Corrupción, abuso de poder, nepotismo: males que destruyen sociedades musulmanas de dentro hacia fuera.
¿Dónde están las voces valientes que denuncian estas injusticias? Muchas veces, el miedo, la desesperanza o el fatalismo religioso callan la denuncia.
«Allah lo juzgará», dicen, mientras la injusticia arrasa con generaciones.
El islam enseña la justicia, el bien común, la honestidad. No luchar contra el mal, teniendo la capacidad de hacerlo, es un pecado en sí mismo.
¿No es entonces una obligación religiosa enfrentarse a los corruptos en lugar de resignarse?
El silencio permite que los opresores sigan en el poder.
Cuando el pueblo calla, la corrupción se enraíza más profundamente.
¿Es la resignación un acto de fe o de cobardía disfrazada de paciencia?
Romper este círculo de miedo y sumisión es vital para cualquier cambio real.
La justicia no es una opción, es un deber islámico.
¿Seguiremos aceptando la corrupción en nombre de una paciencia mal entendida?
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