121° AP CEA Homilía de Mons. Ojea en la Misa de Apertura

121° AP CEA Homilía de Mons. Ojea en la Misa de Apertura

Homilía predicada por Monseñor Oscar V. Ojea, Obispo de San Isidro y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina en la Misa de Apertura

Monseñor Ojea expresó:

El Evangelio que escuchamos nos habla de la inevitabilidad del escándalo y de la necesidad de no provocarlo. Etimológicamente el escándalo es una piedra en el zapato. Hay que cuidarse mucho de no ser obstáculo para que los demás puedan seguir caminando y avanzando en su camino de maduración humana y cristiana.

            La profunda división en la que vivimos como sociedad es un motivo de escándalo y es causa de perplejidad para muchas personas.

            La pandemia no nos ha dejado un mundo mejor, sino una nueva pandemia de graves desequilibrios y rupturas.

            El comienzo del Proceso Sinodal es un intento de construcción de la unidad que hace la Iglesia frente a un mundo colmado de desencuentros para sanar las heridas de la violencia y de los enfrentamientos.

            El Concilio nos ha enseñado a través de la Lumen Gentium que la Iglesia es Sacramento de la unidad de los hombres con Dios y de la unidad de todo el género humano.

            El inicio de un camino de dialogo y de encuentro está en la escucha. Allí comenzamos a recomponer esa unidad de la que la Iglesia debe ser Sacramento.

            La cuestión que más nos aflige en este tiempo son las hondas fracturas en el cuerpo social.

            Muchos creen que la identidad se construye diferenciándonos, marcando nuestra diversidad en el modo de pensar y de sentir con el otro.

            Afianzar la identidad diferenciándonos de los demás es propio del adolescente que piensa crecer afirmando sus diferencias y sus distancias con el resto. Sin embargo, los cristianos sabemos que la identidad se construye por pertenencia, nace del enamoramiento que nos impulsa a identificarnos con el Amado y su ideal.

            La experiencia del Sínodo nos va mostrando que nuestro pueblo necesita ser escuchado, no solo para recibir repuestas sino sentirse escuchado.

Esto es lo propio de la simetría moral que merecen las personas y que la sociedad espera de la Iglesia. El clericalismo con su lógica de privilegios ha sido una gran piedra en el zapato para el cuerpo eclesial de la Iglesia. El Papa no se cansa de señalar este mal. 

            Tanto la división en la que vivimos, como el clericalismo, se desarman con una escucha que no es un mero poner el oído, sino el ferviente deseo de entender y discernir en un dialogo sincero que es lo que el Espíritu Santo le dice a la Iglesia.

            En la carta de San Pablo a Tito se habla del que preside la Comunidad. Entre las distintas virtudes se dice que debe ser hospitalario. La persona hospitalaria es la que hace de su casa y de su corazón un hogar para aquellos a quienes recibe. ¡Qué importante es esta virtud para albergar en nuestro corazón también las realidades que nos duelen en vez de rechazarlas! ¡Ser hospitalarios con aquello que nos duele! En el corazón del pastor hay un lugar para todos, la hospitalidad es una forma de comunión.

            En estos tiempos muchos son críticos de la Iglesia, críticos de nosotros los obispos y sus actitudes nos resultan molestas, pero más allá de hacerle lugar a los que nos dicen podemos ser hospitalarios con las personas y buscar la comunión.

            Una buena imagen para pensar la Iglesia hoy puede ser la del exilio. Vivimos una situación análoga a la que el Pueblo de Dios vivió en Babilonia. Ante el cambio de época muchas veces nos quedamos atónitos y paralizados. Nos resulta difícil encontrar el camino, el modo de ser y estar en la nueva situación como le sucedía al pueblo elegido en aquel país extranjero, pero estar a la defensiva, cerrarnos y no escuchar es lo que nos hace perder identidad.

            La imagen que nos propone el Documento de la etapa continental del Sínodo también resulta elocuente. Es la de la tienda. El profeta Isaías invita al pueblo que está en el exilio con estas palabras: “ensancha el espacio de tu tienda” (Is. 54,2). Esto es vivir la escucha como una verdadera acogida. Abrir y no cerrar es el camino de la identidad eclesial. Es lo propio de una Iglesia en salida que busca penetrar la nueva cultura con la frescura del evangelio.

            Queremos hacer nuestra, la oración de los apóstoles que hemos escuchado en el evangelio. “Señor auméntanos la fe”.

            Hemos comenzado a hablar en nuestra Asamblea de la situación del país y de cómo acompañar mejor desde la pastoral de la Iglesia a nuestro pueblo. Sin la fe es imposible mirar y entender bien la realidad. El mundo se vuelve opaco y los caminos se presentan sin salida.

            La carta a los Hebreos nos dice que la fe es la garantía de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve. Nosotros como pastores tenemos que ser garantes de lo que se espera. La prueba de lo que no se ve es nuestra propia vida. De allí que nuestra fe debe ser mejor irradiada. Es verdad que tenemos que hablar del Señor y de su mensaje, pero la fe tiene que ser transmitida a través de nuestra presencia ya que nuestra cercanía es el principal instrumento evangelizador.

            Queremos ser hombres de fe, no solo tenerla como se tienen otras cosas, sino personas hechas de fe, vivir de ella. Para esto es fundamental que podamos escuchar y percibir cómo el Espíritu Santo conduce a su Iglesia con el sentido de la fe que guía al pueblo de Dios.

            Esta oportunidad de aprendizaje se nos manifiesta reiteradamente. Frente a un panorama lleno de contradicciones hemos sido testigos después de la pandemia de la enorme cantidad de fieles que han peregrinado a nuestros santuarios a lo largo del país.

            Los hemos visto en Catamarca, en Salta, en Itati, en san Nicolás, en Lujan y en tantos otros rincones de la Patria. “La fe viene por el oído” (Rom. 10, 17), no existe fe verdadera sin escucha de la palabra y de los acontecimientos. Dios nos habla a través de la fe de nuestro pueblo.

            Hemos vivido una hermosa ocasión de admirarnos con Jesús de la Fe de tantos hermanos y hermanas que en medio de muchos sufrimientos personales y sociales nos enseñan a mirar por encima de tantas opciones que desdibujan nuestra identidad cristiana más profunda.

            Quiera el Señor que podamos dejarnos interpelar por el eco de la voz de Dios que aquí resuena sacramentalmente.

            Una oración más intensa, una escucha más decidida de la realidad, junto con el discernimiento comunitario, que alcanzaremos por medio de un dialogo sincero entre nosotros, pueden ser el modo de encontrar el camino en la oscuridad.

            Cuando uno se siente pobre Dios se hace cercano e íntimo, decía el Cardenal Pironio.

            Le pedimos a María, Medianera de todas las gracias, que a través de este tiempo duro y difícil podamos crecer en la esperanza y ser cada día más fieles a nuestra vocación de Pastores.

† Oscar V. Ojea

Obispo de San Isidro

Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina

Comentá la nota