Francisco, el Papa metafísico

Francisco, el Papa metafísico

La Resurrección de Cristo nos recuerda que siempre hay espacio para la renovación, la transformación y la esperanza, como afirma el santo padre. Un análisis de una dimensión poco explorada: su pensamiento filosófico.

En marzo de 2023, en la residencia de Santa Marta, tuve la oportunidad de mantener un extenso reportaje con el papa Francisco. En ese diálogo, que ahora decidimos recuperar para esta columna, emergió una dimensión poco explorada en las entrevistas al sumo pontífice: su pensamiento metafísico.

Normalmente se le pregunta sobre la actualidad, los problemas cotidianos, cuestiones de género, su relación con el peronismo o con tal o cual presidente. Acá vamos a rescatar al filósofo, el metafísico Pontífice.

En su filosofía se encuentran muchos de los fundamentos que explican la grandeza de su figura, su particular manera de conducir a la iglesia y, en definitiva, el material que lo convirtió en un líder indiscutido de nuestro tiempo, cuya influencia va mucho más allá del culto católico.

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Por el carácter de los temas que vamos a analizar, y en el marco de estas pascuas, abrimos esta columna de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3) con la canción Génesis, de Vox Dei.

El papa Francisco visitó el Jueves Santo a los presos en Regina Coeli

Lo que subyace en las concepciones teológicas y filosóficas del Papa es una fe que no busca encerrarse en la autosuficiencia doctrinal, sino abrirse a los procesos, a las preguntas y a la tensión dinámica de lo humano.

Comencemos por el principio: el génesis. Yo le pregunté sobre el Big Bang, y el Papa Francisco explicó: “Dios no creó todas las cosas perfectas”. “Lo primero es que hubo una creación, eso es clave. Fue algo que empezó. El libro del Génesis no fue lo primero que se escribió en la Biblia. Primero fue el Éxodo de la experiencia de la liberación de Israel”, dijo.

“Después miró hacia atrás y se preguntó: ‘¿Cómo empezaron las cosas?’. Es un lenguaje mítico, pero en el sentido no de supersticioso, sino de mito como conocimiento. El mito es una manera de conocimiento también”, continúo, y agregó que lo interesante del lenguaje bíblico no es si “esto empezó así”, sino que hubo ”desarrollo en la creación”.

“Hay una memoria anacrónica que vuelve cuando Dios creó. No creó todas las cosas perfectas, lo creó en un proceso. Y es lo mismo que nos dice la Biblia, pues esos siete días son simbólicos de todo un proceso de siglos. Pero es una relectura a través de la historia de Israel, y es una relectura de lo que sería la salvación humana: desde el caos al cosmos”, sostuvo el papa.

Escuchar al Papa hablar de la creación como un “proceso” y del mito como forma de conocimiento es observar una teología que no teme al lenguaje de la ciencia. Lo que dice Francisco se inscribe en una línea de pensamiento de Santo Tomás de Aquino, para quien la narración de los días de creación no debe entenderse como una descripción literal de eventos temporales, sino como una forma de expresar la actividad creadora de Dios. Un tiempo litúrgico, dice el Papa.

También recuerda al sacerdote jesuita francés Teilhard de Chardin, que además de ser paleontólogo, buscó una síntesis entre evolución y teología, desarrollando un punto de vista del universo como un proceso evolutivo continuo, desde la materia inerte hasta la conciencia y la espiritualidad.

Entrevista de Jorge Fontevecchia al Papa Francisco.

Pero Francisco además coloca el mito bíblico como memoria que se vuelve a narrar desde la experiencia del pueblo liberado. La creación es una historia que se cuenta desde el deseo de entender el origen a través de los ojos del pueblo de Dios. En ese viaje del “caos al cosmos” hay también una clave ética: es una tarea humana en marcha.

Ahora, analicemos un fragmento en el que se explora la preeminencia del tiempo sobre el espacio. “Cuando se quisieron hacer procesos en los espacios, ahí se fijó la historia y se llegó al fracaso”, dijo el Sumo Pontífice.

Ante la consulta sobre la idea del Papa de que el tiempo es superior al espacio, Francisco respondió: “Son cuatro principios: la realidad es superior a la idea, el todo es superior a la parte, el tiempo es superior al espacio, y un cuarto que ahora no recurso. Son cuatro principios que de alguna manera son los que pautan la vida humana”.

A su vez, señaló que coloca al tiempo superior al espacio porque “los procesos se dan el tiempo no en el espacio y cuando se quisieran hacer procesos en los espacios ahí se fijó la historia y se llevó al fracaso”. “Esto es una interpretación mía, pero los totalitarismos graves que hemos vivido quisieron encerrar el tiempo en un espacio. El nazismo, por ejemplo, quiso encerrar el tiempo en el espacio”, agregó.

El cuarto principio que no le salía es “la unidad prevalece sobre el conflicto”. Estos cuatro principios son maravillosos: el tiempo es superior al espacio, la realidad es superior a la idea, el todo es superior a la parte y la unidad prevalece sobre el conflicto.

En una lectura kantiana, tiempo y espacio son condiciones a priori de experiencia humana. Francisco subvierte ese orden y jerarquiza el tiempo, porque en él habita el cambio. El espacio puede volverse control, límite, frontera. El tiempo, en cambio, permite que lo humano se despliegue.

La denuncia de los totalitarismos es muy sugerente: toda ideología que congela la historia en una imagen fija —una raza, una patria, una verdad absoluta— termina por clausurar el tiempo y con él, la libertad.

Repasemos ahora sus palabras acerca del infierno: “El infierno no es un lugar, el infierno es un estado”. “Si uno va a la Capilla Sixtina y ve el Juicio Final, y la cara de los que van al infierno, se asusta. Si uno lee a Dante, se asusta, pero son representaciones. El infierno es un estado”, explicó.

Además, afirmó que hay gente que vive en un infierno continuamente. “No lo digo por la gente que sufre, sino por aquellos que se hacen un mundo de autorreferencialidad, malo, enfermizo, y terminan viviendo en un infierno. El infierno es un estado del corazón, del alma, una postura frente a la vida, a los valores, a la familia, a todo”, añadió.

“Si uno pregunta cuánta gente hay en el infierno, yo le contesto con una escultura famosa de la catedral de Vézelay. En la escultura está Judas ahorcado y el diablo tirando para abajo. Y del otro lado tienen algún pastor, a Jesús, que agarra a Judas y se lo llevaba a babuchas, con una sonrisa irónica”, declaró el Papa, y aseguró que “la salvación es más fuerte que la condenación”. “La misericordia de Dios está siempre a nuestro lado, y lo que Dios quiere es estar siempre con su gente, con sus hijos, y no que se le vayan”, afirmó.

Para Francisco el infierno no se trata del fuego eterno de los frescos renacentistas ni de los círculos dantescos que nos aterrorizaron en la adolescencia, cuando muchos leímos por primera vez esos textos. Francisco redefine el infierno como un estado del alma, que lejos de venir después de la muerte, se anticipa en la vida cuando alguien se encierra en su propio ego y en su propia oscuridad.

El encuentro de Jorge Fontevecchia y el Papa Francisco en el Vaticano.

Podríamos decir que es una lectura similar a la del filósofo danés Søren Kierkegaard. Para él, el infierno no es un lugar físico sino una condición existencial que se manifiesta como la desesperación y la incapacidad de "ser uno mismo" ante Dios.

Francisco, con la anécdota de Judas, interpela el fondo de la doctrina: ¿puede salvarse incluso el traidor por excelencia? La pregunta implícita es si Dios podría abandonar a uno solo de sus hijos. Y su respuesta es que la salvación y la condenación no son dicotomías equidistantes, la salvación es más poderosa.

En otra parte del reportaje, Francisco explicó: “La armonía es algo que va más allá de la suma de las partes”. “El trabajo del Papa con la Iglesia, y de un obispo con la diócesis, es armonizar”, agregó, y colocó como ejemplo el “barullo” que arma el Espíritu Santo en la mañana de Pentecostés. “Las diversas tensiones de la Iglesia tienen que ser armonizadas según la gracia del Espíritu Santo”, aseguró.

“La mejor definición que escuché del Espíritu Santo es la que da San Basilio: “Él es la armonía”. Y la armonía no es ni el promedio, ni la suma. Es algo que va más allá de la suma de las partes”, continuó.

La imagen de Pentecostés, celebración cristiana que conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles de Jesús, ese “barullo bárbaro” que menciona con tono casi literario, remite también a una Iglesia en ebullición tras los cambios de época y las reformas que el propio Francisco viene introduciendo. El Espíritu Santo —dice Francisco— no trae orden a partir del silencio, sino del conflicto.

En un tiempo como el actual, de polarización y tensión política, esta visión tiene una importante enseñanza para dejarnos: no hay comunidad sin conflicto, pero tampoco hay comunidad sin una instancia superior que lo armonice. Una armonía viva de la polis diversa.

¿Cuál es, para el Papa, la concepción de la verdad? En este caso, usamos el ejemplo de un fragmento de la entrevista en el que el Papa habla de la dificultad de elegir cardenales. Sobre la verdad, dijo: “Depende de dónde se pone uno para observar la cosa. Cuál es tu actitud interior, tu filosofía interior, tus convicciones interiores con las cuales ves la realidad y la juzgás”.

Al ser consultado sobre una discusión respecto a la subjetividad, en la que se decía que sólo Dios puede ver desde todos los lugares, Francisco hizo referencia a la dificultad de nombrar cardinales. “Cuando uno nombra un cardenal, balancea un poco su rol y su trabajo en la Iglesia hoy. Si uno piensa en un hombre que está fuera del espacio, fuera del tiempo, o un poco retrasado, ¿para qué vamos a elegirlo? Pobre hombre, va a sufrir y no va a dar. De nuevo, la tentación del “interismo”, explicó.

Francisco articula una concepción de la verdad no como una pieza que encaja, sino como un proceso que se despliega y se aproxima a la perfección. Más que la rigidez doctrinal, Francisco defiende una verdad que se mueve y va evolucionando.

Toda mirada humana siempre es parcial, toda percepción está condicionada por la posición del observador. No se niega que haya verdad, pero se advierte que se revela en movimiento, en diálogo, y que se perfecciona con el tiempo.

Algo similar planteó Santo Tomás de Aquino, que distinguió la verdad divina, eterna e inmutable, de la verdad humana, que puede progresar en su comprensión. Tomás sostuvo que, aunque la verdad en sí no cambia, nuestra comprensión de ella va perfeccionándose con el tiempo.

Francisco advierte sobre el peligro de convertir la verdad humana en una estructura inmóvil, desactualizada, incapaz de dialogar con el presente. Esa ética la lleva a la elección de cardenales: no se trata de escoger al más puro ni al más ortodoxo, sino al que puede.

“Un ateo que busca sinceramente no está afuera, está caminando”, afirmó en otro momento del reportaje, y dijo: “Está buscando sinceramente el sentido de la vida. Y un cristiano que no busca es un estancado. No te olvides que el agua estancada es la primera que se corrompe. Y cuando un cristiano se estanca, ¡qué podredumbre hay!”.

El Papa con Fontevecchia: Identidad

Un ateo que busca, dice, “no está fuera”. Y un cristiano que no busca, “se corrompe”. El principio aquí no es la fe confesada, sino la honestidad existencial, la apertura a una verdad que se intuye más allá de uno mismo. Recuerda a aquella sentencia de Jesús en el Evangelio de Mateo: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos”.

Francisco señala un peligro inherente en quienes se conforman con una fe estática, formal, sin la capacidad de cuestionarse o de renovarse continuamente. “El cristiano que no busca se corrompe”, declaró.

Analicemos, por último, una reflexión del papa sobre la finitud de la vida humana. “Me vivo a mí mismo: ‘Te queda poco, aprovechá. Hacé lo que tenés que hacer ahora’. Porque llegar a mi edad y estar bien es una gracia, pero no sé hasta cuándo durará”, reflexionó.

“También ayuda no eternizarse en el pensamiento, porque hay gente que se cree que tiene comprado el pasado, el presente, el futuro… y no, es una tentación. Saber que el día de mañana tengo que dejar esto e ir para otro lado es la ley de la vida”, dijo Francisco.

Hay en Francisco una actitud de aceptación serena hacia la temporalidad de la vida. Ya pasaron dos años, y él hablaba de “estar bien”. Al reconocer que su tiempo es limitado, nos invita a vivir con urgencia y propósito, sin caer en la tentación de creer que se tiene dominio sobre el pasado, el presente y el futuro. No nos aferremos a la ilusión de eternidad, vivamos con plena consciencia de nuestra transitoriedad y actuemos en función de esa realidad.

La Resurrección de Cristo, central en el tiempo litúrgico que estamos atravesando, las pascuas, nos recuerda que, aunque todo en la vida es temporal, siempre hay espacio para la renovación, la transformación y la esperanza.

Aprovechemos las profundas enseñanzas éticas y filosóficas de Francisco, y encontremos en ellas fundamentos para hacer una sociedad más justa, armoniosa y solidaria.

 

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