Firas al Kazaz, la joven promesa de los muecines de Al Aqsa en Jerusalén

Firas al Kazaz, la joven promesa de los muecines de Al Aqsa en Jerusalén

La tenue luz del día comienza a reflejarse en la Cúpula de la Roca. Los primeros fieles se despiertan con la cautivadora e hipnótica voz de Firas al Kazaz, el último de un linaje de muecines en Jerusalén que se remonta a más de 500 años.

El palestino de unos treinta años entona la llamada a la oración desde el minarete de Al Aqsa, situada en la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar santo del islam donde, según la tradición, Buraq, equino celeste guiado por el arcángel Gabriel, condujo al Profeta Muhammad (P y B) por su viaje nocturno de La Meca a Jerusalén.

"Allahu Akbar ("Dios es el más grande")...". Las primeras palabras de la 'adhan', la llamada a la oración, no tienen nada de abruptas o ásperas, al contrario, son dulces. La voz brilla e invita a una cita con el Altísimo.

Las primeras palabras árabes resuenan. Los muecines de otras mezquitas de Jerusalén le siguen, y sus voces retumban en los valles de alrededor, más o menos al unísono, como si la tierra vibrara a coro por este llamado a Dios.

La Ciudad Vieja de Jerusalén, centro del monoteísmo donde musulmanes, cristianos y judíos tienen sus barrios, se pone poco a poco en marcha.

En el momento actual de confinamiento y del cierre de los lugares de culto debido a la pandemia del nuevo coronavirus, la voz de los muecines está más presente que nunca quizás desde hace casi un siglo en Jerusalén.

- "Honor de Dios" -

A mediodía, no se oyen las bocinas de los coches, ni las peleas entre vecinos o las charlas en los cafés: solo el trémolo de los muecines que se mezcla con el canto de los pájaros o el tañido de las campanas de las iglesias.

En tiempos normales, después de la adhan, Firas al Kazaz recorre las calles empedradas lustradas por los pasos de antepasados.

El hombre, que alterna el apretón de manos a uno, el "salam aleikum" a otro y la invitación a beber un café de cardamomo, tiene aires de dignatario. Pero con la pandemia, la ciudad parece un "fantasma", relata a la AFP el muecín más joven de Al Aqsa, que disfruta hablando en árabe clásico.

La familia Kazaz heredó el rol de voz de Al Aqsa en el siglo XV, bajo el reinado del sultán mameluco Qaitbey, mucho después de las Cruzadas, pero justo antes de que los otomanos se apoderaran de la Ciudad Santa. Desde entonces, los Kazaz son depositarios de este rol simbólico.

"Es un honor de Dios. Nuestra familia está bendecida con esta voz magnífica para llamar a la oración", dice Firas al Kazaz, con la espalda recta, en la residencia de un amigo a los pies de Al Aqsa.

De pequeño, Firas acompañaba a su padre a la mezquita, y aprendía a llamar a la oración y a recitar el Corán, con la esperanza de entrar también en la historia del templo azulado de cúpula dorada.

"Un día le dije a mi padre: 'Me gustaría hacer la llamada'. Él me respondió: '¡Adelante!'", cuenta. "Tenía 14 años... Ese día, hacía frío, había nieve, tenía miedo de que me escucharan, porque Al Aqsa tiene un aura", recuerda.

"Entonces llamé a la oración. El jefe del Waqf [autoridad que administra los lugares musulmanes] preguntó a mi padre: '¿Quién hizo la llamada?' Mi padre respondió: 'Mi hijo'. A lo cual el jefe del Waqf dijo: 'Su hijo tiene una voz muy bonita pero todavía es muy débil'", relata.

El joven Firas estudió en Dar al Quran al Kreem, un instituto privado, antes de perfeccionar su formación bajo los auspicios del maestro de la mezquita Al Azhar de El Cairo, jeque Mohamed al Masri.

- "Dejar huella" -

"El muecín debe llamar a la gente a la oración pero también debe dejar huella", explica Firas al Kazaz, que comparte Al Aqsa con otros muecines para poder descansar su voz.

"Hay muchos muecines, pero muy pocos logran producir un efecto. Por la mañana hay que tener una voz dulce pues el ambiente es de calma; por la noche hay que llamar a la oración como si arropáramos a la gente en su cama", matiza.

Arropar a los fieles o pedirles que permanezcan en sus casas. Desde hace un mes, los muecines de las grandes ciudades árabes invitan a los fieles a quedarse en casa, con el fin de evitar la propagación del nuevo coronavirus en las mezquitas.

Y para cuando llegue el ayuno sagrado musulmán del ramadán, Firas anhela que todo haya vuelto a la normalidad.

"Al final de la llamada a la oración ahora digo 'recen en sus casas' y eso me rompe el corazón... Pedimos a Dios que termine con esta calamidad, esta pandemia", concluye.

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