Laudato Si'

Laudato Si'

 Un documento para leer en forma personal, sin intérpretes, mediadores ni expertos. Un documento al alcance de todos, que no necesita la ayuda de los “sabios” de turno

Por Luis Badilla

La segunda Encíclica del Papa Francisco, «Laudato si’, sobre el cuidado de la casa común” que se publicó hoy no solo es un documento extenso, denso y rico de ideas para una reflexión profunda, sino que ha sido escrita con un lenguaje claro, sencillo, humilde y afable, y por eso “se deja leer” con participación y simpatía. Una de las características más sorprendentes del texto son las muchas y bellísimas imágenes y metáforas que resumen en pocas palabras conceptos a veces arduos y complejos. Para el que escribe, probablemente la imagen más bella de todas, colocada al comienzo del documento (y eso ya resulta muy significativo) es la que presenta a la Tierra, nuestro planeta, como “nuestra casa común”, una “entre los pobres más abandonados y maltratados… oprimida y devastada”.

Dice así: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que « gime y sufre dolores de parto » (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”. (Laudato si’ – N° 2).En dicha reflexión de apertura está sintetizado el núcleo de todo el documento y quien no comparta, con honestidad y sinceridad, estas afirmaciones del Papa, difícilmente obtendrá algún provecho humano, existencial o cultural de la lectura de la Encíclica.

En otras palabras, si no tiene una plena y transparente conciencia de que el hombre –sus comportamientos y sus pecados- han transformado una “mina” (la madre y hermana tierra) en un “basurero”, difícilmente el lector estará en condiciones de adentrarse en el magisterio de Francisco. Ésa es la cuestión de fondo que la Encíclica plantea como desafío ineludible y perentorio.El que cree que todo está bien, que la Tierra puede ser tratada con voracidad sin límites ni cuidados, que el desarrollo técnico material no tiene tope y que se puede “avanzar” hasta el infinito, que las lógicas del lucro, del derroche y de la explotación rapaz son las reglas de la convivencia, sin duda no compartirá el enorme aporte del Papa para un futuro mejor, para el hombre y para el planeta. En cambio el que advierte, incluso en su reducido mundo personal, que nos acercamos a un peligroso punto sin retorno, que hoy vivimos cada vez peor, que todo se vuelve cada vez más difícil, que nuesta calidad de vida se deteriora gradual e inexorablemente y que en consecuencia nos vamos convirtiendo en lobos unos de otros, encontrará que la Encíclica no solo es útil para profundizar sus reflexiones  sino que sobre todo podrá oir la voz de la esperanza.

Estamos seguros de que no faltarán los expertos y personalidades destacadas, los “sabios” de turno, que intentarán demostrar –haciendo alarde de un rol que se han autoatribuido- que éste o aquél párrafo del documento es infundado o discutible, criticable y poco preciso, método que de por sí podría ser saludable si no fuera que a menudo esa manera de razonar oculta segundas intenciones que en ningún caso se expresan. Y eso ya ocurrió antes de que se conociera una sola palabra del texto. Pero al final lo que cuenta es que el Papa dirige su carta a todos y el suyo es un desafío a la conciencia de cada uno.

Que cada uno lea todos los comentarios, análisis y críticas que desee. Siempre es un aporte. Pero sobre todo que cada uno se proponga leer por sí mismo el documento, confiando a su propia inteligencia el juicio final y personal.

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