El discurso de Francisco a la CEI tocó puntos neurálgicos pala la Iglesia italiana, empezando por la invitación a no querer «tele-guiar» a los católicos comprometidos en ámbito social o en la política
El breve y denso discurso que Papa Francisco pronunció ayer ante los obispos de Italia ofreció ejemplos e indicaciones concretas. Además de la invitación a «no ser tímidos o irrelevantes en la denuncia y en la derrota de una mentalidad difundida de corrupción pública y privada, que ha logrado empobrecer, sin ninguna vergüenza, a familias, jubilados, trabajadores honestos, comunidades cristianas, descartando a los jóvenes, privándolos sistemáticamente de cualquier esperanza de futuro, y, sobre todo, marginando a los débiles y necesitados», el Papa insistió en la defensa del pueblo de las «colonizaciones ideológicas» (referencia a la teoría de género ya aludida en otras ocasiones). El mensaje del Papa contenía dos indicaciones muy importantes y que tendrán seguramente consecuencias, de ser tomadas en serio.
La primera tiene que ver con el método. Francisco explicó que la vocación de los cristianos y de los obispos «es la de ir contra corriente». Pero este “ir contra corriente” significa «ser testimonios alegres del Cristo Resucitado para transmitir alegría y esperanza a los demás» y «consolar a todos los afligidos» sin distinción. En una época caracterizada por el desconsuelo, debido a las noticias tanto locales como internacionales, el Pontífice invitó a los obispos a ser «alegres testimonios» y comunicadores de esperanza. Es la propuesta de la imagen de una Iglesia capaz de atraer mediante la belleza de la experiencia que propone, y no de una Iglesia que necesita un enemigo para sentirse viva y creer que consiste en las batallas culturales en las que se ve como protagonista o en los aparatos de los que dispone.
La segunda indicación es fundamental en relación con la manera de concebir al laicado católico. El Papa pidió «reforzar» el «insidpensable papel» de los laicos para que asuman «las responsabilidades que les tocan». Los laicos «que tienen una formación cristiana auténtica –explicó el Papa– no deberían necesitar “obispos-piloto”, o “monseñores-piloto” ni un “input” clerical para asumir las propias responsabilidades a cualquier nivel, ¡desde el político hasta el social, desde el económico hasta el legislativo! ¡Por el contrario, necesitan al obispo pastor!».
Pero hay que reconocer que en muchas partes los mismos laicos han permitido que se refuerce el modelo del “obispo-piloto”, al ir a pedir bendiciones antes de dar cualquier paso y buscando apoyos eclesiales para sus proyectos.
Hablando sobre la relación entre la política y la religión, en una entrevista del 15 de diciembre de 2015, el Papa afirmó: «La relación debe ser al mismo tiempo paralela y convergente. Paralela, porque cada uno tiene su camino y sus diferentes tareas. Convergente, sólo para ayudar al pueblo. Cuando las relaciones convergen antes, sin el pueblo, o sin tomar en consideración al pueblo, comienza ese contubernio con el poder político que acaba pudriendo a la Iglesia: los negocios, los compromisos… Hay que proceder paralelamente, cada uno con el propio método, las propias tareas, la propia vocación. Convergentemente solo en el bien común.
Es la Iglesia la que «pudre», para usar la expresión de Francisco, cuando la relación con la política «converge» antes del bien común. Las palabras que el Papa pronunció ayer ante la CEI hay un modelo de obispo pastor y de laico libre y responsable: el primero no debe tratar de “pilotear” las decisiones del segundo en los ámbitos que le competen. El segundo no debe buscar apoyos constantes, bendiciones, y no debería quejarse constantemente si las jerarquías no repiten cada semana ciertos contenidos, como desgraciadamente sucede todavía.
Los temas de la defensa de la vida en cada una de sus fases, de la tutela de la familia, de la lucha contra las «colonizaciones ideológicas» que tratan de imponer ciertos modelos, han estado y están en el centro de la Iglesia italiana (y no solo). Sin embargo, estos temas parecen haber sido olvidados por algunos políticos acostumbrados a pedir bendiciones, así como otros temas indicados en la famosa Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre «algunas cuestiones relacionadas con el compromiso y con el comportamiento de los católicos en la vida política» (de 2002). Particularmente «el desarrollo para una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social».
Para concluir, no hay que olvidar uno de los ejemplos que ofreció el Papa en su discurso a los obispos italianos: «Si se organiza un congreso o un evento que pone en evidencia las voces de siempre, narcotiza a las comunidades, homologando decisiones, opiniones y personas. En lugar de dejarse transportar hacia esos horizontes en los que el Espíritu Santo nos pide que vayamos».
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