“Paz para las víctimas de las guerras que contaminan los pueblos con odio”

“Paz para las víctimas de las guerras que contaminan los pueblos con odio”

Las meditaciones de Francisco, Bartolomeo y Welby en la oración de los cristianos en la basílica inferior de Asís: «¿Quién se preocupa por ellos? Ellos se encuentran demasiadas veces la frialdad de quien rechaza su grito de ayuda con la facilidad con la que cambia de canal en la tele»

ANDREA TORNIELLI - ASÍS

«Imploran la paz las víctimas de las guerras, las cuales contaminan los pueblos con el odio y la Tierra con las armas». Papa Francisco pronunció su meditación durante la oración ecuménica de los cristianos en la basílica inferior de San Francisco de Asís. Es uno de los momentos de oración en los que los creyentes de las diferentes religiones rezaron en grupos separados, cada uno según las propias tradiciones.

Comenzó de esta manera el segundo momento de la visita papal en la ciudad de Francisco. Bergoglio llegó a las 11.30 y saludó uno por uno a los 200 participantes en las mesas redondas de la cumbre organizada por la Comunità di Sant’Egidio, a treinta años del encuentro convocado por Juan Pablo II. Después hubo un almuerzo dentro del convento franciscano, con 400 personas, en el que participaron algunos prófugos y durante el que se festejó el 25 aniversario de la elección de Bartolomeo como Patriarca Ecuménico de Constantinopla.

El Papa después se reunió individualmente con Bartolomeo, con el Patriarca sirio-ortodoxo de Antioquía, con el arzobispo de Canterbury, con el filósofo Zygmut Bauman, con el presidente de los ulemas indonesios Din Syamsuddin y con el gran rabino David Rosen. Posteriormente se reunió con los cristianos, reunidos en la basílica inferior, para la oración común.

El primado anglicano, Justin Welby, dijo que «nosotros vivimos en un mundo que no logra distinguir lo que cuesta de lo que vale… Veamos a nuestro alrededor en la Europa de hoy», nuestras «economías pueden permitirse gastar mucho, pero no son mas que fundamentos de arena. A pesar de todo, vivimos víctimas de la insatisfacción y de la desesperación; en la ruptura de las familias, en el hambre y en las desigualdades, en dirigirnos a los extremismos». «Debemos escuchar a Dios», que a menudo nos habla «mediante la voz de los más abandonados y de los más pobres».

El Patriarca Bartolomeo, en su meditación, dijo: «“Marana-Thá”; “Ven, Señor Jesús” es el mayor testimonio de todo cristiano… y hoy más que nunca resuena en demasiadas áreas del mundo, y sobre todo e Medio Oriente. Pero para que nosotros también podamos gritar “Ven, Señor Jesús” con nuestros hermanos sedientos de paz, debemos, como Iglesias, pasar por una “metànoia”, una conversión intrínseca, un cambio radical de mentalidad, una profunda revisión, y ser capaces, como cristianos, de poner en práctica eso a lo que nos llama el Libro del Apocalipsis: escucha, conversión, testimonio profético».

Tomando la palabra, Papa Francisco dijo: «Las palabras de Jesús nos interpelan, piden que encuentren lugar en el corazón y sean respondidas con la vida. En su “tengo sed”, podemos escuchar la voz de los que sufren, el grito escondido de los pequeños inocentes a quienes se les ha negado la luz de este mundo, la súplica angustiada de los pobres y de los más necesitados de paz. Imploran la paz las víctimas de las guerras, las cuales contaminan los pueblos con el odio y la Tierra con las armas; imploran la paz nuestros hermanos y hermanas que viven bajo la amenaza de los bombardeos o son obligados a dejar su casa y a emigrar hacia lo desconocido, despojados de todo. Todos estos son hermanos y hermanas del Crucificado, los pequeños de su Reino, miembros heridos y resecos de su carne. Tienen sed».

«Pero a ellos se les da a menudo —continuó—, como a Jesús, el amargo vinagre del rechazo. ¿Quién los escucha? ¿Quién se preocupa de responderles? Ellos encuentran demasiadas veces el silencio ensordecedor de la indiferencia, el egoísmo de quien está harto, la frialdad de quien apaga su grito de ayuda con la misma facilidad con la que se cambia de canal en televisión».

«Ante Cristo crucificado, “fuerza de Dios y sabiduría de Dios”, nosotros los cristianos estamos llamados a contemplar el misterio del Amor no amado, y a derramar misericordia sobre el mundo. En la Cruz, árbol de vida, el mal ha sido trasformado en bien; también nosotros, discípulos del Crucificado, estamos llamados a ser “árboles de vida”, que absorben la contaminación de la indiferencia y restituyen al mundo el oxígeno del amor. Del costado de Cristo en la cruz brotó agua, símbolo del Espíritu que da la vida; que del mismo modo, de nosotros sus fieles, brote también compasión para todos los sedientos de hoy».

«Que el Señor —concluyó— nos conceda, como a María junto a la cruz, estar unidos a él y cerca del que sufre. Acercándonos a cuantos hoy viven como crucificados y recibiendo la fuerza para amar del Señor Crucificado y resucitado, crecerá aún más la armonía y la comunión entre nosotros».

Durante el encuentro de oración fueron leídos los nombres de 27 países que están en guerra. Inmediatamente después, el Pontífice, con los otros líderes cristianos, subió al palco que se encuentra en la plaza sobre la basílica inferior, a donde también se dirigieron los representantes de las religiones del mundo para la ceremonia final de la jornada.

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