Ser Iglesia en misión, no en sumisión

Ser Iglesia en misión, no en sumisión

Los cristianos, sin darnos cuenta, usamos como medida los parámetros del mundo: vale más lo rentable que lo verdadero.

En un mundo marcado por el pluralismo, el relativismo y una complaciente tolerancia, el tema sobre la identidad evangélica se ha vuelto ineludible.

En distintos círculos de reflexión resuena con insistencia una doble pregunta: ¿qué significa hoy ser evangélico? ¿Cuál es la esencia del Evangelio en este contexto? Vivimos en una cultura donde la única norma que parece gozar de legitimidad es la impuesta por el mercado, lo que amenaza con vaciar al Evangelio de su contenido profundo y transformador.

Muchos cristianos no hemos advertido el grado de influencia que los nuevos paradigmas culturales ejercen sobre nuestra manera de vivir. El ritmo vertiginoso del cambio nos arrastra sin darnos cuenta. Estamos siendo modelados por una sociedad que dicta sus normas con poder avasallante, imponiéndonos su lógica, su velocidad y sus valores.

La cultura contemporánea es un sistema que, como advirtió Jesucristo, "cuela el mosquito y se traga el camello". Desde sus instituciones, establece lo que se considera deseable o valioso, creando una especie de reino unificado que promueve la autoprotección, la homogeneidad y la sumisión a su narrativa dominante.

 

El mercado como nuevo "dios"

En este escenario, el mercado ha pasado a ocupar el lugar de lo sagrado. Él legisla y regula, domina e impone. La publicidad actúa como su profeta, exaltando al neoliberalismo como ideología reinante. La oferta y la demanda son sus principios rectores, y todo lo demás -incluso la fe- debe alinearse a sus reglas de selección y competencia.

La vida cristiana, sin darnos cuenta, ha comenzado a medirse por los mismos parámetros del mundo. Valoramos más lo rentable que lo verdadero. Así, perdemos capacidad de reacción. Ya no somos lo que el Evangelio nos llama a ser, sino lo que el sistema nos impone.

La tecnología, presentada como neutral, es en realidad una expresión de valores culturales. Es un producto social cargado de intencionalidades. Usarla sin reflexión ética es someterse a su lógica deshumanizante. El cristiano debe discernir: la tecnología puede ser un instrumento útil, pero también puede convertirnos en piezas de un engranaje que sacrifica la verdad en favor de la rentabilidad.

En este contexto, la Biblia ha sido transformada en un simple manual de desarrollo personal o en un recurso motivacional para lograr éxito económico. Se valora más lo útil que lo verdadero. Se prefiere una religión que no cuestione, que no incomode, que no exija discernimiento. Así, Jesús deja de ser el centro, y en su lugar se construye una religión cultural, cómoda y sin cruz.

Dios ha sido mercadeado como una fuente de confort emocional. En muchas iglesias, ya no queda claro si se busca salvar personas o captar clientes. Algunas emplean más estrategias de marketing que muchas empresas. Esta adaptación acrítica no es misión, es sumisión.

 

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Un llamado a la reflexión y la resistencia

No se trata de rechazar la tecnología ni de aislarse del mundo. Se trata de recuperar la lucidez espiritual y reconocer que el uso acrítico de los recursos modernos puede conducirnos a una fe sin sustancia, sin compromiso, sin testimonio. La Iglesia no puede seguir avanzando deslumbrada por la eficiencia, mientras pierde su identidad profética.

La actual saturación de éxito, eficiencia y rentabilidad está generando un cansancio profundo. Como reacción, hay un renovado interés por la filosofía, la teología, la espiritualidad, en búsqueda del sentido perdido. Este es el momento propicio para que la Iglesia se levante.

El mayor problema de los cristianos actuales es que Jesucristo ha dejado de ser nuestra referencia. Hemos construido una fe adaptada a los valores de este mundo: bienestar, consumo, confort.

Pero si la verdad no es rentable y simplemente se descarta, sin verdad, no hay Evangelio. La Iglesia está llamada a ser luz y sal en medio de la oscuridad. Necesitamos retomar una cosmovisión bíblica del Reino de Dios, que transforme todas las esferas de la vida: la educación, la política, la economía, la cultura. Solo así podremos ser verdaderos agentes de transformación.

Este es un llamado a levantarnos con valentía. A vivir y proclamar los valores del Reino: justicia, amor, verdad. A resistir la presión cultural sin encerrarnos en una burbuja. A usar los recursos disponibles sin perder nuestra identidad. A ser Iglesia en misión, no en sumisión. Solo así glorificaremos a Cristo y dejaremos un legado digno a las generaciones futuras.

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