La Santa Sede ha denunciado ante la ONU la situación de los niños de Siria que viven su infancia sin acceso a la educación y sin un lugar en el que establecerse.
“Cuando muera, voy a contarle todo a Dios”. Esta frase ha circulado en las últimas semanas por las redes sociales atribuida a un niño sirio de tres años, herido de gravedad durante los enfrentamientos en su país. Sea verídico o no, describe la cruel realidad que a su corta edad deben afrontar millones de niños y que ahora denuncia monseñor Silvano Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante la ONU.
El futuro de toda una generación en Siria pende de un hilo a causa de la guerra. Cada vez son más los niños apátridas que no tienen derecho a la educación y han sido separados de sus familias, niños que han tenido que convertirse en adultos sin haber alcanzado la mayoría de edad para poder sobrevivir en un país sacudido por la violencia.
En su intervención ante el Consejo de Derechos Humanos, Tomasi presentó datos de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre la República Árabe de Siria que aseguran que desde la crisis, más de 10 millones de sirios han huido de sus hogares. “Esto es casi la mitad de la población del país, ahora privada de sus derechos elementales”, aseguró.
Los niños son los que más sufren las consecuencias de esta devastadora guerra civil siria. Tomasi ha denunciado que los menores no son registrados al nacer, y por tanto, ante la ley jamás han nacido. “Los niños apátridas cruzan fronteras internacionales solos y se encuentran totalmente abandonados”, advirtió el representante de la Santa Sede.
Pero sin duda, la realidad más sangrante es la provocada por el Estado Islámico. Los niños son usados como terroristas suicidas o escudos humanos en los ataques militares. ISIS no ha dudado tampoco en ajusticiar en masa a los pequeños o, en el mejor de los casos, venderlos como esclavos en los mercados. El Vaticano ha pedido a la ONU que se luche para frenar todas estas atrocidades.
Sin embargo los problemas no terminan aquí. Aunque los niños logren escapar de las garras de ISIS, siguen sin poder tener acceso a una educación o a los servicios más básicos, lo que destruye sus posibilidades de un futuro mejor. En Siria, más de 5.000 escuelas han sido destruidas lo que impide la alfabetización de más de medio millón de estudiantes.
En los campos de refugiados, por su parte, proporcionar una educación a los menores es cada vez más difícil. La Santa Sede ha señalado que “en los campos sólo hay 40 profesores para más de 1.000 estudiantes, con edades comprendidas entre los 6 y los 17 años”.
Además, la situación de indocumentados de estos niños hace que sean “susceptibles de ser adoptados ilegalmente, reclutados por un grupo armado, explotados o forzados a ejercer la prostitución”, ha advertido Tomasi.
El representante del Vaticano ante la ONU ha propuesto algunas medidas para aliviar la situación de estos niños y trabajar por su futuro. Entre estas medidas, Tomasi ha destacado “simplificar los mecanismos y requisitos para el registro, renunciar a los impuestos o comprometerse en una legislación que incluya a los refugiados”.
“La Comunidad Internacional parece haber calculado mal el alcance de la crisis siria”, aseguró el prelado. “Muchos creían que el flujo de refugiados sirios era temporal y que esos refugiados dejarían los países de asilo dentro de pocos meses. Ahora, después de cuatro años de conflicto, parece probable que estos refugiados se mantendrán y que la población local tendrán que aprender a vivir con ellos a su lado”.
Mons. Tomasi señaló que la violencia en Oriente Medio también ha provocado la separación de las familias. Algo que “obliga a muchos niños a valerse por sí mismos”. La solución pasaría por “hacer un esfuerzo extra para facilitar la reunificación con sus familias”, indicó.
”El derecho a una identidad legal, a una educación adecuada y a la familia son elementos claves y requisitos específicos de un sistema integral de protección del niño” y “requieren la estrecha cooperación de todas las partes interesadas”.
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