Monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú, aprovechó su columna semanal para contar la historia de de vida de Matías, un joven que como otros desde los 18 hasta los 25 años libró una batalla desigual contra la cocaína.
Un relato de dolor y sufrimiento que no es exclusive de este joven y que llevó al obispo a reflexionar: “Una cantidad creciente de jóvenes son apresados en las redes del consumo sin poder liberarse de estas cadenas de opresión, tristeza y vacío” y pedir: “No demos vuelta la cara. No es un ‘problema de ellos’, esta situación nos aflige a todos”.
“Recuerda las mentiras en casa acerca de los estudios universitarios que abandonó apenas empezados en la ciudad de Paraná, pero de lo cual nada dijo durante dos años. Eso lo llevó a pervertir y arruinar casi todas sus relaciones de afecto. Poco a poco se hundió en soledad y tristeza que le proporcionaban autocompasión y engaño, y hasta una falsa justificación de su adicción”, detalló.
El prelado señaló que con el correr del tiempo la familia de este joven “le dijo basta, uno de los desgarrones más dolorosos; la novia, también basta; los amigos, basta; el hospital, basta... y un día Matías también dijo basta, y decidió pelear para dejar de consumir”.
“Había tenido un par de entradas por delitos menores, y de pronto se encontró pactando con algo más grosso y pesado. Entonces se dijo: ‘no, yo con eso no’”, relató.
El obispo gualeguaychense dijo que Matías reconoce que “esa fue una de las 5 decisiones más lúcidas de su vida. Estaba subido en un tobogán en el cual la velocidad aumentaba y las posibilidades de frenar disminuían también aceleradamente” e indicó que “se tuvo que esconder porque lo buscaban: unos, para tentarlo; otros, para amenazarlo si contaba algo”.
Tras detallar que “empezó a pedir ayuda y averiguar. Muchas puertas quedaron cerradas. Una persona lo llevó a un lugar que Matías llama ‘comunidad trucha’”. Allí, memora el joven, “te pasabas todo el día diciendo Jesús, Jesús, Jesús... y no mejoraba en nada’. El tratamiento giraba en torno al canto y la venta de pan. ‘Los supuestos terapistas y seudo religiosos comían bien, tenían buenos autos, y nosotros vivíamos como podíamos. Una noche los enganché a dos de ellos consumiendo, y me fui”.
Monseñor Lozano dijo que le preguntó dónde quedaba ese lugar o el nombre, y no quiso decírselo, y destacó que luego lo vincularon con una comunidad terapéutica muy buena. “Como era privada, la cuota era imposible de cubrir por la familia y amigos; pero consiguieron una beca de Sedronar que les cubrió buena parte del tratamiento”, valoró
El prelado contó que el joven le aclaró: “Cuando digo familia me refiero a mis tíos y primos, porque mis padres no querían saber nada. Recién hace unos meses me volvieron a hablar”.
“Salir se puede... pero es muy difícil. De los 10 jóvenes que nos juntábamos a consumir tres murieron, cuatro están cada vez peor, uno preso, y dos (Matías y otro) nos estamos recuperando con gran esfuerzo", le admitió Matías, que hace cuatro años que no consume.
El obispo contó que el joven le dijo que de adolescente había sido catequista y animador de grupos de niños: “Fui feliz en ese tiempo, hasta que todo se vino abajo. Capaz que en algún momento me animo y vuelvo. Había empezado a ir a misa cada tanto, pero siento que la gente me desconfía... o tal vez yo siento vergüenza".
“Le gusta el trabajo que está haciendo y lo cuida mucho. El cariño por su hijo le es de gran motivación, aunque arrastra fracasos y sufrimientos del pasado que se le tiran como avalancha. Sigue vinculado a un grupo con encuentros semanales en el cual se sostienen mutuamente”, agregó.
“Cuántas lágrimas y noches de dolor. Cuánto sufrimiento en familiares y amigos. ¡Cuánto dinero manchado con sangre! Una cantidad creciente de jóvenes son apresados en las redes del consumo sin poder liberarse de estas cadenas de opresión, tristeza y vacío. No demos vuelta la cara. No es un ‘problema de ellos’, esta situación nos aflige a todos”, concluyó.
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