No es uno solo. Son varios los templos que se levantaron en el Tepeyac después del milagro de la propia imagen que la Madre de Dios dejo estampada en el poncho pobre de Juan Diego.
Porque lo que ella pedía es que se le construyera “una casita sagrada”, para consolar en su regazo a sus hijos heridos. Y los templos son varios porque sus hijos sufrientes fueron llegando cada vez más y su devoción cubrió el país, también América y el mundo de “guadalupanos”.
Con la peregrinación misionera a la misteriosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en México, del 12 al 17 de febrero de 2016, Francisco hizo mirar y revivir con él el encuentro de la Virgen con Juan Diego y su Pueblo. Pero también así, el Papa con su viaje, restaura y hace visible un templo que ya no se limita al Tepeyac y sus alrededores, sino que se extiende a toda la Iglesia y a todos los que en la religiosidad y piedad popular proclaman y veneran a la Virgen como Madre de Dios. Más que una “casita” es el templo espiritual de una familia muy grande; un inmenso “hospital de campaña”.
Así que, después de llenarse de la misericordiosa ternura Dios en el regazo de María en Guadalupe, Francisco salió hacia el sur de Méjico para llevar el abrigo del manto de “la Morenita”, como el techo de familia, a tantas etnias indígenas de Chiapas; pasando primero entre la gente que sufre una periferia cruda como la de Ecatepec. Desde ahí subió hacia el norte. Primero a Morelia, donde entre tantos males azota el narcotráfico. Para entrar después en Ciudad Juárez por la puerta de una cárcel, involucrarse en un encuentro con el mundo del trabajo y concluir con la celebración de la misa sobre el borde de la frontera México-USA, con miles de migrantes de los dos lados del río Bravo. Siempre llevando la ternura de la Madre de Dios por los heridos y sufrientes; predicando que lo más importante es la vida de las personas y que en este regazo de la fe del santo Pueblo fiel de Dios -que hace del mundo entero ésta “Casita sagrada” que la Virgen pide-, tenemos la gran oportunidad de la misericordia de Dios, “porque siempre hay una posibilidad de cambiar”. Siguiendo a Francisco en salida misionera, desde México, jesuita Guillermo Ortiz.
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