El exjugador brasileño protagonizó un encuentro multitudinario en São Paulo, repasando su vida deportiva y sus experiencias espirituales.
El exfutbolista brasileño Ricardo Izecson dos Santos Leite, conocido mundialmente como Kaká, que dejó atrás los estadios en 2017, se subió al púlpito de la Iglesia Família de Sorocaba (un municipio brasileño ubicado en el estado de São Paulo). Allí compartió un mensaje centrado en la identidad cristiana ante más de 1.500 asistentes.
Hoy el Balón de Oro de 2007 se dedica a compartir su fe en distintos espacios, cursa estudios de teología de manera privada y aclara que no es pastor, aunque continúa aceptando invitaciones para predicar.
El encuentro, cargado de emoción y respeto, incluyó momentos de cercanía con los asistentes: sorteó una camiseta autografiada, hizo malabares con balones oficiales del Mundial 2026 y dedicó tiempo a fotos y saludos al finalizar.
En su reflexión, titulada “El poder de la presencia de Dios”, se estructuró en cinco partes en las que fue recorriendo desde el accidente que casi truncó su carrera en el año 2000, pasando por sus éxitos deportivos y las derrotas más dolorosas hasta su paso por el Real Madrid, marcado por lesiones y críticas.

Kaká, durante su intervención
En cada relato, Kaká subrayó que la verdadera identidad no se define por los títulos ni por los fracasos, sino por la fe en Jesús.
En relación a la que fue una dura etapa en el Real Madrid, lastrado por las lesiones, la presión mediática y las críticas, dijo que en medio de su sensación de fracaso llegó a una conclusión: “No fui el mejor jugador del mundo, ni el peor fichaje. Pero si fui siempre un hijo de Dios”, afirmó ante la congregación, centrando que descubrió que la verdadera identidad se encuentra en Cristo, en cualquier etapa de la vida y ocasión o circunstancia.
Hoy, lejos de la competición, Kaká se reconoce como un creyente que busca compartir su testimonio y experiencia espiritual. Aunque aclara que no es pastor, continúa aceptando invitaciones, convencido de que la persona de Jesús y su Evangelio son el mayor tesoro que nadie puede transmitir.
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