En su discurso anual al cuerpo diplomático el Papa Francisco alzó la voz a favor de los migrantes, “víctimas de la falta de escrúpulos de los hombres” y clamó por la pacificación en las zonas violentas del mundo
Por ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZ - CIUDAD DEL VATICANO
“Tristemente hoy escuchamos la voz de Judas que quiere vender a su hermano”. El Papa echó mano de imágenes bíblicas para denunciar los flagelos de la humanidad. En su discurso de inicio de año al cuerpo diplomático, Francisco urgió a frenar el tráfico de personas, alzó la voz por los refugiados, lamentó el perpetuarse de la violencia en las zonas “calientes” del mundo y pidió un “decidido compromiso común contra la cultura del descarte”.
“Es la arrogancia de los poderosos que, con fines egoístas o cálculos estratégicos y políticos, instrumentalizan a los débiles y los reducen a objetos”. No usó medias tintas Bergoglio, ante los embajadores congregados en la Sala Regia del Palacio Apostólico Vaticano. Centró buena parte de su mensaje en el tema de la migración, pero también recordó sus viajes apostólicos de 2015 y celebró la firma algunos acuerdos internacionales en materia nuclear o del cambio climático.
Instó a escuchar la voz de miles de personas que “lloran huyendo de guerras espantosas”, de persecuciones y de violaciones de los derechos humanos, de indescriptibles barbaries cometidas contra personas indefensas, como los niños y los discapacitados, o el martirio por el simple hecho de su fe religiosa; de la miseria extrema y el hambre, sin tener acceso a la atención médica y a la educación; de la degradación, porque no tienen ninguna perspectiva de progreso, o de las condiciones climáticas extremas.
“¿Cómo no ver en todo esto el fruto de una ‘cultura del descarte’ que pone en peligro a la persona humana, sacrificando a hombres y mujeres a los ídolos del beneficio y del consumismo? Es grave acostumbrarse a estas situaciones de pobreza y necesidad, al drama de tantas personas, y considerarlas como normales”, advirtió.
Constató que la sociedad se ha vuelto insensible a cualquier forma de despilfarro, comenzando por el de los alimentos, “uno de los más vergonzosos”, además de ya no considerar a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar.
Para el Papa, un extendido “espíritu individualista” genera la indiferencia hacia los demás y lleva al hombre a tratar a su semejante como “puro objeto de compraventa”, convirtiendo a las personas en sean pusilánimes y cínicas. “¿Acaso no son estas las actitudes que frecuentemente asumimos frente a los pobres, los marginados o los últimos de la sociedad? ¡Y cuántos últimos hay en nuestras sociedades!”, añadió.
Llamó a detener tráfico de personas, que convierte a los seres humanos en mercancía, “especialmente a los más débiles e indefensos”, al recordar las “indelebles imágenes” de los niños ahogados en el mar, víctimas de la falta de escrúpulos de los hombres.
Para combatir las causas que provocan la emigración, pidió poner en discusión “prácticas consolidadas” relacionadas con el comercio de armas, el abastecimiento de materias primas y de energía, la inversión, la política financiera y la grave plaga de la corrupción.
Destacó la necesidad de establecer planes a mediano y largo plazo en materia migratoria, que no se queden en la simple respuesta a una emergencia y que sirvan para una real integración en los países de acogida, además de favorecer el desarrollo de los países de proveniencia, con políticas solidarias que no sometan las ayudas a estrategias y prácticas ideológicas ajenas o contrarias a las culturas de los pueblos a las que van dirigidas.
Más adelante subrayó el esfuerzo europeo por ayudar a los refugiados y solicitó que no se pierdan los valores de acogida, aunque reconoció que estos a veces se vuelven “una carga difícil de soportar”. Llamó a no abandonar a los países comprometidos en primera línea en la ayuda a los refugiados y confió en que Europa logre encontrar un “justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos y de garantizar la asistencia a los emigrantes”.
Deseó el éxito del Primer Vértice Humanitario Mundial convocado por las Naciones Unidas para el próximo mes de mayo y estableció la urgencia de un “compromiso común” que “acabe decididamente con la cultura del descarte y de la ofensa a la vida humana, de modo que nadie se sienta olvidado y que no se sacrifiquen más vidas por falta de recursos y de voluntad política”.
Francisco aseguró también que experiencia religiosa auténticamente vivida promueve la paz y que para Dios el poder no significa fuerza y destrucción, sino amor; la justicia no significa venganza, sino misericordia.
“Sólo una forma ideológica y desviada de religión puede pensar que se hace justicia en nombre del omnipotente masacrando deliberadamente a personas indefensas, como ocurrió en los sanguinarios atentados terroristas de África, Europa y Oriente Medio”, afirmó.
Empero, sostuvo que el extremismo y el fundamentalismo se ven favorecidos no sólo por una instrumentalización de la religión por parte del poder sino también por la falta de ideales y la pérdida de la identidad, incluso religiosa, que “caracteriza dramáticamente” a Occidente. Aseguró que del vacío religioso nace el miedo que empuja a ver al otro como un peligro y un enemigo, a encerrarse en sí mismo, enrocándose en sus planteamientos preconcebidos.
El Papa evocó además sus viajes internacionales de 2015. Especialmente el paso por la República Centroafricana, una nación lacerada por la violencia fratricida donde se ha logrado una cierta estabilidad política. También pasó revista a su paso por Bosnia Herzegovina, por Bolivia, Ecuador y Paraguay, Cuba y Estados Unidos.
Finalmente celebró los acuerdos firmados en el año que terminó: sobre el programa nuclear iraní y sobre el clima, en la Conferencia de París. Pidió que no queden sólo en buenos propósitos. Expresó su preocupación por los “graves contrastes” surgidos en la región del Golfo Pérsico, así como el “preocupante ensayo militar” realizado en la península coreana”.
“Espero que los antagonismos abran paso a la voz de la paz y de la buena voluntad en la búsqueda de acuerdos”, apuntó. En contraparte animó a las señales positivas procedentes de República Centroafricana y Chipre. Urgió a una “acción política conjunta” para contener la propagación del fundamentalismo, con sus implicaciones de carácter terrorista, que producen tantas víctimas en Siria y Libia, así como en otros países, como Irak y Yemen. Llamó al diálogo en Burundi, República Democrática del Congo, Sudán del Sur y Ucrania.
“El reto principal que nos espera es el de vencer la indiferencia para construir juntos la paz. Por desgracia, entre las muchas partes de nuestro querido mundo que la anhelan ardientemente está la Tierra que Dios ha elegido para mostrar a todos el rostro de su misericordia. Mi esperanza es que se cierren las profundas heridas que dividen a israelíes y palestinos y se consiga la convivencia pacífica de dos pueblos que, en lo profundo de sus corazones, no desean otra cosa que la paz”, ponderó.
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