Francisco y el «siempre se ha hecho así»

Francisco y el «siempre se ha hecho así»

Francisco en la misa de apertura del Sínodo: “Si todo sigue como era, el don se desvanece”.

Por Carlos Esteban.

«Si todo sigue como era, si pasamos nuestros días contentos de que “así es como siempre se han hecho las cosas”, entonces el don se desvanece, aplastado por las cenizas del miedo y la preocupación por defender el status quo«, ha dicho Su Santidad en la misa inaugural del Sínodo de la Amazonía, en palabras que parecen preparar a los fieles para las reformas en profundidad que muchos temen.

Pero las palabras del Santo Padre tienen también un sentido muy distinto del que probablemente pretende, una significación no pretendida de la que hemos hablado ya en varias ocasiones. Y es que a veces da la impresión de que el “así” del Papa tiene muy poco que ver con el “así” que viven y han vivido siempre la abrumadora mayoría de los fieles de hoy.

En las “cosas que siempre se han hecho así” del Papa hay curas rígidos con negras sotanas y sombreros de teja, predicadores obsesionados con el Sexto Mandamiento, confesores implacables, parroquianos obsesionados con el puntilloso cumplimiento de normas y quisquillosos con el menor detalle de la doctrina.

Pero ha pasado más de medio siglo de esa caricatura, y para casi todos los católicos de hoy, el “como siempre se han hecho las cosas” es algo muy distinto y que, ciertamente, muchos estarían deseando cambiar en un sentido, me temo, radicalmente diferente al que se refiere Su Santidad.

Uno de los cuatro principios rectores de Francisco es que “el tiempo es más importante que el espacio”, pero el tiempo parece haberse detenido para él y los prelados que aplauden su renovación, congelado en un perpetuo postconcilio.

Para mí, con 57 años, no oír jamás en ninguna homilía de parroquia hablar sobre los Novísimos, sobre la urgencia de nuestro destino eterno, o sobre la castidad, es “como siempre se han hecho las cosas”.

Los experimentos litúrgicos, las misas con las rúbricas sometidas al capricho del oficiante, es “como siempre se han hecho las cosas”.

La relativización del mal moral objetivo, la sustitución de la caridad privada por la defensa de posiciones políticas, es “como siempre se han hecho las cosas”.

Y, sinceramente, no parece que haya hecho un bien extraordinario a la Iglesia, al menos a juzgar del único modo que podemos, y es mediante la fría estadística: descristianización masiva, abandono de los sacramentos, caída en picado de las vocaciones. Se puede alegar que el cristianismo no es un juego de números. Aceptado. Pero cada una de esas personas es un alma inmortal.

El tiempo puede ser más importante que el espacio, mayor que el espacio, pero la Iglesia es una realidad eterna, y el mensaje de Cristo es válido para todas las épocas. Lo que suceda hoy no es especialmente importante, este pontificado no es la culminación de los tiempos ni inaugura o puede inaugurar ‘una nueva Iglesia’, y cuando se mira la historia -la de la Iglesia y la de la humanidad- ‘sub specie aeternitatis’, resulta un poco absurdo todo este hablar de continuo y con excitación de “renovaciones” que en lo más llamativo y aparente no son sino un acercamiento extemporáneo a fugaces modas ideológicas del mundo que pasarán como han pasado todas las anteriores.

Comentá la nota