Francisco tras las huellas de las casas

Francisco tras las huellas de las casas

En febrero estará en Chiapas, la región indígena que vio nacer el movimiento zapatista del subcomandante Marcos. 

por Luis Badilla

Chiapas, uno de los 32 Estados de la República Federal de México, y su capital San Cristóbal de Las Casas, recibirán el próximo mes de febrero la visita del Papa Francisco. Y no se trata de una visita cualquiera. La elección de esta región del este mexicano tiene una connotación y un significado fuerte y relevante, porque aquí, en las últimas décadas, México ha conocido y vivido eventos decisivos, relacionados con la dolorosa historia de los pueblos aborígenes. Esta historia reciente tiene dos símbolos: el obispo Samuel Ruiz y el Ejército Zapatista del subcomandante Marcos.

El origen del Ejército Zapatista. La historia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) es larga y compleja. Aquí nos limitaremos a resumir las características esenciales que ayudan a comprender su difusión en la región de Chiapas. El Ejército se constituyó el 17 de noviembre de 1983, pero recién se dio a conocer el 1 de enero de 1994, tomando algunas comunas de Chiapas y declarando la guerra al gobierno y al ejército mexicanos, por boca del subcomandante Marcos y su “Primera Declaración de la Jungla de Lacandon”. No obstante el reiterado uso de la fuerza en esta primera etapa, el EZLN rechaza la violencia como práctica sistemática y, sobre todo, se propone mantenerse en la línea de la tradición de los movimientos independentistas indígenas de Chiapas, que se remonta a las primeras décadas del 1500 y que en la segunda mitad del ‘900 vivió un renacimiento gracias también a la colaboración de la iglesia local.

La búsqueda de una economía alternativa al capitalismo, a la explotación de la población más pobre, del territorio y del ambiente, son los ideales que animan desde siempre las comunidades indígenas de la región y que –antes de ser heredados por el EZLN – también fueron defendidos por las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), movimientos nacidos en América Latina como fruto de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Celam) que convocó Pablo VI después del Concilio Vaticano II para hacerlo más coherente con la compleja realidad social del continente. En respuesta a esa llamada, varios sacerdotes de América Latina emprendieron la tarea de preparar la Segunda Conferencia General de Obispos Latinoamericanos en Medellín, Colombia, entre agosto y septiembre de 1968. La Conferencia tuvo un impacto global en la Iglesia Católica debido a su composición, a los temas que se trataron y a las conclusiones que se alcanzaron. Los resultados de la Conferencia de Medellín alentaron a religiosos y laicos a estudiar en profundidad el rol de la Iglesia en América Latina, atendiendo a las características de un continente marcado por relaciones de una fuerte y evidente explotación, generada por las estructuras –coloniales y capitalistas- de la producción material. Este renovado interés por el rol de la Iglesia Católica en América Latina indujo a numerosos intelectuales a redescubrir la función de algunos sacerdotes que eran cercanos a las luchas sociales y a construir una visión histórica de ese rol, dando vida a la Teología de la Liberación.

No se trata de adentrarnos en la delicada cuestión de la Teología de la Liberación y la aversión que produjo en el Viejo Continente en algunas corrientes conservadoras de la Iglesia Católica. Sin embargo, los teólogos de la liberación, es importante recordarlo, no estaban interesados en formar parte de la estructura jerárquica de la Iglesia; el trabajo que desarrollaron se centró en la organización social, en los pobres y en el proletariado. Cuando el debate superó los límites verbales e intelectuales, los críticos religiosos continuaron con su trabajo de base con “los pobres y los oprimidos”. En América Latina el movimiento formado por las Comunidades Eclesiales de Base estaba cobrando fuerza y encontró en Brasil y Nicaragua un espacio de referencia. Algunas expresiones de este movimiento se convirtieron incluso en partidos políticos; en México las CEB tuvieron amplia aceptación, sobre todo en los sectores marginados de la sociedad. Al respecto, el sacerdote dominico Miguel Concha afirma –en su libro “Las comunidades eclesiales y el movimiento popular”- que “Las CEB en México nacen en las áreas rurales y urbanas más pobres, entre aquellos que sufren una realidad económica y político-social de explotación, hambre, represión y miseria. Sus principales protagonistas son los indígenas y los campesinos, los obreros, los subocupados y los desocupados que –gracias al trabajo pastoral de sacerdotes, religiosos y laicos cuya vida está dedicada a la opción preferencial por los pobres- han descubierto en el Movimiento CEB una semilla de esperanza en la iglesia de América Latina en general y en la de México en particular”.

Las CEB y la Diócesis de San Cristóbal de las Casas –con Samuel Ruiz García a la cabeza- tuvieron un rol importante en las comunidades indígenas. Participaron activamente, por ejemplo, en la convocatoria y organización del Primer Congreso Indígena en 1974. Siguiendo las resoluciones de la Conferencia de Medellín, los religiosos comenzaron a inculcar a los indígenas la idea de que el Reino de Dios debía expresarse en la tierra y debía estar basado en la justicia y la verdad. El trabajo de la diócesis reforzó la organización interna de los pueblos indígenas y les permitió construir redes de contacto con organizaciones semejantes dentro del Estado, de México y del mundo. Sin embargo, como ocurrió anteriormente con las Fuerzas de Liberación Nacional, el trabajo de la diócesis también quedó marcado por la particular visión del mundo de los pueblos indígenas; a tal punto que empezó a formarse una especie de “iglesia indígena”, constituida por 2.608 comunidades con 400 pre-diáconos y 8000 catequistas que, si bien estaba coordinada con la estructura de la diócesis, tenía también cierta autonomía. Durante la fase de “acumulación de fuerzas en silencio” (de reclutamiento) del EZLN, un gran número de militantes surgió de los indios que habían colaborado con las CEB y con la diócesis de San Cristóbal de Las Casas. No es que su integración hubiera sido planificada, sino que el trabajo realizado por Samuel Ruiz había llevado a las comunidades indígenas a convertirse en el preludio ideal para el trabajo político que posteriormente desarrollaron los neo zapatistas. Así es como muchos indígenas que habían sido pre-diáconos y catequistas de la “iglesia indígena” decidieron sumarse a las filas del EZLN. Por eso detrás del EZLN que declaró la guerra al ejército mexicano el 1 de enero de 1994 hay una compleja red de visiones políticas y culturales que se entrelazan y evidencian una realidad de opresión y de explotación en un vasto segmento de la sociedad. No se trata, entonces, de una lucha solo en favor de los pueblos indígenas, sino de todo el pueblo mexicano. Las luchas contra el colonialismo y la conquista, las luchas para hacer de México una nación libre, independiente y soberana, y las luchas contra el capitalismo en su forma imperialista, son la sustancia histórica de la rebelión indígena que sacudió al mundo y que inspira –hasta la actualidad- una gran simpatía.

En cuando a los neo zapatistas, hay que destacar un aspecto de gran importancia: su lucha no es para conquistar el poder y crear un régimen socialista o comunista, como ocurrió en la mayoría de los países de América Latina y del mundo donde se produjeron rebeliones armadas. Por el contrario, las primeras reivindicaciones fueron  sencillamente exigencias del mínimo necesario para una vida digna: “Trabajo, tierra, un techo, alimento, salud, instrucción, independencia, libertad, democracia, justicia y paz”.

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