Francisco a los religiosos: ensúciense las manos con la vida cotidiana

Francisco a los religiosos: ensúciense las manos con la vida cotidiana

El Papa concluye con una Misa en San Pedro el año de la vida consagrada, que comenzó el 29 de noviembre de 2014. «Los consagrados y las consagradas están llamados a ser hombres y mujeres del encuentro»

Por IACOPO SCARAMUZZI - CIUDAD DEL VATICANO

El Papa exhortó a los religiosos y a las religiosas a seguir la inspiración de los fundadores, que, «movidos por el Espíritu», no tuvieron miedo de «ensuciarse las manos con la vida cotidiana, con los problemas de la gente, recorriendo con valentía las periferias geográficas y existenciales», en ocasión de la Misa que presidió hoy por la tarde en San Pedro, en la fiesta de la Presentación del Señor, por el jubileo de la vida consagrada, al final del Año de la vida consagrada (del 29 de noviembre de 2014 al 2 de febrero de 2016).

El Evangelio, dijo el Papa, «nos dice que “el padre y la madre de Jesús se asombraban de las cosas que se decían de Él”. José y María custodiaban la sorpresa de este encuentro lleno de luz y de esperanza para todos los pueblos. Y también nosotros, como cristianos y como personas consagradas, somos custodios de la sorpresa. Una sorpresa que pide ser renovada siempre. ¡Ay de la costumbre en la vida espiritual, ay de cristalizar nuestros carismas en una doctrina abstracta! Los carismas de los fundadores, como he dicho muchas veces, no se pueden sellar dentro de un frasco, no son piezas de museo. Nuestros fundadores fueron movidos por el Espíritu Santo y no temieron ensuciarse las manos con la vida de todos los días, con los problemas de la gente, recorriendo con valentía las periferias geográficas y existenciales. No se detuvieron ante los obstáculos y las incomprensiones de los demás, porque mantuvieron en el corazón la sorpresa del Encuentro con Cristo. No domesticaron la gracia del Evangelio: tuvieron siempre en el corazón una sana inquietud por el Señor, un deseo irrefrenable de llevarlo a los demás, como hicieron María y José en el templo. También nosotros estamos llamados a realizar elecciones proféticas y valientes».

 

El Papa subrayó que el año de la vida consagrada, que concluyó en estos días con un congreso de 5000 religiosos organizado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica a quienes Francisco dedicó una audiencia ayer, fue «vivido con mucho entusiasmo», y ahora, «como un río», «confluye en el mar de la misericordia, en este inmenso misterio de amor que estamos experimentando con el Jubileo extraordinario».

El papa subrayó que, sobre todo en el Oriente, la jornada de hoy « se llama fiesta del Encuentro», porque muchos son los encuentros que el Evangelio describe en la presentación al templo de Jesús, empezando por el encuentro con Simeón y Ana: «Los consagrados y las consagradas están llamadas, antes que nada, a ser hombres y mujeres del encuentro. La vocación, de hecho, no nace de nuestro proyecto pensado “teóricamente” sino de una gracia del Señor que nos alcanza, a través de un encuentro que te cambia la vida. Quien encuentra verdaderamente a Jesús no puede permanecer como antes. Él es la novedad que hace nuevas todas las cosas. Quien vive este encuentro se convierte en testigo y hace posible el encuentro a los demás, se hace promotor de la cultura del encuentro, evitando la auto referencialidad que nos encierra en nosotros mismos».

 

Y así, Jesús «no nos ha salvado “desde el exterior”, no se ha quedado fuera de nuestro drama, ha querido compartir nuestra vida. Los consagrados y las consagradas están llamadas a ser signo concreto y profético de esta cercanía de Dios, de este compartir con la condición de fragilidad, de pecado y de heridas del hombre de nuestro tiempo —recordó el Papa. Todas las formas de vida consagrada, cada una según sus características, están llamadas a estar en estado permanente de misión, compartiendo “alegrías y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de hoy, de los pobres sobre todo y de todos los que sufren», indicó citando la «Gaudium et Spes».

El Papa jesuita concluyó rezando por que, con la «maternal intercesión de María, crecer en nosotros, y aumentar en cada uno el deseo del encuentro, la custodia de la sorpresa y la alegría de la gratitud. Entonces otros serán atraídos por su luz y podrán encontrar la misericordia del Padre».

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