Khutba: Higueras y olivos

Khutba: Higueras y olivos

Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

 

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos volvemos un juma‘a más a hablar de esos símbolos que el Corán atesora y que Allah, el Altísimo, nos muestra llenos de brillo ante nuestros ojos. Símbolos que se funden con los signos haciendo un fascinante juego con los significados y los significantes.

Prosiguiendo con nuestra línea eco-teológica, la cual nos ha acompañado en las últimas semanas, os propongo confrontar tres símbolos en una sura que, además, por sí misma, nos ofrece una reflexión aún más profunda y compleja. Se trata de la sura de La higuera, un capítulo breve pero intenso, que nos invita a hacer una reflexión profunda sobre la naturaleza incluidos nosotros mismos. Como sabéis la sura dice así:

¡Por la higuera! y ¡por los olivos! y ¡por el monte Sinaí! y ¡por esta tierra segura! Nosotros creamos al ser humano moldeándolo de la más bella manera y luego hicimos en él lo más bajo de lo bajo, excepto para aquellos que tienen confianza y hacen lo correcto, pues para ellos hay una recompensa que jamás menguará. Así, ¿cómo negar el Juicio? ¿Acaso no es Allah el que mejor juzga de todos los jueces? (Corán 95)

Si la naturaleza siempre está presente en el Corán, en esta sura se nos da hasta cinco ejemplos, en forma de símbolos, de naturaleza creada por el Altísimo: La higuera, los olivos, el monte Sinaí y la tierra bendita de la Meca. Unos símbolos que remite —según la mayoría de los sabios— al poder de Allah, el Altísimo, al moldear la creación y al rol que el ser humano tiene en ella.

Los espacios citados son lugares espaciales, lugares simbólicos y espacios donde se desarrollará la profecía en sus diferentes momentos históricos hasta llegar a «la tierra segura» del Mensajero de Allah ﷺ. Símbolos que se concretan en el espacio, en el tiempo y en la humanidad, árboles con bendito fruto que remiten a montañas sagradas donde son hechos pactos para que la humanidad reciba los Libros descendidos, un mensaje de esperanza que, tan curiosamente, intersecciona con los frutos de esos símbolos-lugares: el dulce higo, la bendita aceituna que aporta alimento y luz y, por último, el maná que baja del cielo cuando los hijos de Israel están bajo el sol abrasador del desierto, todos necesarios para que Sayyidina Muhammad ﷺ pueda asegurar la tierra y como una palmera que brota nutrir a la humanidad con un recuerdo lleno de buena nueva (bashira). De hecho, el Mensajero ﷺ solía recitar esta sura antes de irse a dormir, con dulce voz, en la azalá de ‘isha (Sahih Muslim, 464b) cuando solo estaban la luna y las estrellas en el cielo.

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Los símbolos que aparecen esta sura son de una belleza y una cotidianeidad extrema. El Corán no recurre a metáforas complejas, ni tiene pretensiones elevadas: dos árboles y una montaña nos recuerdan toda la creación (khalq) del Altísimo. Una sencillez inmersa en la complejidad de los propios árboles como criaturas que se nutren de la tierra y del sol, que se ponen al servicio del califa humano para nutrirle, para alumbrarle o protegerle.

La higuera nos remite —según diversos sabios— al episodio del monte al-Judi, cerca de la actual Armenia, donde varó el arca de Nuh (as) tras el diluvio. La higuera y su fruto, el higo, era para él un símbolo de libertad y, a la vez, un símbolo de complejidad porque para que el higo madure necesita que un insecto lleno de polen se sacrifique en su interior y muera. Cuando el diluvio acabó Nuh (as) plantó una higuera e hizo azalá a Allah, el Altísimo, allí. Construyó una mezquita simbólica bajo ese árbol que daría tan dulces frutos como el Jardín. No obstante, será uno de los árboles que nos encontraremos en la vida que ha de venir. Sacrificios que vienen junto al mensaje (risala) de Nuh (as).

Por otra parte, el olivo nos remite a al-Quds (Jerusalén) y al profeta ‘Isa (as). Un símbolo conocido y bello que se despliega para que meditemos. El olivo es el árbol del Mediterráneo y de la antigüedad tardía por excelencia. Un árbol mubarak que da la aceituna y el aceite tan necesario para iluminar, nutrir y curar. ‘Isa (as) trae en su risala esos tres aspectos preparando la llegada de Sayyidina Muhammad ﷺ a un mundo que necesita purificarse y nutrirse para entender la profecía final. ‘Isa (as) es como el aceite que se consume en un candil y que ilumina frente a la oscuridad y la ignorancia, pero también nutre a las creyentes y a los creyentes frente la ignorancia idólatra de su mundo. El Injil (Evangelio) que se le ha dado es un aceite que actúa como un bálsamo que unge a aquellos que desean ir por el recto sendero.

Por último, el monte Sinaí casi no necesita explicación. Es otro símbolo de sobra conocido. No es un árbol, pero es un espacio de poder tal que en él se descendió la Torah a Musa (as) y se les otorgó el maná, que también descendió del cielo, a los hijos de Israel que yacían hambrientos (Corán 2:57). Fue en el monte Sinaí donde se cerró el segundo gran pacto con Allah para proseguir el din. Un alimento maravilloso, bendito, que marca esa esperanza y fuerza de Musa (as) pero también advierte de los peligros tras la liberación.

Todas confluyen, pues, en la tierra segura de Meca, donde se encuentran las higueras de Shams, los olivares de al-Quds y el maná del Sinaí junto con tres risalas diferentes: la paciencia (sabr) de Nuh (as), la revolución espiritual de ‘Isa (as) y el gran pacto de Musa (as) que preparan el camino para la plena experiencia muhammadiana y el sello la profecía con su persona.

¿Y no resulta curioso que la sura prosiga con estas palabras: «Nosotros creamos al ser humano moldeándolo de la más bella manera y luego hicimos en él lo más bajo de lo bajo (Corán 95: 4-5)»? Desde luego, queridas hermanas y queridos hermanos, el Corán podría haber seguido poniendo ejemplos magníficos, pero los rompe para enfantizar en nuestra naturaleza finita. Somos los guardianes de esa naturaleza, de esos símbolos y, por supuesto, de esos dones… Pero esto será otra khutba.

Quiera Allah darnos los dones, físicos y espirituales, para ser sus califas en la tierra. Quiera Allah otorgarnos respeto y humildad frente a su creación, frente a sus símbolos, frente a todos sus seres. Quiera Allah darnos la paciencia y de sacrificio de Nuh (as) y la higuera, la capacidad de inflamar y curar de ‘Isa (as) y el olivo y la confianza y la fuerza de Musa (as) para esperar Su rizq (sustento) como los hijos de Israel lo esperaron en el monte Sinaí. Quiera Allah hacernos participes de Él. Quiera Allah darnos Allah. Amén.

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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