De Maaloula al Monte Líbano, los cristianos perseguidos del siglo XXI

De Maaloula al Monte Líbano, los cristianos perseguidos del siglo XXI

Un relato de primera mano de cómo tienen que huir los cristianos por la persecución de los musulmanes en Medio Oriente. Un documento del gobierno británico difundido esta semana asegura que ya se alcanzó el nivel de un genocidio

Tomamos la "carretera iraní", que atraviesa el valle de Bekaa, en la frontera entre El Líbano y Siria, construida con fondos de Teherán y repleta de carteles de los líderes chiítas iraníes, y nos desviamos a Ras Baalbek, un pueblo cristiano que alberga el monasterio de la Virgen Milagrosa, construido en el siglo IV bajo Constantino. En toda esta zona, a cada lado de la frontera hay conventos y ermitas. Y éste permaneció por siglos bajo el arzobispado ortodoxo de Homs, en Siria, y hermanado con el pueblo cristiano sirio de Maaloula, atacado permanentemente por milicias extremistas islámicas de Al Nusra e ISIS. Es el último pueblo de Medio Oriente donde aún se habla el arameo, la lengua de Jesús.

"Estamos preocupados por nuestros hermanos de Maaloula. Estamos en contacto muy seguido. Desde acá se oyen los bombardeos del otro lado de esa colina, que ya es territorio sirio", cuenta el sacerdote George Dallal, uno de los dos curas de la orden de los Basilios Alepinos, a cargo del monasterio. "Esta zona siempre fue un paso de contrabandistas, caravanas y de los ejércitos de Medio Oriente. Ahora la usan los diferentes combatientes de Siria. Los vemos cruzar por esa montaña", comenta el padre George.

En este "oasis" cristiano dentro del "Hezbollahstán", ese territorio libanés dominado por las milicias musulmanas, aún no cayeron las bombas pero se convirtió en un sitio de refugiados cristianos que huyeron del Estado Islámico. Los extremistas del ISIS impusieron por tres años la sharía (ley coránica) en un vasto territorio entre Siria e Irak y el dominio sobre dos millones de personas. Ras Baalbek está en el epicentro de lo que se ve como uno de los períodos más difíciles que hayan atravesado los cristianos de Medio Oriente desde que Jesús fue crucificado.

Esta última semana se dio a conocer un informe comisionado por el ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, Jeremy Hunt, en el que se describe cómo millones de cristianos de Medio Oriente fueron desplazados de sus hogares y muchos fueron asesinados, secuestrados y encarcelados. También destaca la discriminación en el sudeste asiático y África subsahariana, a menudo impulsada por el autoritarismo estatal. "La verdad inconveniente", según el informe, "es que la gran mayoría (80%) de los creyentes religiosos perseguidos son cristianos".

Hunt describió el informe, que tuvo la revisión del obispo de Truro, Philip Mounstephen, como "verdaderamente aleccionador", especialmente porque "el mundo estaba viendo el odio religioso puesto al descubierto en el horroroso ataque de Semana Santa a iglesias en todo Sri Lanka, y el devastador ataque a dos mezquitas en Christchurch". Hunt es un anglicano que convirtió el tema de la persecución cristiana en uno de sus principios de política exterior. "Creo que nos hemos negado a hablar de la persecución de los cristianos porque tenemos un pasado colonial que en algunos aspectos nos avergüenza. Pero tenemos que reconocer, y eso es lo que el informe del obispo señala de manera muy clara, que los cristianos son el grupo religioso más perseguido en buena parte del mundo en este momento", aseguró Hunt.

El interior destruido de una de las iglesias en Sri Lanka tras los ataques

Y continuó: "Lo que hemos olvidado en esta atmósfera de corrección política es que los cristianos que están siendo perseguidos son algunas de las personas más pobres del planeta". "Todos bajamos la guardia con respecto a la persecución de los cristianos. Creo que no solo el informe del obispo de Truro, sino que, obviamente, lo que sucedió en Sri Lanka el domingo de Pascua ha despertado a todos con una gran conmoción", agregó Hunt en referencia a los atentados contra iglesias cristianas en ese país asiático que dejó 253 muertos y más de 500 heridos.

De Irak ya salieron casi todos los cristianos. En Egipto se vive la peor persecución desde el sultanato de los Mamelucos, en el siglo XIII. Mientras existió el califato del ISIS, o se convertían al Islam o pagaban impuestos leoninos o morían. Los cristianos son hoy el 5% de la población de esta región: hace un siglo eran más del 20%.

En Irak los cristianos caldeos gozaban de una total libertad bajo Saddam Hussein. Eran los dueños de todas las licorerías de Bagdad y buena parte de los restaurantes a orillas del río Tigris. Después de la invasión estadounidense comenzó la presión por parte de los fundamentalistas, tanto sunitas como chiítas. Recuerdo cuando entré por la puerta de atrás de la sastrería de unos cristianos de Bagdad porque era muy peligroso que algún vecino viera allí a un periodista. Luego comenzaron los atentados contra los comercios y más de 60 iglesias. La catedral caldea quedó semidestruida. Al Qaeda envió un suicida que se hizo explotar en la iglesia de Nuestra Señora de la Salvación en plena misa. Murieron 58 personas y más de cien fueron heridas. Hasta que entró el ISIS en Mosul, al norte de Irak, con la mayor población cristiana. El arzobispo, Paulos Faraj Rahho, fue secuestrado, torturado y su cuerpo apareció en pedazos en un tacho de basura frente a la puerta de su iglesia. Del millón y medio de cristianos iraquíes apenas permanecen en su patria unos 170 mil. Mofed y Nuhad, un matrimonio de cristianos refugiados en Líbano, me contaron que cuando entró un comando del ISIS a su comercio de fotografía en Mosul les dieron tres opciones: convertirse al islam, pagar "jizya", el impuesto para los "dhimmini" no creyentes, de 70.000 dólares por persona, o morir decapitados. Optaron por huir.

Los cristianos de Siria constituían el 8% de los 22 millones de habitantes, hoy más de medio millón de cristianos forman parte de la legión de refugiados en El Líbano y Jordania. En Amman, los cristianos, el 4% de la población, mantienen cierta tranquilidad. Y en el Líbano sostienen el frágil equilibrio surgido de la guerra civil que les da la presidencia del país y la mitad del parlamento. Pero en el bíblico Monte Líbano, epicentro de los católicos maronitas y los griegos ortodoxos, a unos 120 kilómetros del centro de Beirut, se concentran los refugiados de la fe cristiana de toda la zona. Se teme que el Monte se convierta en el último bastión cristiano de Medio Oriente.

Entre los ejemplos de persecución de los creyentes del cristianismo incluidos en el informe Hunt se destaca el de Turquía. El partido Justicia y Desarrollo (AK) del presidente Recep Tayyip Erdoğan, se dedica a denigrar a los cristianos. "En países como Argelia, Egipto, Irán, Irak, Siria y Arabia Saudita, la situación de los cristianos y otras minorías alcanza un nivel alarmante. En Arabia Saudita hay limitaciones estrictas en todas las formas de expresión del cristianismo, incluidos los actos públicos de culto. La población de cristianos palestinos disminuyó del 15% al ​​2%", especifica el estudio británico.

El origen de la persecución

Se identifican tres impulsores: el fracaso político que crea un terreno fértil para el extremismo religioso; un giro hacia el conservadurismo religioso en países como Argelia y Turquía; y las debilidades institucionales en torno a la justicia, el estado de derecho y la vigilancia policial, dejando el sistema abierto a la explotación de los extremistas.

"El aumento del discurso de odio contra los cristianos en los medios estatales y por parte de los líderes religiosos musulmanes, especialmente en países como Irán y Arabia Saudita, comprometen la seguridad de los cristianos y crean intolerancia social", dice el documento. Y agrega, "en algunos casos, el estado, los grupos extremistas, las familias y las comunidades participan colectivamente en la persecución. En países como Irán, Argelia y Qatar, el estado es el actor principal. En Siria, Yemen, Arabia Saudita, Libia y Egipto están involucrados agentes estatales y no estatales, especialmente grupos extremistas religiosos".

"El nivel y la naturaleza de la persecución posiblemente se aproximen a cumplir con la definición internacional de genocidio, de acuerdo con la resolución adoptada por la ONU", asegura el informe Hunt. "El asesinato y secuestro de clérigos representó un ataque directo a la estructura y el liderazgo de la iglesia. Cuando estos y otros incidentes cumplen con las pruebas del genocidio, los gobiernos deberán llevar a los responsables ante la justicia, ayudar a las víctimas y tomar medidas preventivas para no vuelva a suceder", concluye.

Un ejemplo de todo esto lo viví en el bíblico Monte Líbano de Beirut, una mañana de sol, en la pequeña iglesia de Saint George, en el barrio de Ashburye, durante un bautismo.

Los sacerdotes comienzan a entonar una letanía. Mmmmmaaaaaaammmm. Simón observa con sus ojitos oscuros desde los brazos de su padre. Intenta un llanto, pero el canto parece interesarle más. Sobreviene la lectura de un salmo. La madre de Simón observa nerviosa. El resto de la familia sonríe y sigue la ceremonia con suma atención. Finalmente, uno de los curas hace la señal de la cruz con óleo sobre la frente del bebé. Simón larga el llanto y todos se alegran. El niño ya está bautizado y es un cristiano sirio más. Nació hace seis meses en el exilio, aquí en el Monte Líbano. Sus padres huyeron de la guerra en el barrio damasquino de Bab Tuma, donde durante una incursión de rebeldes islamistas murió parte de la familia. Ahora, celebran acá el nacimiento de la fe en el nuevo bebé. "Esto es renacer. Esto es lo que nos da esperanza", dice el padre. A este barrio llegaron unos 30.000 cristianos sirios entre 2011 y 2014.

Las noticias que venían en ese momento del otro lado de la frontera no eran nada alentadoras. Los rebeldes islamistas del grupo Jabhat al Nusra, asociados a la red terrorista Al Qaeda, volvieron a tomar el control de la histórica ciudad de Maaloula, a 60 kilómetros al noroeste de Damasco. Allí conviven tanto los ortodoxos de la iglesia de Antioquia como los católicos griegos de Melkite. Esa semana, un atacante suicida se hizo explotar dentro de un coche bomba en el puesto de control de los soldados del régimen de Bashar Al Assad, a la entrada de la ciudad. Dejó, al menos, ocho muertos. De inmediato llegó una brigada de Al Nusra en unas 20 camionetas con ametralladoras empotradas en sus cabinas, que ocuparon el centro. Unas horas después, vino el contraataque del ejército y la mayoría de los 2.000 habitantes de Maaloula corrieron a refugiarse tras los gruesos muros de los dos conventos, el Mar Sarkis (San Sergio) y el Mar Thakla (Santa Tecla). En ese momento los rebeldes abandonaron su posición, pero dos días más tarde regresaron y se registraron duros combates. Acá en el Monte Líbano conocen a mucha gente que está allí atrapada y rezan por ellos.

Llego a un pequeño edificio de cuatro pisos, con las paredes exteriores a medio terminar, frente a otra iglesia, pero ésta evangélica. Allí hay diez familias refugiadas que arribaron en los últimos días. En el tercer piso me encuentro con Elías, un joven profesor de inglés de la zona de Sulemaniye, en la ciudad siria de Aleppo. Dice que ese barrio cristiano permaneció en relativa calma durante toda la ofensiva rebelde de los últimos años pero que tuvo que salir porque finalmente entraron combatientes islámicos. "Nosotros vivíamos muy bien en Siria con el gobierno de los Assad. Ellos nunca tuvieron ningún problema con los cristianos. Pero ahora ya todo está perdido. Assad nunca va a recuperar el poder y los extremistas extranjeros van a imponer la ley islámica", explica Elías.

Un piso más abajo vive Abu Ashur, que llegó hace ocho meses con su mujer y su hija menor. Los otros cinco hijos están ya repartidos por el mundo, desde Alemania hasta Australia. Vivían en el pueblo de Hassake, en el norte de Siria. Ahora ocupan aquí una vivienda de tres habitaciones con otras dos familias. "Trabajaba en la industria petrolera, en la parte de seguridad contra accidentes, pero desde hace años ya no hay ningún trabajo. Nos tuvimos que ir todos. Mis hijos quieren que me vaya con ellos. Pero, ¿qué voy a hacer yo en Estados Unidos o Australia? Tengo que volver a Siria. Tenemos propiedades. Si no fuera porque es muy peligroso llegar hasta Hassake, ya nos hubiéramos vuelto con mi mujer. El problema es que apenas ven que uno es cristiano, te roban o te matan porque dicen que eres un impuro", explica Abu Ashur.

Un chico de unos diez años me hace señas de que suba y me lleva de la mano hasta el cuarto piso. Al entrar, en el living me encuentro a 17 personas de una misma familia, entre los libaneses y los sirios. Las mujeres mayores tienen los rostros curtidos y llevan trenzas atadas por sobre la cabeza. Los hombres, viejos y jóvenes, fuman cigarrillos negros uno tras otro. Las mujeres jóvenes van y vienen hacia la cocina. Los chicos, muchos, algunos escuchan tranquilos y otros pasan por entre las piernas de los mayores. Una mujer de unos 35 o 40 años, de ojos verdes, que habla inglés, me pide que no publique ningún nombre. "Hay más familia en Siria y están todos mirando lo que escriben en la prensa extranjera. Ya se llevaron a dos o tres de mi barrio por eso", dice. Aquí el apoyo al régimen de Assad decrece abruptamente. "Es que los Assad ya se tenían que haber ido hace mucho tiempo. Pero lo que viene es peor para nosotros. Los islamistas de Al Qaeda no van a dejar que vivamos en nuestro país", explica la mujer. ¿No hay ninguna opción entre una dictadura y un Estado regido por la ley coránica para Siria? "Ahhhhh", expresa mientras se tapa los ojos con sus manos. "Pareciera que no", dice con profundo desaliento mientras el resto asiente con la cabeza.

En la calle, frente a la iglesia de Saint George, ya hay pocos transeúntes. Es hora del almuerzo dominical. Se acerca un hombre que dice llamarse Butros y que me quiere contar algo. "Hace tres meses estaba viajando de Damasco a Aleppo en autobús", comienza el relato. "En la mitad del camino nos paran en un retén de milicianos de Al Nusra, los de Al Qaeda. Uno sube y le pregunta al chofer en un acento extranjero –podía ser un checheno o un turco, no lo sé– por qué tiene esa imagen de la Virgen María pegada en el parabrisas. Antes de que le pudiera responder, le pegó un culatazo en la cabeza y otro al vidrio y lo hizo estallar. Después nos dijo que éste era un territorio islámico y que no se iban a permitir imágenes paganas. Fui directo a buscar a mi familia y comenzamos a caminar para cruzar la frontera".

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