Parolin: la Madre Teresa, un «lápiz» de Dios que escribió poemas de caridad

Parolin: la Madre Teresa, un «lápiz» de Dios que escribió poemas de caridad

En la Misa de agradecimiento por la canonización, el cardenal Secretario de Estado recordó que para la santa los niños que todavía no han nacido y que ven sus vidas amenazadas eran «los más pobres entre los pobres»

IACOPO SCARAMUZZI - CIUDAD DEL VATICANO

La Madre Teresa decía que era «un lápiz en las manos del Señor», pero «¡qué poemas de caridad, de compasión, de consuelo y de alegría supo escribir ese pequeño lápiz!». Lo subrayó el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano, al celebrar esta mañana en la Plaza San Pedro la misa de acción de gracias por la canonización que proclamó ayer Papa Francisco. El purpurado recordó que la madre Teresa de Calcuta consagró su existencia a los pobres, subrayando en particular que identificaba «a los niños que todavía no han nacido y que ven sus vidas amenazadas como “los más pobres entre los pobres”».

La Madre Teresa de Calcuta, dijo Parolin, se definía como «“un lápiz en las manos del Señor”. ¡Pero qué poemas de caridad, de compasión, de consuelo y de alegría supo escribir ese pequeño lápiz! Poemas de amor y de ternura para los más pobres de los pobres, ¡a quienes consagró su existencia! Ella —recordó el Secretario de Estado— refirió de esta manera la clara percepción de su “vocación en la vocación”, que tuvo en septiembre de 1946, mientras se encontraba en viaje hacia los Ejercicios Espirituales: “Abrí los ojos sobre el sufrimiento y comprendí profundamente la esencia de mi vocación. Sentía que el Señor me pedía que renunciara a la vida tranquila dentro de mi congregación religiosa para salir a las calles a servir a los pobres. Era una orden. No era una sugerencia, una invitación o una propuesta”», subrayó el purpurado, que relacionó estas palabras de la nueva santa con las palabras con las que Papa Francisco promulgó el Jubileo de la Misericordia, poniendo en guardia ante el sentimiento de la «indiferencia».

La Madre Teresa, prosiguió Parolin citando la carta de San Pablo a los Corintios, «descubrió en los pobres el rostro de Cristo “que se hizo pobre para nosotros para enriquecernos con su pobreza”, y respondió a su amor sin medida con un amor sin medida por los pobres. “Caritas Christi urget nos!”, el amor de Cristo nos impulsa, the love of Christ impele us».

La Madre Teresa «además sabía bien —recordó el purpurado véneto— que una de las formas más lacerantes de pobreza consiste en saberse no amados, no deseados, despreciados. Una especie de pobreza presente también en los países y en las familias menos pobres, incluso en las personas que pertenecen a categorías que disponen de medios y posibilidades, pero que experimentan el vacío interior de haber perdido el significado y la dirección de la vida o que han sido violentemente golpeados por la desolación de los vínculos rotos, por la dureza de la soledad, de la sensación de haber sido olvidados por todos o de no servirle a nadie. Esto —recordó— la llevó a identificar a los niños que todavía no han nacido y que ven sus vidas amenazadas como “los más pobres entre los pobres”». Cada uno de ellos, efectivamente, depende, más que cualquier otro ser humano, del amor y de los cuidados de la madre y de a protección de la sociedad. El concebido no tiene nada propio, todas sus esperanzas y necesidades están en las manos de los demás. Él lleva consigo un proyecto de vida y de futuro, y pide ser acogido y protegido para poder convertirse en lo que ya es: uno de nosotros, a quien el Señor pensó desde la eternidad para una gran misión que cumplir, la de “amar y ser amado”, como Madre Teresa solía repetir. Ella, por lo tanto, defendía valientemente la vida que debe nacer, con esa franqueza de palabra y con la dirección de acción que es la señal más luminosa de la presencia de los Profetas y de los Santos, que no se arrodillan ante nadie salvo ante el Omnipotente, son interiormente libres porque son interiormente fuertes y no se arrodillan frente a las modas o a los ídolos del momento, sino que se reflejan en la conciencia iluminada por el sol del Evangelio».

El cardenal Parolin concluyó su homilía recordando que la Madre Teresa durante su vida, «por el bien hecho», recibió el Premio Nobel de la Paz «y muchos otros reconocimientos, y vio el florecimiento de su obra, sobre todo en las Congregaciones de las Monjas Misioneras de la Caridad y de los Hermanos Misioneros de la Caridad que fundó para continuarla. Ahora, en el Paraíso, con María Madre de Dios y con todos los Santos, recibe el premio más alto preparado para ella desde la fundación del mundo, el premio reservado a los justos, a los mansos, a los humildes de corazón, a los que acogiendo a los pobres acogen a Cristo. Cuando la Madre Teresa pasó de esta tierra al Cielo, el 5 de septiembre de 1997, durante algunos largos minutos —recordó Parolin— Calcuta se quedó completamente sin luz. Ella, en esta tierra, era un signo transparente que indicaba el Cielo. El día de su muerte el Cielo quiso ofrecer un sello a su vida y comunicarnos que una nueva luz se había encendido sobre nosotros. Ahora, después del reconocimiento “oficial” de su santidad, brilla mucho más luminosa. ¡Que esta luz, que es la luz inextinguible del Evangelio, siga iluminando nuestro peregrinaje terreno y los senderos de este difícil mundo! ¡Santa Teresa de Calcuta, reza por nosotros!».

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