La Iglesia analiza su papel en la dictadura: presentaron “La verdad los hará libres”

La Iglesia analiza su papel en la dictadura: presentaron “La verdad los hará libres”

Se trata de una gran investigación académica que la Conferencia Episcopal Argentina le pidió a la Universidad Católica. “Dios estaba en los que sufrían y en los que ayudaban” dijo Carlos María Galli, uno de sus autores.

Por Ignacio Hutin

Hay una palabra que se repite muchas veces a lo largo de la presentación: autocrítica. Una autocrítica pendiente que tenía la Iglesia Católica argentina respecto a su accionar durante la última dictadura militar, respecto a lo que hizo y dijo, pero también respecto a lo que no hizo, a lo que no dijo. Ese no es el punto de partido, pero sí es una de las conclusiones de La verdad los hará libres, dos volúmenes de casi mil páginas cada uno, que pronto se completarán con un tercero. Los tres, surgidos a partir de un pedido de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) a la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina. Justamente es en la sede central de la UCA donde este martes se presentarpn los dos tomos publicados hasta ahora, parte de una amplia e inédita investigación encabezada por Juan Durán, Carlos María Galli y Luis Liberti, tres presbíteros, junto a Federico Tavelli, doctor en Teología y politólogo.

En el primer volumen, bajo el subtítulo La iglesia católica en la espiral de violencia en la Argentina 1966-1983, se analiza el rol eclesiástico durante ese periodo, que, como dice Galli, no es absoluto porque “la historia no se puede fraccionar en un único periodo”.

“En el capítulo 5 del tomo 1 se hace un recorrido por la Historia Argentina desde 1930. Entendíamos que 1966 era un año clave por tres razones: se da la llamada Revolución Argentina, un golpe militar, una subversión del orden constitucional; porque fue el año del acuerdo entre Argentina y la Santa Sede para empezar a superar el patronato que los gobiernos republicanos mantuvieron y que condicionaba mucho a la Iglesia. Había una íntima relación de interdependencia mutua entre Iglesia y Estado, que se notaba en la vida misma de los obispos; y porque ese año se empiezan a recibir las recomendaciones del Concilio Vaticano II, que había terminado en diciembre de 1965.”

El mismo Galli dice que se necesitaba mirar la Historia en su conjunto, aun con el necesario recorte, porque “no se podía explicar del todo el terrorismo de Estado desde el 76 sin hablar de la Triple A. Y era difícil hablar de ese gobierno democrático previo sin hablar de los grupos violentos de izquierda y derecha, peronistas y marxistas. No suscribimos a la Teoría de los dos demonios, pero encontramos una metáfora: espiral de violencia. Violencia estructural y política hasta alcanzar la bestia apocalíptica: el terror de Estado, con todas las víctimas que eso causó y la triste realidad de miles de hermanos y hermanas desaparecidos.”

El segundo tomo, La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983, es la principal novedad. Está basado predominantemente en documentos de la CEA y del Archivo corriente de la Santa Sede (incluida la Secretaría de Estado, el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia y la Nunciatura en la Argentina), documentos que fueron desclasificados excepcionalmente, en especial estos últimos, a pedido del Papa Francisco.

“Es la voz de los archivos eclesiásticos, accesibles por primera vez”, dice Durán. “La Iglesia recoge una propuesta del propio Episcopado y la Iglesia analiza sus propios documentos y lo hace científicamente y de manera valiente, honesta, sin ocultar nada, cuidando no caer en lecturas fundamentalistas”. Luego el presbítero aclara que “no sostenemos la lectura de los dos demonios. Queremos sostener un aporte a la historiografía argentina para comprender este periodo doloroso de nuestra historia reciente. Un aporte dirigido a las jóvenes generaciones que deberán buscar nuevos caminos de reconciliación entre argentinos, un aporte que ayude a alcanzar una Justicia largamente esperada y reclamada insistentemente. Basta de sangre, de terror, de dramas. Que sean los derechos humanos respetados.”

A la investigación documental se le suman numerosos testimonios que dan cuenta de que el accionar de la Iglesia, especialmente a partir del golpe de Estado de 1976, no fue único. Algunos obispos optaron por dialogar sistemática, organizada y permanentemente con el gobierno de facto y evitar una toma de posición pública. Otros estaban convencidos de que el proceso de represión era el correcto, lo que se esperaba, lo que se deseaba frente a la línea que Liberti denomina “marxista-comunista”. Algunos criticaron abiertamente a la Junta Militar y sufrieron persecuciones, pero no eran la mayoría. Eran pocos. Y en la CEA, en donde todos los obispos se reúnen para discutir temas en común, estas voces quedaban diluidas.

Liberti argumenta que “una cosa es la estructura del Colegio Episcopal y otra cosa es el obispo en su casa, en su diócesis. Cuando tienen que enfrentar la situación de su propio clero. Ahí se vio una cercanía, especialmente con aquellos que estaban presos, solidaridad con los familiares que se quedaban sin laburo, sin comida. Y en muchos casos se los pudo ayudar. La estructura se abrió a algunas personas y no a otras. No es tan sencillo porque la Iglesia tiene sus diversos estamentos y los grises a lo largo de la investigación muestran que hubo acciones diversas.”

Galli agrega que hubo muchos sacerdotes que avisaban “que a alguien lo iban a cazar, porque era una cacería. Yo mismo lo hice, sin que mis hermanos lo supieran. Mucha gente ayudó. Creemos que Dios está presente en muchas formas, en la palabra, en la eucaristía. De un modo particular se une con el ser humano sufriente y con el amoroso, en aquel que sufre y en aquel que alivia al que sufre. Aun durante la dictadura Dios estaba en los que sufrían y en los que ayudaban.”

Quizás la autocrítica más importante no llega desde una cita textual de los libros sino en la opinión personal de Durán: “hubiese sido distinta la actuación de la Iglesia si se hubiese fundado una vicaría de la solidaridad, para recibir y proteger a las víctimas y familiares. Eso lo hizo Chile en la dictadura de Pinochet, que tiene muchísimo paralelismo con la nuestra. Pero en estos temas tuvo que ver la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal y algunos obispos consideraron que no era válido para acá. Se hubiese evitado mucho sufrimiento.”

Te puede interesar: Carlos María Galli estudió los archivos de la Iglesia en la dictadura: “Decidimos acercarnos a la verdad para ayudar a la pacificación de la sociedad argentina”

Si bien esta investigación es una suerte de autoanálisis de la Iglesia y sobre la Iglesia, no se limita únicamente a un público católico. Claro que se juegan muchas susceptibilidades en una historia que atraviesa dolor y fe. Es un tema tan delicado que hubo que esperar casi cuatro décadas de democracia para abordarlo, para transitar este campo minado. Y se necesitó del trabajo de más de 40 personas, de un diálogo intenso, de numerosas escrituras y reescrituras. “Pensamos cada palabra, cada parte de la obra, todo fue trabajado en conjunto. Por eso no hicimos un compilado sino que presentamos una versión ordenada. Fue un trabajo de sinodalidad, con mucha paciencia y buena predisposición”, explica Liberti.

El resultado es, en definitiva, una gran investigación académica que incorpora documentos, pero también el aporte de trabajos anteriores. De alguna forma, se amplía la base, se suman sujetos, matices, datos con la idea de no decir menos de lo que se ha dicho hasta ahora, sino mucho más. La particularidad es que se trata de una lectura histórico-teológica sobre la historia de la propia Iglesia y de la Argentina, aunando historia, fe y razón, y, explica Durán, “dejando que la fe cristiana ilumine la narración histórica. Pasando de la Historia a la fe y viceversa constantemente”.

En la misma línea, Galli apunta que “tenemos honestidad intelectual, nadie nos bajó línea. Ni Ojea (presidente de la CEA) ni el Papa Francisco. Actuamos con responsabilidad académica y sólo nos mueve aproximarnos lo más posible a la verdad histórica, aunque estemos en épocas de postverdad”.

Tavelli destaca que hay datos que eran completamente desconocidos. Entre ellos, menciona una reunión entre Jorge Rafael Videla y el nuncio apostólico Pio Laghi en agosto de 1978. Allí el presidente de facto reconoció no sólo que había desaparecidos sino que aventuró un número: entre 2000 y 3000. “El aporte importante de esta obra es que representa un inicio, la documentación ha sido reveladora. Deseamos que se realicen más investigaciones en todo el país, dentro y fuera de la Iglesia. Que más personas puedan acercarnos testimonios que puedan ayudarnos a descubrir el paradero de desaparecidos y dónde están los nietos que faltan”, dice el politólogo.

El dar a conocer documentos por primera vez abre un universo de posibilidades a futuro. Porque estos dos volúmenes no son ni pretenden ser una visión única e incuestionable, sino una sola entre tantas, basada en las fuentes con las que contaba la Iglesia. Lo que siga depende de los lectores, pero también de los futuros investigadores que encuentren aquí un punto de partida.

En la encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco escribe que es fácil caer en la tentación de dar vuelta la página y decir que hay que mirar hacia adelante. Pero no: “nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa.”

De eso se trata La verdad los hará libres: de aportar nuevas miradas y nuevos datos, que permitan trabajar la memoria para que avanzar no implique olvidar. Para que la sociedad del futuro puede reflexionar con mayor conocimiento y se forme un juicio personal histórico y ético a partir de la lectura. Para que no se repitan esos tiempos en los que el orden constitucional era subvertido y los Derechos Humanos, violados.

Finalmente, Durán es conciso: “nos reconforta saber que al paso de los años nuestro aporte no podrá ser ignorado y ocupará un espacio destacado”.

Comentá la nota