Murió el argentino que cuidó secretos vaticanos

Murió el argentino que cuidó secretos vaticanos

• HASTA LA LLEGADA DE BERGOGLIO FUE EL CRIOLLO MÁS IMPORTANTE QUE HUBO EN LA SANTA SEDE CON PERFIL POLÍTICO

La delegación argentina que esta semana desembarcó en el Vaticano tendrá su primera aparición pública mañana en la misa que rezarán en el altar principal de la Basílica de San Pedro el papa Francisco y el cardenal decano de la Santa Sede, Angelo Sodano, en memoria del cardenal argentino Jorge Mejía, quien murió ayer en Roma a los 91 años. Este purpurado fue durante años el argentino más encumbrado de la burocracia vaticana,en donde ocupó importantes cargos, entre ellos el de director de la biblioteca y el archivo secreto de los papas.

Esa delegación argentina la integran el nuevo embajador,Eduardo Valdés, y, entre otros, el secretario de Culto, Guillermo Oliveri. Valdés viajó para hacerse cargo de la embajada que dejó Juan Pablo Cafiero (asume el próximo 20 de diciembre; ayer presentó copia de las cartas credenciales) y Oliveri, junto a la ministra Teresa Parodi, participarán el viernes 12 de la Misa Criolla que rezará Francisco también en San Pedro, acompañados de una banda de músicos provenientes de la Argentina y el concurso del coro de la Capilla Sixtina, con quienes ensayaron juntos ese espectáculo.

Mejía era un personaje de otra época, pero hasta la llegada de Francisco como Papa, ningún argentino había alcanzado tanto relieve en el gabinete papal. Había sido compañero de Karol Wojtyla cuando estudiaban en Roma en su juventud en el "Angelicum", y apenas el polaco fue elegido como Juan Pablo II, le confió uno de los proyectos más importantes de su pontificado,como fue la relación con los judíos, con quienes Juan Pablo II hizo acercamientos históricos que nunca había hecho la Santa Sede. 

También fue directivo de la Comisión Justicia y Paz, uno de los órganos más políticos de esa burocracia y en la congregación de los obispos. Terminó como director de la Biblioteca Vaticana y del archivo secreto, cargo que mantuvo hasta 2003, cuando lo dejó para jubilarse. Vivía en Roma desde 1977, y apenas fue elegido Papa,Francisco fue a visitarlo a una clínica en donde se atendía de dolencias que le provocaron ayer la muerte.

Su actuación desde la juventud en la Iglesia argentina tuvo siempre importancia política. Fue el principal discípulo de monseñor Gustavo Franceschi, uno de los intelectuales católicos más importantes de la historia argentina.Franceschi animó la vida intelectual hasta su muerte en 1957, como polemista, activista político y director de la revista Criterio, cargo en el cual lo sucedió Mejía hasta que se fue al Vaticano en 1977. Eran tiempos de menos visibilidad para los protagonistas de la vida pública, pero Franceschi, como Mejía, fueron actores centrales de las polémicas entre la Iglesia el peronismo. Juntos actuaron a finales del primer peronismo en la fundación del partido Demócrata Cristiano, un propósito animado por el papa Pío XII inspirado en la experiencia italiana. Ese partido dividió al peronismo gobernante antes de 1955 al sumar a católicos desgarrados por la pelea de Juan Perón con la Iglesia que culminó con la ley de divorcio y el incendio de los conventos.

La obra de Mejía hay que seguirla repasando la lógica editorial de la revista Criterio, que había fundado a finales de los años '20 Atilio Dell'Oro Maini, que participó como ministro de Educación de Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu durante el gobierno de facto de la llamada Revolución Libertadora. Dell'Oro Maini promovió el decreto-ley que restauró la autonomía universitaria pero que abrió en uno de sus artículos la posibilidad de la creación de las universidades privadas, uno de los proyectos más importantes para la Iglesia de aquel tiempoy que nunca tuvo una vuelta atrás, pese a los conflictos que desencadenó y que se prologaron al gobierno deArturo Frondizi, quien consolidó ese proyecto.

Como religioso y como intelectual Mejía siguió una línea central en la historia de la Iglesia argentina que transitó desde el nacionalismo de derechas a un liberalismo en el sentido literal si se lo contrasta con la línea de la Iglesia conservadora, más tolerante con el peronismo y, décadas más tarde, con las izquierdas. Eso explica la actuación de Mejía en el país pero más aun junto a Juan Pablo II desde 1977, quien llevó adelante un rumbo político afín.

Desde su instalación allí Mejía fue central en las relaciones de la Argentina y el Vaticano; el día que se destapen los secretos de los archivos de esa época - y que él cuidó - se conocerá cómo actuó durante la crisis con Chile por el Beagle o durante la guerra de Malvinas. También la fue la puerta de confianza para que políticos argentinos tuvieran acceso al Vaticano durante todos los gobiernos.

Tenía, pese a la diferencia de edad, una relación estrecha con Jorge Bergoglio, a quien le aseguró siempre el acceso a la cúpula vaticana, aun en momentos cuando ésta estaba dominada por sectores del ala conservadora de la Iglesia argentina y buscaban acortarle el espacio al entonces arzobispo de Buenos Aires. Aunque estaba retirado y su importancia política había declinado en la última década, Bergoglio tuvo el gesto de visitarlo y hacer pública una de las dos visitas que le hizo en el último año. 

El actual Papa tiene un interés intelectual que lo diferencia de otros religiosos y es acertado identificarlo con esa ala no conservadora de la Iglesia criolla. Los unía otro hecho de su vida porque compartieron la promoción deMejía como cardenal y diácono del título de San Jerónimo de la Caridad por Juan Pablo II.

Del Mejía libresco queda la tarea en la biblioteca y archivo vaticanos, que abrió a investigadores en una medida nunca conocida antes, pero ese mérito quedó apagado por sucesivas administraciones que incorporaron tecnología de conservación y reproducción digital. En el último tiempo debió tolerar ser protagonista lateral de una crónica policial, merced a un secretario distraído que llevó un auto asignado a él a un taller de un amigo para un arreglo y el vehículo apareció con 4 kilos de cocaína en los alpes franceses. Un pecadillo del cuerpo aunque innoble para una vida dedicada a otras altas dignidades del alma.

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