El Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández, reflexiona en su carta semanal sobre la figura del Espíritu Santo, al que considera el “motor del corazón de Cristo”.
Por Nicolás de Cárdenas
“Es el abrazo, el beso de amor” entre el Padre y el Hijo y que Cristo envía sobre su Iglesia para santificarla, añade.
El prelado detalla que el papel del Espíritu Santo “es el de unir, porque brota de la comunión del Padre y del Hijo” y que se trata de “un personaje silencioso y discreto” que sostiene la vida del cristiano aunque no se dé cuenta, pues “no tiene un papel de lucimiento, sino de eficacia”.
Esa eficacia se hace patente en que “Él es el autor de la Encarnación del Hijo, misterio inabarcable, por el que Dios ha llegado de su mundo al nuestro”.
El Espíritu Santo, indica el obispo, también “ha sido motor del corazón de Cristo”, el que le ha infundido “las ansias redentoras”, el que lo ha llevado a “la entrega suprema en la Cruz” y el que lo ha resucitado del sepulcro.
Mons. Fernández hace notar que la palabra “Paráclito” con la que se designa al Espíritu Santo significa “el que está a nuestro lado y habla de nuestra parte ante un juicio”.
Así Jesús, “el primer abogado defensor”, nos promete “otro Paráclito que estará siempre con nosotros, nos defenderá siempre, nos introducirá en la intimidad jugosa del Padre y del Hijo, nos incendiará el corazón, nos infundirá las ansias redentoras de Cristo”.
“De ese Espíritu habla Jesús, y cumplirá su promesa cuando lo envíe a su Iglesia el día de Pentecostés”, afirma el prelado.
El Espíritu Santo es quien realiza de forma silenciosa, humilde y eficaz “la transformación de nuestro corazón” para que sea posible la vida cristiana, que es “Cristo en nosotros, parecernos a Él, vivir como vivió Él”, incide.
Por eso, concluye Mons. Fernández, “es necesario recurrir continuamente a su actuación, pedirla, desearla, disponernos a recibirla”.
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