Milagros argentinos

Milagros argentinos

Cuatro personas, cuatro curaciones extraordinarias que hacen visible la fuerza de lo invisible. Entrevista a la autora, Silvina Premat.

Por Alver Metalli

“Milagros Argentinos” (Editorial Sudamericana) es el tercer libro de Silvina Premat, quien dedicó los dos anteriores a los sacerdotes que viven en las villas de emergencia de Buenos Aires. El ámbito que prefiere la periodista argentina es la investigación cuidada y minuciosa en el terreno, tanto si se trata fenómenos de múltiple relevancia social como fenómenos –tal es el caso de “Milagros Argentinos”- de relevancia exquisitamente religiosa. Desde 2003 Silvina Premat es redactora de la sección de Cultura del diario La Nación y sus escritos se caracterizan por una narración in crescendo que acumula detalles y observaciones, y progresivamente estos van demostrando toda su fuerza explicativa respecto de los fenómenos investigados. “Milagros Argentinos” confirma esa predilección por la exploración cuerpo a cuerpo. En realidad el objeto del nuevo libro son más bien los milagrados, las personas que permitieron acceder al santoral católico a un santo y tres nuevos beatos.

Cuatro “Milagros Argentinos”, cuatro curaciones que la ciencia no puede explicar…

Sí, son cuatro curaciones ocurridas en la Argentina en los últimos años, que la ciencia no puede explicar y la Iglesia considera milagros, junto con las cuatro semblanzas de los que intercedieron delante de Dios para que se produjeran esos hechos extraordinarios: el sacerdote cordobés José Gabriel Brochero, el salesiano mapuche Ceferino Namuncurá, el enfermero italoargentino Artémides Zatti y la religiosa María Crescencia Pérez, nacida en el partido de San Martín, provincia de Buenos Aires.

¿En qué consistieron esas curaciones y dónde y cuándo ocurrieron?

En 2013 Camila Brusotti, de ocho años recibió, una golpiza en su casa, en la provincia de San Juan, que le provocó un infarto cerebral; en 1999 a Valeria Herrera, en Córdoba, se le diagnosticó un virulento cáncer de útero cuando tenía 24 años, poco tiempo después  de casarse. En 1997 Sara Pane, de Buenos Aires, de 24 años y mamá soltera, contrajo una hepatitis común que se complicó con la diabetes que padecía desde su infancia y devino en hepatitis fulminante. Y en 1980 el seminarista cordobés Carlos Bosio fue operado de peritonitis en Bahía Blanca y terminó en el Hospital Muñiz de Buenos Aires con una septicemia generalizada. Los cuatro recuperaron la salud por la acción invisible de la misericordia divina, y la Iglesia los llama “milagrados”.

¿Cómo conoció usted esos casos?

La primera historia que conocí fue la de Valeria Herrera en 2007, en la ciudad de Río Negro. Estaba allí para escribir sobre la primera beatificación de un representante de los pueblos nativos, Ceferino Namuncurá. Hasta aquel momento pensaba, como muchos, que los milagros son relatos exagerados que algunos creyentes necesitan para mantener viva una fe más apoyada en la magia que en la realidad. Y fue la misma realidad la que me hizo ver mi error y comprobar que los milagros son hechos que superan la naturaleza y la capacidad explicativa de la razón, y a ésta solo le queda reconocerlos.

Cuatro años más tarde se publicó la noticia de la aprobación de un milagro atribuido a la religiosa Crescencia Pérez – la primera mujer de la provincia de Buenos Aires que subió a los altares – y eso me llevó a buscar a Sara Pane en la guía telefónica. Una vez más tuve la sorpresa de entrevistar a alguien que había vivido un hecho prodigioso y cuya vida prosigue como la de cualquiera de nosotros.

Posteriormente conocí a Nicolás Flores – el niño de Córdoba que recibió el primer milagro atribuido a Brochero – y tres años después a Camila, cuya recuperación, obtenida también por intercesión de Brochero, dio a los argentinos el primer santo que nació, vivió y murió en este país.

De los artículos pasó después al libro…

La riqueza de estas historias y la vida de sus intercesores iban más allá de la crónica periodística. Yo sentía la necesidad de contarlas. Entonces, con el apoyo de la editorial decidí investigar y consulté las biografías ya publicadas de estas personas y las causas que se habían iniciado a algunas de ellas en el Vaticano. En esa etapa, las autoridades salesianas me recordaron al enfermero Artemide Zatti y decidí incorporar el caso impresionante de Carlos Bosio, quien recibió el milagro que permitió su beatificación.

Valeria Herera, Camila Brusotti, Sara Pane, Carlos Bosio… Todos pasaron el “examen” del Vaticano, que normalmente es muy riguroso y deja en el camino – o en lista de espera – a muchos candidatos… Usted personalmente, ¿con cuál de esas historias se sintió más involucrada?

Con las cuatro, aunque por motivos diferentes. Todas son dramáticas: los cuatro milagrados estuvieron al borde de la muerte… El caso de Carlos Bosio me impresionó por su relación con el médico y por el testimonio de éste – que se incorporó a la causa de beatificación de Artemide Zatti -, quien después de aceptar el pedido de su paciente (“no me haga nada más doctor, por el amor de Dios, déjeme morir tranquilo”) se fue a rezarle a la Virgen por aquel joven a la iglesia, a la que no iba desde hacía casi dos décadas. La curación de Camila me impactó, más allá del caso de violencia familiar como tal, por la seriedad con la cual los abuelos le rezaron al Cura Brochero. El sufrimiento que padeció Sara y su padre me hablaron del amor entre padres e hijos. Y la historia de Valeria Herrera me enseñó mucho sobre el anhelo misionero que puede anidar en el corazón de un cristiano.

¿Tienen algo en común las cuatro historias? Algún hilo conductor que pasa de una a otra…

En los cuatro casos son personas que estaban muy cerca de la muerte, los médicos los habían desahuciado o no creían que hubiera posibilidad de mejoramiento; en los cuatro hubo cristianos que creyeron en el poder de la oración. Y rezaron con fe. Además, los cuatro son argentinos que aún están vivos y tres de ellos tenían 24 años cuando fueron curados.

De las semblanzas de sus intercesores –el santo Cura Brochero y los beatos Ceferino Namuncurá, Crescencia Pérez y el italoargentino Artémides Zatti- se desprenden también elementos comunes, como una experiencia de fe vivida en un tiempo y espacio concretos, es decir, comprometidos con sus respectivos contextos y condiciones. El catecismo enseña que “los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia”. Así ocurrió con Brochero, Namuncurá, Zatti y Pérez para la Iglesia en la Argentina, aunque muchos católicos no conozcan su historia.

Cuatro milagros “made in Argentina”. ¿Tienen alguna relación, aunque sea remota, con el Papa argentino?

No tan remota. El entonces cardenal Bergoglio fue uno de los grandes promotores de la figura del cura Brochero como modelo de sacerdote. y pidió expresamente al obispo de Cruz del Eje, en cuya diócesis se seguía la causa de canonización del “cura gaucho”, que estuvieran muy atentos a no retrasar las gestiones correspondientes. Bergoglio fue el responsable de que la primera beatificación en suelo argentino –la del mapuche Ceferino Namuncurá, en 2007- fuera en el pueblo natal del nuevo beato –Chimpáy, provincia de Río Negro-, allí donde sus devotos van naturalmente a rezarle, y no en la ciudad de Buenos Aires, como había propuesto el entonces Superior de los salesianos.

En el caso del milagro atribuido a Zatti, le tocó a Bergoglio autorizar la formación del tribunal para esa investigación. Algo que no conté en el libro es que, según me informaron, Bergoglio admira mucho a Zatti y, en un momento en el que había pocos aspirantes al sacerdocio entre los jesuitas, le rezó una novena para pedirle más novicios. Dicen que después de un tiempo aumentaron esas vocaciones y Bergoglio no dudó en atribuir el prodigio al humilde enfermero de la Patagonia, como se conoció después a Zatti.

Hace un momento dijo que sintió “la necesidad de contar” las historias de los cuatro milagrados, ¿a qué se refería?

Que para mí no era suficiente haber escrito la crónica de las ceremonias de beatificación o breves artículos sobre los milagros que recibieron estos compatriotas míos. Quizás por aquello de que “no se enciende una luz para esconderla en un cajón”, y también porque en algún lado leí que “alabar a Dios es contar las maravillas que hace”.

¿Le resultó difícil convencer a los cuatro milagrados de que le contaran su historia?

Aceptaron por gratitud hacia sus intercesores, y conscientes de que al devolverles la vida el Señor les dio la misión de glorificarlo.

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