Francisco: veamos a los niños para aprender del Niño Jesús

Francisco: veamos a los niños para aprender del Niño Jesús

En la última audiencia del año, el Papa comienza su reflexión con el pesebre: Dios es humilde, se hizo pequeño por nosotros; tenemos la responsabilidad de protegerlo, abandonando nuestras pretensiones de autonomía

Por IACOPO SCARAMUZZI - CIUDAD DEL VATICANO

Toda la vida terrena de Jesucristo es «revelación y enseñanza», pero los Evangelios dicen «poco sobre el Niño Jesús». En la última Audiencia general de 2015, en Plaza San Pedro, Papa Francisco comenzó su reflexión a partir del pesebre, creado por San Francisco de Asís, para subrayar la importancia de la figura del Niño Jesús para la fe de los creyentes y para sugerir un método: «Podemos aprender mucho de Él si vemos la vida de los niños», dijo. Insistió también en la «responsabilidad de protegerlo» y en la necesidad de abandonar la propia «pretensión de autonomía» para imitar el «misterio» de la humildad de Dios.

«Hermanos y hermanas, ¡buenos días! Un día un poco frío…». Con estas palabras comenzó Papa Francisco la catequesis de la Audiencia general. Y efectivamente, llevaba una bufanda blanca alrededor del cuello, porque tuvo un poco de gripe en los últimos días. «En estos días navideños contemplamos al Niño Jesús. Estoy seguro de que en nuestras casas todavía muchas familias pusieron el pesebre, sacando adelante esta hermosa tradición que se remonta a san Francisco de Asís y que mantiene vivo en nuestros corazones el misterio de Dios que se hace hombre», prosiguió. La devoción al Niño Jesús, prosiguió el Papa ante los miles de fieles que se reunieron la Plaza San Pedro, «está muy difundida. Muchos santos y santas la han cultivado en su oración cotidiana, y han deseado modelar sus vidas según la del Niño Jesús. Pienso en particular en santa Teresa de Lisieux, que como monja carmelita llevaba el nombre de Teresa del Niño Jesús y del Rostro Santo. Ella (que también es Doctora de la Iglesia) supo vivir y ofrecer testimonio de esa ‘infancia espiritual’ que se asimila justamente meditando, en la escuela de la Virgen María, la humildad de Dios que se hizo pequeño por nosotros. Y este es un misterio grande: Dios es humilde, nosotros que somos orgullosos, que estamos llenos de vanidad, nos creemos gran cosa, pero no somos nada; Él, Él que es grande, es humilde y se hace niño. Este es un verdadero misterio, Dios es humilde».

El Papa prosiguió subrayando que «hubo un tiempo en el que, en la Persona divino-humana de Cristo, Dios fue un niño, y esto debe tener su significado peculiar para nuestra fe. Es cierto que su muerte en la cruz y su resurrección son la máxima expresión de su amor redentor, pero no olvidemos que toda su vida terrena es revelación y enseñanza. En el periodo navideño recordamos su infancia. Para crecer en la fe necesitamos contemplar más a menudo al Niño Jesús. Claro, no conocemos nada de este periodo suyo». El Pontífice recordó las «raras indicaciones» que aparecen en los Evangelios: la imposición del nombre a los ocho días de su nacimiento, la presentación en el Templo, la visita de los Magos con su consecuente fuga hacia Egipto; «y luego hay un gran salto hasta los doce años, cuando con María y José Jesús va en peregrinaje a Jerusalén para la Pascua, y en lugar de volver con sus padres se queda en el Templo para hablar con los doctores de la ley. Como se ve, sabemos poco del Niño Jesús, pero —dijo el Papa— podemos aprender mucho de Él si vemos la vida de los niños. Es una bella costumbre que tienen los padres, los abuelos, esa de ver a los niños, qué hacen».

Al ver a los niños, «descubrimos principalmente que los niños quieren nuestra atención. ¿Ellos deben estar en el centro porque son orgullosos? No, porque necesitan sentirse protegidos. También es necesario para nosotros poner en el centro de nuestra vida a Jesús y saber, aunque pueda parecer paradójico, que tenemos la responsabilidad de protegerlo. Quiere estar en nuestros brazos, desea ser cuidado y poder fijar su mirada en la nuestra. Además, hacer que el Niño Jesús sonría para demostrarle nuestro amor y nuestra alegría porque Él está entre nosotros. Su sonrisa es signo del amor que nos da la certeza de ser amados. Los niños adoran jugar. Pero hacer que juegue un niño significa abandonar nuestra lógica para entrar en la suya. Si queremos que se divierta es necesario comprender qué le gusta, y no ser egoístas y hacer que hagan las cosas que nos gustan a nosotros. Es una enseñanza para nosotros. Ante Jesús, estamos llamados a abandonar nuestra pretensión de autonomía (este es el núcleo del problema, nuestra pretensión de autonomía) para acoger, en cambio, la verdadera forma de libertad, que consiste en reconocer a quién tenemos frente a nosotros y servirlo. Él es el Hijo de Dios que viene a salvarnos. Vino entre nosotros para mostrarnos el rostro del Padre rico de amor y de misericordia. Estrechemos, pues, entre nuestros brazos al Niño Jesús, pongámonos a su servicio: Él es fuente de amor y de serenidad. Y hoy —concluyó el Papa—, cuando volvamos a casa, es una cosa bella acercarse al pesebre y besar el Niño Jesús y decirle: ‘Yo quiero ser humilde como tú, humilde como Dios’, y pedirle esta gracia». Entre los fieles presentes en la Plaza San Pedro, el Papa agradeció a los fieles polacos por las felicitaciones que le enviaron en estos días, y mandó un saludo particular a los peregrinos de México, país que visitará en febrero de 2016.

Al final de la catequesis, el Papa invitó a los fieles a «rezar por las víctimas de las calamidades que en estos días han afectado a los Estados Unidos, a la Gran Bretaña y a Sudamérica, especialmente Paraguay, provocando desgraciadamente víctimas, muchos desplazados y daños enormes. Que el Señor —dijo— dé consuelo a aquellas poblaciones, y que la solidaridad fraterna las socorra en sus necesidades». 

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