En ese lugar San Francisco enseñó a los pobres, con el pesebre, a transformar sus cabañas durante el periodo natalicio en catedrales con la escena del nacimiento de Jesús; les hizo entender que cada uno la puede representar en la propia vivienda, con los medios más sencillos
Por DOMENICO AGASSO JR. - TURÍN
En la Navidad de 1223, tres años antes de su muerte, quiso poner en el pesebre un asno y un buey vivos. Lo cuenta su hermano y biógrafo Tommaso da Celano: en una atmósfera nocturna en medio del bosque de Greccio, llegó mucha gente con antorchas y cirios a la cabaña que mandó hizo preparar; así nació el pesebre como lo conocemos hoy. Un sacerdote celebró la Santa Misa de media noche. Él, que era solo diácono, cantaba el Evangelio de la Natividad («In principio erat Verbum…») y después predicó: «y ese nombre, ‘Belén’, lo pronunciaba llenándose la boca de voz y de tierno afecto». San Francisco de Asís, tres años antes de morir, quiso que en el pesebre hubiera un asno y un buey vivos. El «Pobrecillo» le enseño a los pobres a transformar sus cabañas durante el periodo natalicio en catedrales con la escena del nacimiento de Jesús; les hizo entender que cada uno la puede representar en la propia vivienda, con los medios más sencillos
El nombre «pesebre» proviene del latín: «praeseps», que significa «comedero»: Y aparece tres veces en el Evangelio de Lucas, en el segundo capítulo: «María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue». La expresión se repite en boca del Ángel, que tranquiliza a los pastores, espantados por la sorpresiva luminosidad de la noche: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y los pastores, al acudir al lugar indicado, «encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre».
En los primeros tiempos cristianos era frecuente la representación de la Navidad, en cementerios y en lugares de culto, pero muchas veces no tenían el «pesebre». Mucho más tarde, la expresión latina llegó a indicar de una manera completamente diferente la representación de la Natividad. A los protagonistas de la narración, se añade una cantidad de otros personajes, situados en el evento de Belén por la fantasía popular. Un caso curioso es el del asno y el buey, que aparecen en los pesebres de todo el mundo. No se sabe quién los introdujo, pero fue en una época muy temprana. Quien los haya incluido se inspiró en un versículo del profeta Isaías (1, 3), que recrimina a los que han abandonado y desconocido a su Señor, mientras incluso «el buey conoce a su amo y el asno, el pesebre de su dueño».
Todo parece indicar, pues, que Papa Francisco fue a visitar ayer Greccio para subrayar, «tocar con la mano», que la representación de la Navidad que quiso el Santo de quien tomó el nombre es una manera para que Jesucristo esté más cerca, concretamente, de los más necesitados e indigentes (que representan el centro del Pontificado de Jorge Mario Bergoglio), para que también ellos, y no solo los más ricos puedan construir un pesebre.
Domenico Pompili, obispo de Rieti, habló sobre la visita de Francisco a Rieti y al Santuario francescano de Grecia, a los micrófonos de Tv2000 y de «inBlu Radio»: «El Papa había manifestado el deseo de conocer mejor Greccio y el lugar en desde el que el pesebre se difundió a todo el mundo gracias a San Francisco. Así, respondiendo a una invitación, me dijo, poco antes de Navidad, que habría venido de manera estrictamente reservada, justamente porque quería entrar al lugar de la primera representación del pesebre, que data de 1223».
Los mismos franciscanos se quedaron maravillados con la llegada del Papa: cuando llegó el Pontífice, reveló a Tv2000 el padre Alfredo Silverstri, guardián del santuario de Greccio, «no estábamos preparados. En ese momento no tenía ni el sayo puesto, por lo que fui rápido al refertorio para ponérmelo. Después abrí la reja al Papa. La escena más bella fue el beso de Francisco al altar en donde cada mañana nosotros celebramos la eucaristía. Fue un gesto conmovedor».
«El Papa», prosiguió Pompili, «llegó al final de la mañana y me dijo que, como persona bien educada, primero iba a saludar al obispo. Después, juntos, fuimos a Greccio», pero «antes de ir al santuario, el Papa se encontró con un grupo de 150 jóvenes que estaban haciendo un encuentro de nuestra diócesis. Fue una sorpresa: entró desde el fondo de la sala y se entretuvo unos 10 minutos hablando, mientras los jóvenes abrían los ojos pues nunca se habrían imaginado que lo habrían tenido tan cerca».
El Papa habló con los chicos, continuó Pompili, «de la estrella, que expresa la decisión que debemos tomar. Francisco subrayó también que cuando falta la estrella nos encontramos en una situación peligrosa, porque todos necesitamos una estrella que seguir. Después se refirió al Niño, que el el signo de la humildad de Dios, pero también una clara indicación para caminar hacia los más pequeños, más indefensos y marginados. Al final, también se tomó algunas ‘selfies’. Todo sucedió en una dimensión muy familiar. Fue un momento muy hermoso e intenso».
Después del encuentro, Francisco se dirigió al Santuario de Greccio y, explicó el obispo de Rieti, «se entretuvo con los frailes de la comunidad que custodian el lugar afrescado del primer pesebre, y dejó su firma en el libro de visitas».
El Papa, subrayó Pompili, mostró mucha curiosidad por «este lugar tan periférico y vivió muy intensamente el encuentro físico con este espacio antiguo, deteniéndose durante algunos instantes en silencio frente a los frescos medievales que retratan a San Francisco y a la Virgen dándole el pecho el Niño Jesús. El Papa se quedó durante mucho tiempo en silencio con la mirada fija en este fresco».
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