Jóvenes musulmanas conversas de Galicia

Jóvenes musulmanas conversas de Galicia

Un grupo de practicantes del islam creó la primera asociación de jóvenes de Galicia, se llama Sabili. Tienen solo un año de vida y ya organizaron varias actividades, como charlas en la universidad con representantes de su comunidad.

 

El colectivo no solo está formado por practicantes de nacimiento, nacidos en países tradicionalmente musulmanes, sino que hay hasta una decena de conversos. Sobre todo gallegos y latinos que afirman haber encontrado en el Corán una forma de vida.

Es, por ejemplo, el caso de la portavoz de la entidad, Lucía Aisha. Tiene 26 años y es de Pontedeume. Está haciendo un doctorado en ciencia de las religiones. Su incursión o, como ellos dicen, su «regreso» al islam se produjo lentamente. Conoció a gente que tenía conocimientos, personas que hablaban de cosas muy diferentes a las que se mencionan desde el catolicismo. Sin embargo, fue ella quien indagó por su cuenta. Se hizo preguntas y buscó información. Recabando en las escrituras descubrió varios datos que llamaron su atención: «Cuando iba al catecismo o hice la confirmación no me cuadraba todo, la Santa Trinidad, las figuras, no me cuadraban. Encontrar una religión que me dio una respuesta diferente a este tipo de cosas hizo que me sintiese identificada», cuenta.

La ciencia fue otro punto a favor. Aisha explica que hay otras religiones que la dejan de lado, pero no el Islam: «Se habla mucho de cuestiones que la ciencia moderna descubrió mucho más tarde», asegura esta joven.

Entre los aspectos que habitualmente suscitan más polémica, como las mujeres y el uso de hiyab, Lucía indica que se emplea un exceso de falsos mitos. «Si analizas el Corán con una perspectiva machista vas a sesgar los textos, igual que si lo haces con la Biblia o la Torá. Pero el primero no habla en ningún momento de desigualdad de género, sino que permite el acceso a la educación a las mujeres, por ejemplo» , menciona. En su opinión, es el mayor prejuicio.

Lucía recuerda el momento en el que contó que se iba a convertir al islam. No dejó indiferente a nadie: «Al principio fue un shock, tanto para familiares como para amigos e incluso los más progresistas, pero se aceptó», dice. «Quizá mi familia más lejana hizo algunos comentarios negativos, pero lo que más me afectó fue la gente del pueblo que quizá no decían nada pero se lo veías en la cara, las miradas hablan».

Nuevo país y creencia

Linda Nakary es colombiana, pero desde hace un par de años vive en Vilagarcía de Arousa. Su familia es cristiana, igual que ella en el pasado. Siempre estuvo interesada en la cultura antigua y en Oriente, pero desde su país no había dado ningún paso en firme. Emigró a España en busca de una vida mejor y con su viaje físico realizó uno espiritual. «Llegué en febrero de 2023, sola. No tengo ningún familiar aquí. Pero quería buscar una oportunidad para ayudar a los que están allá», cuenta. «Regresar al islam era el estilo de vida que estaba buscando. Había sentido algo similar con el cristianismo, pero no tan marcado», añade.

Después de un año en España se introdujo más a fondo en la cultura musulmana. Le encantó la forma de rezar: «Lo hacemos cinco veces al día, con respeto a Dios. Limpiamos nuestro cuerpo, por ejemplo, si tenemos las manos o la ropa sucia. Nos presentamos así, con respeto».

También prefiere la forma de matar a un animal al llamado estilo halal: «entendemos que Dios nos dio a los animales para alimentarnos, pero no podemos discriminarlos. Son seres vivos que sienten también».

Esta joven, de 27 años, observa que la forma de vestir es muy diferente, sobre todo si se compara con la de Colombia: «En mi país se dice ‘si no se exhibe no vende’ y a mí eso nunca me gustó. Yo vengo de una familia tradicional, católica, en la que me enseñaron a tener dignidad conmigo misma», dice.

Con todo, Nakary asegura que es una mujer que disfruta de su libertad, algo que indica que permite el islam: «Trabajo, tengo mis estudios y estoy casada, pero eso no me impide ser una mujer independiente».

Está casada con un marroquí que conoció tras su incorporación a la religión. Es el hijo del iman, algo que no sabía cuando lo conoció.

A lo largo de su travesía por España, Nakary afirma haber sido víctima de discriminación, más por musulmana que por latina. La clave: el pañuelo. «Cuando me coloqué el hiyab se me cerraron muchas puertas en Galicia, pensaban que soy marroquí y no les interesaba contratarme», cuenta. Pese a probar una y otra vez no tuvo suerte, no pudo encontrar trabajo: «Fui a entrevistas por las que nunca me llamaron e incluso a alguna para cuidar niños en la que me dijeron que a los abuelos no les gustaba que lo llevase».

Al final se lo quitó y no menciona su religión hasta tiempo después, cuando se lo preguntan. Afirma no tener inconveniente en quitárselo, pero lamenta no poder llevarlo «porque son sus creencias». En este momento, tras dos años intentándolo, trabaja para una familia con la que puede ser ella misma.

Con y sin pañuelo los comentarios que escuchaba eran diferentes: «Por latina me llamaban robamaridos, por musulmana insinúan que vengo a vivir de ayudas. Nunca pedí una, siempre trabajé, igual que mi marido», explica.

En su caso, cuando se lo contó a su familia, la primera impresión fue la duda: pensaban que se iba a «hacer terrorista». Tras una charla en la que ella les enseñó a diferenciar, la relación es buena.

María Fernández es de As Pontes. Tiene 40 años y estudió artes, tanto plásticas como en el conservatorio, aunque ahora se dedica ser madre a tiempo completo.

Cuenta que tenía una mala imagen del islam por lo que veía en televisión, pero conoció a su marido y supo que todo era en realidad un conjunto de prejuicios. Desde un inicio pactaron tener cada uno su religión, sin interferencias, pero a María le surgió la curiosidad. «Fue entonces cuando supe que, por ejemplo, es muy habitual mezclar religión y cultura. Hay que saber diferenciar muy bien», señala.

Ella tomó su propio camino de investigación y peleó con su propio yo durante mucho tiempo: «Luchaba con mi ego, no quería aceptar que era con lo que estaba conectando».

Dio el paso progresivamente y en pandemia fue a la mezquita e hizo su testimonio de fe, aunque ya tenía práctica de antes.

«Los españoles que nos convertimos al islam nos aseguramos mucho y creo que muchas veces tenemos más conocimientos que los que nacen en él. Lo estudiamos mucho sobre todo por la mochila de prejuicios que trae», explica esta pontesa.

La situación de la mujer fue una de las áreas sobre las que informó y asegura que «no está discriminada». Portar el velo es, según ella, una cuestión optativa, pensada para «cubrir el aura». «Los hombres también tienen normas, pero si no las cumplen no se les señala tanto. Ellos no pueden enseñar el ombligo ni llevar pantalones por encima de la rodilla. El aura de la mujer abarca más», ejemplifica.

Aunque todavía no lo lleva, sabe que si algún día se decide recibirá un trato diferente. «Todas tenemos una lucha interna. Yo me lo he puesto alguna vez cuando he viajado y automáticamente la gente te mira». «Hay muchísimo odio, sobre todo hacia los marroquíes. Hay un racismo interiorizado muy patente», observa María. Menciona que su marido es de Gambia, por lo que, al no ser magrebí, puede estar exento de ser apuntado con el dedo de la misma forma. Pese a procesar la misma religión.

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