Francisco: para nosotros los ancianos no es el momento de tirar los remos al agua

Francisco: para nosotros los ancianos no es el momento de tirar los remos al agua

El Papa en la audiencia general observó que la espiritualidad cristiana también estaba desprevenida a la hora de delinear «una espiritualidad de las personas ancianas», que son las que tienen, a pesar de ello, la «vocación» de rezar y son un ejemplo para los jóvenes

«Cómo quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con un nuevo abrazo desbordante de alegría entre jóvenes y ancianos ¡Es lo que pido hoy!», dijo Papa Francisco renovando su exhortación y anhelo - en particular en el camino cuaresmal -  a los peregrinos de varias lenguas en la Plaza de San Pedro. En el contexto del ciclo de catequesis dedicado a la familia, que se enmarca en el ámbito del Sínodo ordinario de octubre de este año, Jorge Mario Bergoglio volvió a hablar, por segunda ocasión, sobre el papel de los ancianos y subrayó que incluso la espiritualidad cristiana se vio un poco desprevenida a la hora de delinear «una espiritualidad de las personas ancianas». El Papa definió la vejez como una «vocación», incluyéndose en el rubro, pues los ancianos rezan y pueden ser un ejemplo para los jóvenes: «todavía no es hora de arrojar los remos al agua». 

En la catequesis de hoy, el Papa prosiguió con la reflexión «sobre los abuelos, considerando el valor y la importancia de su papel en la familia». Y confesó que su reflexión la lleva a cabo «ensimismándome en estas personas, porque yo también pertenezco a esta franja de edad. Cuando estuve en Filipinas, el pueblo filipino me saludó diciéndome “lolo kiko”, es decir abuelo Francisco».

La sociedad de hoy, afirmó el Papa, «tiende a descartarnos, pero no lo hace el Señor. El Señor no nos descarta nunca. Él nos llama a seguirlo en cualquier edad de la vida, y la vejez también tiene una gracia y una misión, una verdadera vocación del Señor: la vejez es una vocación. Todavía no es hora de arrojar los remos al agua», prosiguió Bergoglio. Este periodo de la vida «es diferente de los anteriores, no hay duda; tenemos, un poco, que inventárnoslo, porque nuestras sociedades no están listas, espiritual ni moralmente, para dar a este momento de la vida su valor pleno. Hace tiempo, de hecho, no era tan normal tener tiempo disponible; y hoy es más normal». Francisco recordó la «jornada para los ancianos» que se llevóa cabo en Plaza San Pedro el año pasado, durante la audiencia general de los miércoles: «Escuché historias de ancianos que se sacrifican por los demás», dijo Jorge Mario Bergoglio, «ytambién historias de parejas, de matrimonios que vienen y nos dicen: hoy cumplimos cincuenta años, sesenta. Y yo digo: “Enséñenles a los jóvenes que se cansan muy rápido el testimonio de los ancianos en la fidelidad”. En esta plaza había muchos ese día. Es una refleción que tenemos que seguir, en ámbito eclesial y civil». El Papa después puso el ejemplo de los profetas Simeón y Ana, que reconocen a Jesús en el Templo: «Eran ancianos; el viejo Simeón y la profetisa Ana, que tenía 84 años. No escondía la edad esta mujer», anotó Bergoglio. «Veamos a Benedicto XVI, que eligió pasar en la oración y en la escucha de Dios el último periodo de su vida: esto es hermoso».

Un «gran creyente del siglo pasado, de tradición ortodoxa, Olivier Clément», continuó el Papa, «decía: “Una civilización en la que ya no se reza es una civilización en la que la vejez ya no tiene sentido”. Esto es aterrador, nosotros necesitamos, antes que nada, a los ancianos que rezan, porque la vejez nos ha sido dada para esto. Nosotros –prosiguió Francisco– podemos agradecer al Señor por los beneficios recibidos, y llevar el vacío de la ingratitud que lo rodea. Podemos interceder por las expectativas de las nuevas generaciones y dar dignidad a la memoria y a los sacrificios de las pasadas. Nosotros, los ancianos, podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es árida. Podemos decir a los jóvenes temorosos que la angustia por el futuro puede ser derrotada. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos que hay más alegría en dar que en recibir». Además, subrayó el Papa, «la alabanza y la súplica a Dios previenen el endurecimiento de los corazones en el resentimiento y en el egoísmo. ¡Qué es feo el cinismo de un anciano que perdió el sentido de su testimonio, desprecia a los jóvenes y no comunica una sabiduría de vida! Por el contrario, ¡cómo es hermoso el ánimo que el anciano logra transmitir al jóven que busca el sentido de la fe y de la vida! Esta es la verdadera misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las palabras de los abuelos tienen algo especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. Las palabras que mi abuela me dio por escrito el día de mi ordenación sacerdotal –recordó el Papa argentino– todavía las llevo conmigo, siempre en el breviario: lo leo a menudo, me hace bien. ¡Cómo quisiera una Iglesia que desafía a la cultura del descarte con la alegría de un nuevo abrazo entre jóvenes y ancianos! Y esto es lo que hoy pido al Señor, este abrazo».

«En este mes – dijo el Papa al final de la audiencia – recordamos el quinto centenario del nacimiento en Ávila de Santa Teresa de Jesús. Que su vigor espiritual los estimule a ustedes, queridos jóvenes, a testimoniar con alegría la fe en sus vidas. Que su confianza en Cristo Salvador  los sostenga a ustedes, queridos enfermos, en los momentos de mayor desaliento. Y que su infatigable apostolado los invite a ustedes, recién casados, a poner en el centro a Cristo en sus hogares conyugales».

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