Francisco se pone la Iglesia al hombro

Francisco se pone la Iglesia al hombro

El autor es un conocedor profundo del pensamiento del Papa. Analiza el valor político del encuentro de Roma y sus posibles consecuencias sobre toda la iglesia.

Se están por cumplir seis años del pontificado del papa Francisco. ¿Quién lo hubiera dicho? El primer papa Latinoamericano, y encima argentino. Muy poco sabían de él en la Curia Romana, no así en cambio, cuando estaba entre nosotros, donde no pasaba inadvertido. Su llegada al Trono de Pedro desde el fin del mundo, vino acompañada de una ola de esperanza, como un renuevo para la Iglesia. Fiel a su estilo, como buen pastor, se puso “la Iglesia al hombro” y con pasos cortos todos los días conforme a la enseñanza ignaciana, comenzó su misión que podríamos llamar reparadora. Recibió una Iglesia en decadencia, con muchos problemas internos, alejada de sus fieles, ensimismada en sus propios laberintos, ajena a las realidades y necesidades de su pueblo. Uno de los más grandes flagelos por los que atraviesa, son los abusos sufridos por los menores y adultos víctimas de algunos sacerdotes, obispos y cardenales. Esta trágica situación no es nueva, existe desde hace varias décadas. Antipederastía. “El grito de estas personas que piden justicia -dijo el papa- pesa sobre nuestro encuentro. El santo Pueblo de Dios nos mira y espera de nosotros no sólo simples condenas rutinarias sino medidas concretas y eficaces”. Con estas palabras el Santo Padre dio inicio el jueves pasado a la Cumbre antipederastía que él convocó, de la que participan presidentes de conferencias episcopales de todo el mundo, cardenales y miembros de la Curia Romana. Se puede decir, que el papa quiere acabar con la impunidad del silencio, con el clericalismo y con la hipocresía de muchos obispos, sacerdotes y religiosos. Es el fin del encubrimiento, de mirar al costado, de esconder las miserias debajo de la alfombra. Como nunca había sucedido antes, un papa ha encarado el problema con lucidez y coraje, no sólo sacándolo a la luz, sino que enfrentándolo y asumiéndolo con valentía, ternura y firmeza. Es cierto que Benedicto XVI fue el primero que se animó a enfrentarlo, le tocó abrir el callejón sin salida, pero también es muy cierto que sus predecesores miraron para otro lado, vaya a saber el motivo, si fue por encubrir o por no tener el suficiente valor de hacerse cargo del drama de la pedofilia, priorizando sus pontificados por sobre la Iglesia y su pueblo. Hay algunas voces de víctimas, que tienen una mirada escéptica con los resultados de la Cumbre. La verdad, tienen todo el derecho del mundo de dudar, pero no tienen razón que los asista. Precisamente, esta decisión del papa Francisco de abrir la cloaca tapada de estiércol, es firme, auténtica y no tengo dudas que resultará sanadora. Tolerancia cero. Pues se acabó la indiferencia y la negación del problema. La tolerancia cero se puso en práctica antes de la Cumbre. Es que al papa Bergoglio no le tiembla el pulso. Hace pocos días, por primera vez en la historia de la iglesia, decidió despojar del estado clerical al cardenal McCarrick, la máxima sanción canónica, al encontrarlo culpable de delitos sexuales con adultos y menores, con el agravante de abuso de poder. La condena implica no administrar sacramentos, no vestirse como clérigo, ni percibir sueldo. Además, es una decisión irrevocable. Este es el tiempo en que los culpables paguen por sus delitos con todo el rigor de la ley. Los pastores tienen la obligación de cuidar de sus ovejas, no lastimarlas ni depredarlas. Por eso el Santo Padre les pidió perdón eclesial y les abrió las puertas del Vaticano para oírlas a cara descubierta como nunca antes había sucedido. Pero si bien esa justicia castigará a los responsables, hoy resulta ser que lo más importante es atender, acompañar, proteger y cuidar a las inocentes víctimas que cayeron en sus perversas y sucias manos, preparando los caminos para el cuidado pastoral de las comunidades heridas por los abusos. Esta decisión que tomó el papa Francisco de ir a la raíz del problema para poder enfrentarlo, no tiene retorno, y demuestra que gobierna con gestos valientes y no con eslóganes, consagrándolo como pastor, jefe de la Iglesia y líder mundial. 

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