Francisco, ante la muerte de Scalfari: “Eugenio, amigo laico, me faltará hablar contigo”

Francisco, ante la muerte de Scalfari: “Eugenio, amigo laico, me faltará hablar contigo”

Francisco publica en La Repubblica un elogio fúnebre del fundador del diario italiano, el comunista Eugenio Scalfari, diciendo que echará de menos sus conversaciones, aunque a los católicos nos han procurado un sinfín de quebraderos de cabeza.

 

Reproducimos la carta del pontífice, traducida por Paolo Rodari, en el web Secretum Meum Mihi:

Me entristece el fallecimiento de Eugenio Scalfari, fundador del diario La Repubblica. En estas horas dolorosas estoy cerca de su familia, de sus seres queridos y de todos los que lo conocieron y trabajaron con él. Ha sido para mí un amigo fiel. Recuerdo que en nuestros encuentros en Casa Santa Marta me contaba cómo trataba de captar, indagando en la cotidianidad y el futuro a través de la meditación sobre las experiencias y sus grandes lecturas, el significado de la existencia y de la vida. Se profesaba no creyente, aunque en los años en que lo conocí también reflexioné profundamente sobre el significado de la fe. Siempre se interrogaba sobre la presencia de Dios, sobre las últimas cosas y sobre la vida después de esta vida.

Nuestras conversaciones fueron amenas e intensas, los minutos con él volaban salpicados por la serena confrontación de las respectivas opiniones y el compartir de nuestros pensamientos e ideas, y también por momentos de alegría.

Hablábamos de fe y laicidad, de cotidianidad y de los grandes horizontes de la humanidad del presente y del futuro, de las tinieblas que pueden envolver al hombre y de la luz divina que puede iluminar su camino. Lo recuerdo como un hombre de extraordinaria inteligencia y capacidad de escucha, perennemente en busca del sentido último de los acontecimientos, siempre ávido de conocimientos y de testimonios que pudieran enriquecer la comprensión de la modernidad.

Eugenio era un intelectual abierto a la contemporaneidad, valiente, transparente en la narración de sus temores, nunca nostálgico del pasado glorioso, sino proyectado hacia delante, con un dejo de desilusión pero también con grandes esperanzas de un mundo mejor. Y era entusiasta y enamorado de su trabajo de periodista. Ha dejado una huella imborrable en la vida de muchas personas, y ha trazado un camino profesional por el cual avanzan muchos de sus colaboradores y sucesores.

Al inicio de nuestros intercambios de cartas y llamadas telefónicas, y durante nuestras primeras conversaciones, me había manifestado su asombro por la elección de llamarme Francisco, y había querido entender bien las razones de mi decisión. Y luego, le intrigaba mucho mi trabajo como pastor de la Iglesia universal, y en ese sentido razonaba en voz alta y en sus artículos sobre el compromiso asumido por la Iglesia en el diálogo interreligioso y ecuménico, sobre el misterio del Señor, sobre Dios, fuente de paz y fuente de caminos de fraternidad concreta entre personas, naciones y pueblos.

Insistía en el valor decisivo —para nuestra sociedad y para la política— de las relaciones sinceras, fecundas y continuadas entre creyentes y no creyentes. Estaba fascinado con diversas cuestiones teológicas, como el misticismo en la religión católica y el pasaje del Génesis en el cual se dice que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios. Y de la composición y de las características de las poblaciones que habitarán la casa común en las próximas décadas.

De hoy en adelante conservaré en mi corazón el amable y precioso recuerdo de las conversaciones que tuve con Eugenio, que tuvieron lugar durante estos años de mi pontificado. Rezo por él y por el consuelo de quienes lo lloran.

Y encomiendo su alma a Dios, para la eternidad.

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