El Papa recibió a 7 mil niños de la “Fabbrica della pace”. La cárcel no es la solución para los jóvenes que se equivocan. «Yo también me “caliento”, pero después de litigar sirve la paz»
Le pusieron una pulserita y le regalaron el «casco de la paz», «porque eres nuestro primer obrero de la paz». Lo recibieron cantanto “We are the world”, lo saludaron entre coros y abrazos. El Papa recibió hoy a 7 mil niños de la “Fabbrica della pace” y abandonó el discurso que había preparado para responder a las 13 preguntas que le hicieron los niños. Los temas fueron muy varios: de la paz y la guerra hasta la cárcel y la enfermedad. «En donde no hay justicia no hay paz», hizo que repitieran los niños en coro, y después les explicó que en el mundo no hay paz porque los potentes obtienen ganancias con la industria de las armas.
La iniciativa, organizada por la psicóloga Maria Rita Parisi y otras personas, pretende movilizar a las instituciones, a los medios de comunicación, a los organismos eclesiales, a organizaciones no gubernamentales, a las fuerzas del trabajo y de la política para construir «inmediatamente y en el futuro» un mundo de paz.
Un niño egipcio que vive en la periferia romana («Tor Pignattara te ama y te espera», dijo), recordó que, como muchos hijos de migrantes, él proviene de un país en el que hay pobreza y guerra; después preguntó al Papa por qué «las personas potentes no ayudan a las escuelas». «Se puede hacer una pregunta más grande», respondió el Papa: «¿Por qué muchas personas potentes no quieren la paz? Porque viven de las guerras, ¡la industria de las armas es grave! Los potentes se ganan la vida fabricando armas y venden estas armas a este o a aquel país: es la industria de la muerte... obtienen ganancias. Ustedes saben que la codicia nos hace mucho daño, ese deseo de tener más, más dinero: y cuando vemos que todo gira alrededor del dinero, que el sistema económico gira alrededor del dinero y no alrededor de la persona, del hombre y de la mujer, se sacrifica mucho, y se hacen guerras para defender el dinero. Y por esto mucha gente no quiere la paz: se gana más con la guerra, dinero, pero se pierden las vidas, la cultura, la educación, se pierden muchas cosas. Un sacerdote anciano que conocí hace algunos años decía: el diablo entra por las carteras, por la codicia, y por esto no quieren la paz».
«Querido Papa, tengo 9 años y escucho siempre hablar de la paz, pero ¿qué es la paz?», preguntó un niño que estaba en una silla de ruedas; le explicó que irá a Lourdes con la Unitalsi y le pidió que manejara el tren para que no llegue tarde. «¡Muy bien!», le respondió el Papa. «La paz –prosiguió–es antes que nada que no haya guerras, pero también que haya alegría, amistad entre todos, que cada día se dé un paso en la justicia, para que no haya niños hambrientos, enfermos que no tengan la posibilidad de ser ayudados en la salud. Hacer todo esto es hacer la paz. La paz es un trabajo, no es quedarse tranquilos, es trabajar para que todos tengan la solución a los problemas, a las necesidades que tienen en sus tierras, en sus patrias, en sus familias, en sus sociedades: así se hace la paz, ¡artesanalmente!». La paz «no es un producto industrial; la paz es un producto artesanal, se construye cada día con nuestro trabajo, con nuestra vida, con nuestro amor, con nuestra cercanía, con nuestro querernos. La paz se construye todos los días». Jorge Mario Bergoglio después pidió que los niños repitieran en coro: «Donde no hay justicia no hay paz».
La cárcel fue otro de los temas sobre los que reflexionó el Papa con los niños. Un chico que se encuentra en el reformatorio de Casal del Marmo, en Roma, le preguntó al Papa: «La respuesta para los chicos como yo es la cárcel. ¿está de acuerdo?». «No –respondió Francisco– no estoy de acuerdo». Se necesita ayudarlos «a levantarse, a reincorporarse con la educación, con el amor, con la cercanía, pero ir a la solución de la cárcel es lo más cómodo para olvidar a los que sufren. Les doy un consejo –dijo el Papa dirigiéndose a los niños– cuando a ustedes les digan que aquel está en la cárcel, díganse ustedes mismos: yo también puedo hacer los mismos errores que hizo él. Todos podemos cometer los errores más feos, no condenen nunca, ayuden siempre a que se levanten y a que se reincorporen a la sociedad». Una niña, cuyo padre se encuentra en la cárcel, le preguntó a Francisco si «hay posibilidad de perdón para los que han hecho cosas feas». Y el Papa dijo: «Escuchen bien esto. Dios perdona todo. Somos nosotros los que no sabemos perdonar. Somos nosotros los que no encontramos vías de perdón, muchas veces por incapacidad o porque es más fácil llenar las cárceles que ayudar a salir adelante a los que se han equivocado en la vida. La vía más fácil es ir a la cárcel, sin perdón. ¿Y qué significa el perdón? Te caíste, yo te ayudo a levantarte, a reincorporarte a la sociedad. Hay una canción muy bonita que cantan los alpinistas: en el arte de subir, la victoria no es no caer, sino no quedarse caído. Todos caemos, todos nos equivocamos, pero nuestra victoria, sobre nosotros y sobre los demás, es no quedarnos caídos y ayudar a los demás a que no se queden caídos. Este es un trabajo muy difícil, es más fácil descartar de la sociedad a una persona que tuvo un error feo y condenarlo a muerte encerrándolo de por vida. El trabajo debe ser siempre reincorporar, no quedarse caídos».
Rafael, un niño latnoamericano que tuvo problemas de corazón, conmovió al Papa con sus preguntas: «¿Hay alguna razón –respondió el Papa– por la que un niño, sin haber hecho nada malo, pueda venir al mundo con los problemas que ha tenido? Esta pregunta es una de las más difíciles para responder: no hay respuesta. Hubo un gran escritor ruso, Dostoievski, que se había hecho la misma pregunta: ¿por qué sufren los niños? Solo se puede ver hacia el cielo, esperar respuestas que no se encuentran». ¿Qué puedo hacer para que un niño sufra menos? «Estar cerca de él. Y la sociedad trata de tener centros de cura, centros de ayuda paliativa, trata de que se desarrolle la educación de los niños con enfermedades. A mí –dijo el Papa– no me gusta decir que un niño es discapacitado, no: tiene una habilidad diferente, no es discapacitado, todos tenemos habilidades. Todos, todos tienen la capacidad de darnos algo, de hacer algo».
Y hubo otras pregutnas más personales. «Me peleo a menudo con mi hermana. ¿Tú te peleaste alguna vez con tu familia?». «Levante la mano el que no se haya peleado con un hermano o con alguien de la familia: ¿nunca? ¡Todos lo hemnos hecho!», respondió el Papa. «Es parte de la vida, porque yo quiero jugar a algo y el otro quiere jugar a otra cosa, y luego litigamos... pero al final es importante hacer la paz. Litiguemos, pero no acabemos el día sin haber hecho la paz». EL Papa reconoció que «he litigado muchas veces, incluso ahora, me “caliento” un poco, pero siempre trato de hacer la paz juntos». «Y si una persona no quiere hacer la paz contigo, ¿qué haces?», le preguntó otra niña: «Antes que nada, el respeto a la libertad de la persona» respondió Bergoglio. «Si esta persona no quiere hablar conmigo, no quiere hacer la paz, si tiene dentro de sí no digo odio, sino un sentimiento en mi contra, hay que respetarla: rezar, pero nunca vengarse». «¿No te gustaría estar más en paz?», le preguntó otro niño. «Muchas veces quisiera un poco de tranquilidad, reposar un poco más, es cierto: pero estar con la gente no que quita la paz. Lo que quita la paz es no quererse, los celos, la envidia, la avaricia, quitarle las cosas a los demás: eso quita la paz. Pero estar con la gente es hermoso. Cansa un poco, yo ya no soy ningún jovencito, pero no te quita la paz».
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