Khutba: La decepción de la guerra

Khutba: La decepción de la guerra

Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos, un juma‘a más seguimos juntos, reflexionando sobre los cuarenta hadices de nuestro amado Mensajero ﷺ que compiló Shah Waliullah. Hadices que, aunque breves pueden dilatarse en el tiempo como lo hace un instante y que, a la vez, son cortantes para que nuestra meditación sea profunda. Nos recuerdan que la sabiduría de Sayyidina Muhammad ﷺ es breve, concisa y pragmática, que no necesita ni grandes libros ni tratados teóricos para transmitirnos su akhlaq (ética) y su hikma (sabiduría). El de hoy es simplemente impactante:

الْحَرْبُ خُدَعَةٌ

al-ḥarb khuda‘tun

La guerra es un engaño

(Sahih Bukhari, 3030; Sahih Muslim 1739; Sunan Abi Dawud, 2637)

Este hadiz tan reafirmado como incontestable (sahih) por la tradición y los sabios y tan poco escuchado por gobernantes y líderes nos habla en varios niveles. Este es un hadiz que no se suele citar de primeras, que no tiene la popularidad de otros a oídos de la comunidad, sin embargo, está cargado de una intensa honestidad y sienta los cimientos de lo que llamamos ética. Una perla oculta que Shah Waliullah, harto en su tiempo de guerras sin sentido provocado por el nafs de los gobernantes, trae a la luz como uno de esos hadices que deberíamos memorizar para alcanzar el Jardín.

Sorprende lo aforístico de la frase, tan solo decir que «la guerra es un engaño», nada más. No hace falta un discurso, sino que esas dos palabras en árabe condesan muy bien el pensamiento muhammadiano. Este busca el salam, que más que paz como ausencia de conflicto significa equilibrio interior y exterior con todo lo que Allah ha creado.

Las guerras no solo se libran en vistosas luchas el campo de batalla y con una espada en la mano, sino que se presentan también en nosotros mismos en esos momentos de silencio o de desconfianza, cuando creemos que se resquebraja nuestro mundo y en vez de optar por el tawakkul (entrega) a Allah, el Altísimo, decidimos neciamente luchar contra Él y contra su qadr. Y más en un mundo tan obcecado como el nuestro, en el que creemos dominar, sin taqwa (conciencia de Allah) ninguna, la Creación (khalq). En el que se reduce el Universo a materialidad, en el que todo se compra y se vende. Igual que cuando nuestro ego (nafs) confronta contra los celos, la envidia o la ira y perdemos el salam. La guerra (al-harb) tan solo es el olvido del salam, del equilibrio y la humildad (khushu’) para pensar que una victoria ilusoria puede estar a la par que un dictado de Allah, El Altísimo y Señor de todos los mundos.

***

El engaño está en la esencia de la guerra. Ninguna guerra es buena por naturaleza, aún esté, aparentemente, justificada porque supone romper el salam que Allah, el Altísimo ha dispuesto para la tierra. La guerra, como lo han entendido la mayoría de las culturas, es un simple juego de ego. Lucho para vencer, lucho con apego para lograr un objetivo: poder, tierras, la humillación del enemigo. La guerra no es épica, no es un mito, es una decepción, es humillante, es un engaño de principio a fin. Y lo remarca el Profeta con otro hadiz, tambien de Bukhari que dice:

El Profeta (ﷺ) dijo: «Khosrau se arruinará, y no habrá Khosrau después de él, y el César seguramente se arruinará y no habrá César después de él, mas vosotros gastaréis sus tesoros por la Causa de Allah.» Exclamó: «La guerra es un engaño». (Sahih Bukhari, 3027)

Ese concepto de guerra está, igualmente, presente en nuestra vida. Somos esclavos de guerras, que no de batallas, que no nos pertenecen. Perdemos nuestra libertad, nuestra plenitud en luchas de otros. Somos mercenarios en un mundo que yerra sin guía porque percibe el combatir no como un superarse internamente, sino como un vencer internamente. Así siempre la guerra es engaño porque nadie gana, tan solo se beneficia el Shaytan. Y es como la mayoría del mundo islámico entiende el término más polémico de todos: el jihad.

Es un gran engaño, frente a la revelación y la tradición, comprender que la lucha es ofensiva y subyugante hacia los otros. La tradición, la Sunna, de nuestro Mensajero ﷺ no comprende ni el combate ofensivo ni egoísta, tan solo avisa que la opción final es la defensa. Jihad —que significa esfuerzo en el sentido más profundo de la palabra— habla precisamente de invertir esas luchas egoístas y ofensivas en protección comunitaria como ya hiciera profetas anteriores como Musa o Dawud. Si se hace desde los parámetros del ego se convierte en una agresión cafre, en un engaño, tan solo es guerra. Por eso, la Sunna entiende que es una lucha personal, ni siquiera humana, sino que está fundamentada en Allah. Las batallas de Badr, Uhud, la de Ahzab son luchas para sobrevivir donde el ego (nafs), a la fuerza desparece para dejar espacio al tawakkul. Es un combate más duro que la guerra porque primero implica vencer al ego luchando contra el sí-mismo para salvar a otros. Así nos lo recuerda Allah, el Altísimo en una impactante aleya del Corán:

Se ha dictado sobre vosotros que combatáis, aunque os disguste. Puede que lo que os disguste sea bueno para vosotros y algo que améis sea malo para vosotros. Y es que Allah sabe y vosotros no sabéis (Corán, 2: 216)

Esta aleya tiene una sabiduría muy profunda, una sabiduría cotidiana y necesaria que llega a las profundidades de nuestra existencia directa desde Allah, mediada a través de la Sunna de su amado Mensajero ﷺ. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? Se nos habla de comprender el qadr (el mandato) de Allah, el Altísimo, más con el corazón profundo y sintiente (lubb) que con la razón (‘aql) y la lógica (mantiq). Nuestro mundo tiene un aparente exceso de estas dos últimas y, a la vez, adolece de lo primero.

Es fascinante ver como la aleya elige la situación de combatir (qital). ¿Qué es combatir? La lectura primera es el enfrentamiento, pero una lectura profunda nos invita a pensar que ese combate es con nuestro ego (nafs), con nuestra protección ante las lógicas difusas de la creación, ante lo que nuestro intelecto no llega. Ante eso combatimos, aunque sea odioso, aunque no comprendamos, aunque nos pese… Pues en ese combate contra nosotros mismos descubrimos que hay realidad (haqiqa). Esa es la gran diferencia entre combate (al-qital) y la guerra (al-harb).

El islam es un din que no niega la realidad conflictiva de nuestra vida, pero nos obliga a experimentarlo para probarnos. No podemos ignorarlo e irnos a una montaña, ni taparnos los ojos. Nunca hizo eso el Mensajero ﷺ, nunca huyó del conflicto, pero si se dio cuenta que hay batallas y batallas. Y al final es un gran engaño sobre el que sobreponemos nuestra creencia. Pero deberíamos preguntarnos, queridas hermanas y queridos hermanos: ¿Por qué luchamos en esta vida? ¿Por una causa noble o por nosotros mismos? Esta es la pregunta que deberíamos hacernos y recordar, siempre, el hadiz que nos cita Shah Waliullah: «La guerra es un engaño». Sea sobre nosotros el salam y aleje Allah de nosotros las tribulaciones de Shaytan y las guerras (harb). Amén.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.

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