo que Francisco dijese o no dijese, hiciera o no hiciera, sería objeto de polémica y en vez de contribuir a la unidad de los argentinos -como es su deseo- provocaría más división. Consciente de que debe estar más o menos en forma para realizar un viaje tan largo y exigente, Francisco comenzó a decir en el último año que no sólo quiere venir, sino que luego de las recientes elecciones sería un buen momento. Empezó a barajarse el primer semestre de 2024.Es cierto que la famosa grieta se mantuvo en este tiempo. Pero se sumó una circunstancia inicialmente poco probable -otra sorpresa más en la Argentina- porque no llegó a la presidencia ni un peronista, ni un dirigente de Juntos por el Cambio, sino un libertario: Javier Milei.
No se trata sólo de alguien con ideas liberales extremas -la Doctrina Social de la Iglesia abraza una razonable intervención del Estado-, sino que criticaba duramente y hasta insultaba al pontífice años atrás y que, más recientemente, también lo descalificaba severamente. A su vez, Francisco hacía advertencias severas sobre el riesgo de abrir paso a falsos mesías que entrañaba la descalificación de la política en general y los políticos en particular y que en la historia del siglo pasado contaron con antecedentes tremendos. Sin embargo, en el tramo final de la campaña -tras repudios y pedidos de no votarlo de los curas villeros- Milei se disculpó con el Papa y empezó a afirmar que si venía sería recibido con todos los honores de jefe de Estado y cabeza de la Iglesia católica.
El vínculo pareció encaminarse -al menos por ahora- cuando 36 horas después del balotaje ambos conversaron telefónicamente y protagonizaron una charla muy humana, nada protocolar, tras lo cual Milei se declaró emocionado. El libertario le anticipó verbalmente la invitación para que visite el país, cosa que deberá hacer por escrito cuando asuma, como es de práctica para toda visita de un pontífice a un país, al igual que la de la Iglesia local.
Milei reveló además que cuando cumpla con la anunciada “visita espiritual” a Israel -que se descuenta que será en los primeros meses de su gestión- quiere incluir una escala en Roma para reunirse con el Papa.
Así las cosas, es plausible pensar que si Francisco viene al país en los primeros meses del nuevo gobierno -como parece lo más probable- el vínculo no debería estar desgastado por el ajuste que anuncia Milei. Curiosamente, un libertario entonces lo recibirá y deberá escuchar que los costos de los cambios económicos que necesita la Argentina deben ser repartidos equitativamente. La foto entre ambos quedará en la historia. Ahora, sólo parece restar para su concreción que la salud y la situación mundial le permitan a Francisco volver a su patria. Ni un peronista, ni un radical, ni nadie del PRO. El primer presidente libertario del mundo -como le gusta decir a Milei- recibirá al primer Papa argentino. La Argentina, un país de sorpresas.
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