“Liberémonos de los pesos del fundamentalismo y del odio”

“Liberémonos de los pesos del fundamentalismo y del odio”

El discurso final de Francisco en Asís: no al «paganismo de la indiferencia, nuestra vía es la de sumergirnos en las situaciones y dar el primer lugar a quienes sufren, asumir los conflictos y sanarlos desde dentro». «¡Solo la paz es santa, no la guerra!»

ANDREA TORNIELLI - ENVIADO A ASÍS

«No al paganismo de la indiferencia», nuestro camino «es el de sumergirnos en las situaciones y dar el primer lugar a quienes sufren, asumir los conflictos y sanarlos desde dentro. Librémonos de los pesos del fundamentalismo y del odio». En el corazón de Asís Papa Francisco concluye en compañía de cientos de hombres y mujeres de todas las religiones del mundo el encuentro organizado por la Comunità di Sant’Egidio para invocar la paz. Patriarcas, obispos y pastores, rabinos e imanes, exponentes del chintoísmo, del budismo y de las religiones hindúes que no se rinden a la violencia, al odio, a la ideología de las guerras disfrazadas de religión.

Andrea Riccardi, fundador de la Comunità di Sant’Egidio, en su saluto explicó que la imagen de los líderes religiosos reunidos por la paz «es una imagen luminosa» y «desenmascara a quienes usan el nombre de Dios para hacer la guerra y aterrorizar», como hace treinta años, en 1986, cuando Juan Pablo II «tuvo el valor de invitar a los que, durante milenios, eran considerados extraños».

Los líderes religiosos escucharon a testigos de las guerras. Tamar Mikali, cristiana de Alejo, antes de la guerra era maestra. «Vengo de Alejo, la ciudad mártir de Siria —dijo—; Alepo, cuando pronuncio este nombre se me estremece el corazón… Me vuelven a la mente todos los amigos musulmanes y cristianos. Ahora se hacen diferencias entre cristianos y musulmanes, pero antes de la guerra no había diferencias… Después explotó la guerra, todavía no sé bien por qué. Comenzaron a llover misiles que destruían las casas. Todavía escucho los gritos de un padre, de una madre o los gritos de los niños que están buscando a sus padres».

El Patriarca Bartolomeo recordó que «ni puede haber paz sin respeto y reconocimiento recíproco, no puede haber paz sin justicia, no puede haber paz sin una colaboración proficua entre todos los pueblos del mundo. Pero la paz también necesita justicia. Justicia es una renovada economía mundial, que esté atenta a las necesidades de los más pobres; es observar la condición de nuestro planeta, la salvaguardia de su ambiente natural, que es obra de Dios para los creyentes, pero también casa común para todos… Significa tener la capacidad de una solidaridad que no es asistencia, sino es sentir la necesidad, el dolor y la alegría del otro, como propios. Justicia es ser coherentes con lo que profesamos y creemos, pero también ser capaces de diálogo con el otro, capaces de ver las riquezas del otro, capaces de no someter al otro, capaces de no sentirnos superiores o inferiores a nuestro prójimo».

Los líderes religiosos firman un llamado en el que se afirma: « Éste es el espíritu que nos anima: realizar el encuentro en el diálogo, oponerse a toda forma de violencia y abuso de la religión para justificar la guerra y el terrorismo. Sin embargo, durante los años transcurridos todavía muchos pueblos han sido dolorosamente heridos por la guerra. No se ha comprendido siempre que la guerra empeora el mundo, dejando una herencia de dolores y odios. Con la guerra todos pierden, incluso los vencedores».

«La paz es el nombre de Dios. Quien invoca el nombre de Dios —afirma el documento firmado por los líderes de diferentes religiones— para justificar el terrorismo, la violencia y la guerra, no camina por Su sendero: la guerra en nombre de la religión se convierte en una guerra a la religión misma […] Que se abra finalmente un tiempo nuevo en el que el mundo globalizado se convierta en una familia de pueblos. Que se ejerza la responsabilidad de construir una paz verdadera».

Finalmente, tomó la palabra Papa Francisco: «Tenemos sed de paz —dijo. Tenemos el deseo de ofrecer el testimonio de la paz, tenemos, sobre todo, necesidad de rezar por la paz». Bergoglio invitó a «salir, ponerse en camino, encontrarse juntos, trabajar por la paz», porque «Dios nos lo pide, exhortándonos a afrontar la gran enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia». Esta «es un virus que paraliza, vuelve inertes e insensibles; un morbo que ataca al centro mismo de la religiosidad, generando un nuevo y muy triste paganismo: el paganismo de la indiferencia».

«No podemos permanecer indiferentes», añadió recordando la visita con Bartolomeo al campo para refugiados de Lesbos y a las víctimas de las guerras, en las que hay «niños que no han conocido en sus vidas más que la violencia». «No queremos que estas tragedias caigan en el olvido —afirmó Francisco. Nosotros deseamos dar voz juntos a cuantos sufren, a cuantos no tienen voz y no son escuchados. Ellos saben bien, a menudo mejor que los poderosos, que no hay ningún mañana en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida».

«Nosotros no tenemos armas —continuó el Papa. Pero creemos en la fuerza humilde y mansa de la oración». La paz que desde Asís «invocamos no es una simple protesta contra la guerra, tampoco el resultado de negociaciones, de compromisos políticos o de mercaderías económicas… sino que es el resultado de la oración». Bergoglio recordó que «la diferencia no es para nosotros un motivo de conflicto, de polémica o de frío alejamiento. Hoy no hemos rezado los unos contra los otros, como a veces, desgraciadamente, ha sucedido en la historia. Sin sincretismos y sin relativismos, por el contrario, hemos rezado los unos al lado de los otros, los unos por los otros».

Francisco insistió en que «el nombre de Dios nunca puede justificar la violencia. ¡Solo la paz es santa, no la guerra!». La oración y la colaboración concretas «ayudan a no permanecer encarcelados en las lógicas del conflicto y a rechazar las actitudes rebeldes de quienes solo saben protestar y enojarse. La oración y la voluntad de colaborar comprometen a una paz verdadera, no ilusoria: no la quietud de los que escriban las dificultades y se voltean para otra parte, si no se ven afectados sus intereses; no el cinismo de quien se lava las manos de problemas que no son suyos; no el enfoque virtual de quien juzga todo y a todos desde el teclado de una computadora, sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos ni ensuciarse las manos por los necesitados. Nuestra vía es sumergirnos en las situaciones y dar el primer lugar a quienes sufren; asumir los conflictos y sanarlos desde dentro».

«Paz —concluyó el Papa— significa acogida, disponibilidad al diálogo, superación de las cerrazones, que no son estrategias de seguridad, sino puentes sobre el vacío. Paz quiere decir colaboración». «Deseamos que los hombres y mujeres de religiones diferentes, se reúnan y creen concordia por todas partes, sobre todo en donde hay conflictos. Nuestro futuro es vivir juntos. Por ello hemos sido llamados a liberarnos de los pesos de la desconfianza, del fundamentalismo y del odio». «Que los creyentes —exclamó Francisco— sean artesanos de paz invocando a Dios y trabajando por los hombres». Tras un minuto de silencio por las víctimas de la violencia y del terrorismo en todo el mundo, fue leído el texto del llamamiento de paz, suscrito por todos los líderes religiosos presentes en Asís. 

Comentá la nota