Palabras en cascada

Palabras en cascada

A propósito de Purim: Sonríe para la foto

Sonríe para la foto, niña

que no se note que has llorado.

Cúbrete los ojos hinchados

pellizcate las mejillas

pon brillo y color a tus labios.

Viste de Dior y cúbrete de Chanel.

Esconde tu sufrimiento; niña

barre tus miserias y enojos.

Haz una pila y métela bajo la cama.

Si te partieron los huesos, niña.

Si te agrietaron el alma, chica.

Si tienes cubierta la cara de cenizas

y tus heridas aún sangran y claman...

No les hagas caso, chica.

Ponte maquillaje y sonríe para la cámara,

que el click dura segundos

y casi no duele nada.

Luego ven a mis brazos

y yo guardaré tus lágrimas.

Consolaré tu aliento

y besaré tu alma.

Pero aquí en silencio.

Pero aquí en la calma.

Para que nadie sepa...

Para que nadie opine

Para que nadie diga y haga...

Ponte tu maquillaje

y sonríe para la cámara.

Hace poco, los miembros del pueblo judío celebramos la festividad de Purim. Algunos nos pusimos máscaras y disfraces para honrar esta fecha junto a nuestros niños y jóvenes. Algunos simplemente nos las quitamos. No hay forma de diferenciar entre unos y otros. Somos la sociedad del camuflaje.

Andamos por la vida demostrando a los demás aquello que no somos. Publicamos en redes sociales rostros maquillados y cuerpos engalanados que esconden la realidad, que ocultan aquello que no queremos que adivinen.

Pintamos mentiras sobre nuestros rostros tristes y solitarios. Distraemos las miserias con escarcha y brillantina. Estampamos sonrisas falsas en fotos aún más falsas. No importa cómo se sientan nuestros hijos, mientras sepan guardar las apariencias, mientras puedan seguir bailando en las fiestas.

Purim nos recuerda que nada es lo que aparenta. Que el mal y el bien pueden lucir similares. Que todos andamos tan mareados por la vida que normalmente somos incapaces de diferenciar a Mordejai de Amán.

Lo peor no es que hemos decidido escondernos debajo de máscaras y disfraces, lo peor es que llegamos a creernos que somos esas máscaras y esos disfraces. Tal vez los cambiemos de acuerdo con la ocasión, pero después de Purim, casi todos seguimos escondidos.

Lo más triste es que terminamos sin saber quiénes somos realmente, quiénes somos detrás de las murallas que armamos para que no nos hagan daño; quienes somos detrás de las fachadas que montamos para que los demás no penetren nuestras defensas. Y más de uno pierde el sentido de la vida, más de uno pierde sus motivaciones, sus convicciones y sus certezas. Más de uno es aplastado por su propia depresión.

También estamos aquellos que enseñamos a nuestros hijos a esconderse detrás de las sonrisas que fingen para las cámaras. Las muecas que sobreponen en sus rostros para simular su tristeza, su dolor, su frustración y su enojo mientras suena el click que los retrata.

Algunas madres solemos consolar a nuestros hijos cuando la tristeza los desborda, cuando ya no pueden contener sus lágrimas. Los abrazamos en silencio y besamos sus mejillas húmedas y saladas. Los acunamos como cuando eran pequeños e indefensos. Los mecemos suavemente para contener todo su sufrimiento entre los brazos. Lo hacemos cuando nadie nos mira, cuando nadie nos señala, cuando nadie puede amenazar ese espacio sagrado y bendito que es el amor que une a las madres con sus hijos.

Algunas madres sabemos que lo mejor para nuestros hijos es que sigan ocultos detrás de expresiones fingidas, detrás de la vida que publican en redes sociales para aparentar, detrás de capaz de Chanel, detrás de perfumes Dior.

Somos los maestros de la ilusión. Somos los magos de la ficción. Sonreímos para las fotos y lloramos en los baños.

Nos hemos convertido en un eterno carnaval de disfraces. Somos la sociedad de lo efímero, de lo aparente, de lo desechable. Somos los estimulantes, los somníferos y los sedantes que nos consumen mientras los consumimos. Somos dietas, anorexia y gimnasio. Somos redes sociales, brillo, mentira y colorete. Somos máscaras y antifaces. Somos el baile orquestado de un barco en pleno naufragio.

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