El padre Ángel, obispo y cardenal

El padre Ángel, obispo y cardenal

MIÉRCOLES

Auditorio de la Fundación Pablo VI. Premios Carisma. Más que merecidos. Brotes de Olivo. Por sus 50 años cantando para resucitar a este mundo que se muere. Rosa y Vicente tienen unos cuantos hijos. Los reconocidos de cuna. Los que han criado en Pueblo de Dios. Pero también otros: cientos, miles, que han (hemos) madurado con el susurrar de una voz y el rasgueo de una guitarra, que siguen gritando ‘Maranatha’. Chito sube al escenario. En nombre de todos. Todos uno. Y deja un recado para el tembleque propio y ajeno a la hora de entonar cualquier repertorio. “Cuidado con lo que cantáis, porque las canciones nos liberan el alma y, a la vez, nos comprometen”.

JUEVES

Llamada del padre Ángel. Nada más salir de los palacios apostólicos. No puede evitar contar que ve al Papa sin signo alguno de abatimiento. Más bromista todavía que en sus anteriores encuentros. Se atreve a provocarle nada más recibirle, hasta con la bufanda roja que siempre porta el de Mensajeros de la Paz. “¿Venís vestido de cardenal?”, le suelta Francisco, que accede a bendecir al cura asturiano el anillo episcopal que le regaló don Gabino Díaz Merchán. “¡A ver si van a pensar que te he hecho obispo!”. Carcajada mutua por lo que pudiera ser y no es.

DOMINGO

Muere Ablaye, el enfermo terminal senegalés que luchó por pasar sus últimos días acompañado de su hijo en Málaga. Esfuerzo de todos para un reencuentro en la recta final que habla de un duelo encauzado en el abrazo. El perfume de entonces, derramado ahora por cada baldosa en la habitación de un hospital. Tierra sagrada a pie de gotero, que merece la pena bendecir una y otra vez.

MARTES

España en octavos del Mundial. Partido más que tedioso. Por ambas partes. 120 minutos con 1.019 pases y solo dos tiros a puerta. ‘Tiki taka’ para forjar un aburrimiento insondable. Decepción de una selección que dejó pasar el tiempo sin tomar una sola iniciativa. Lección personal sobre cómo desgastarse y malgastar la vida mareando la perdiz. De un lado a otro, sin rematar, sin asumir el riesgo de colarse por la banda o por el centro. Jugar a una falsa espera que no lleva a ninguna parte, porque acabas en el mismo sitio. Trampas que, a veces, nos llevan a advientos eternizados por voluntad propia, a desesperar porque el que ha de nacer se abaja en el pesebre de la esperanza activa, no en la cuna de un ‘tiki taka’ tan mareante y acomodaticio como mortecino.

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