Los síntomas precursores del deshielo
por Nello Scavo
Haría falta la pluma del mejor John Le Carré para narrar el deshielo entre Estados Unidos y Cuba. Al principio, el proyecto del Papa Francisco de acercar ambos países no tenía muchas chances. No se trataba solo de sentar alrededor de la misma mesa a los hombres de Fidel Castro y de la Casa Blanca. Alcanzar un acuerdo significa cambiar para siempre el léxico en las relaciones diplomáticas entre Washington y el resto de las Américas. Desde Simón Bolívar hasta el Che Guevara, pasando por Castro y Chávez, el intento de tratar con Estados Unidos de igual a igual siempre fue una misión suicida, aún antes que imposible. Ningún líder, ningún país, jamás salió indemne. Golpes planificados por la CIA, restricciones económicas, homicidios políticos, intrigas, grupos paramilitares equipados por el Departamento de Estado. La historia de América Latina está entretejida de misterios.
Con profética audacia, jesuítica habilidad y esa “sana inconsciencia” que a veces él mismo evoca, el Papa Francisco se zambulló en la maraña. Pero a su manera. Primero había que vencer una cierta desconfianza estadounidense en su contra. No solo por las intenciones más o menos abiertamente manifestadas por el sucesor de Pedro. Sino por sus ideas sobre las relaciones de fuerza entre Estados Unidos y Sudamérica. Ideas expresadas en un librito casi imposible de encontrar pero que no había escapado a la intelligence estadounidense. Escrito por el padre Jorge Mario Bergoglio en 1998, comenta la histórica visita del Juan Pablo II a la madriguera de Fidel Castro.
Para comprender hasta qué punto EEUU tiene en cuenta las opiniones del Vaticano, es suficiente leer y analizar una nota reservada del 21 de enero de 2010 (tres años antes de la elección de Francisco), que resume una serie de encuentros con representantes de la Curia romana: “El hombre de referencia del Vaticano para Cuba, monseñor Accattino [que desde Washington llevó hasta 2011 los expedientes de algunos países como Cuba y El Salvador, nda], apoya el diálogo de la Unión Europea con Cuba, y ha dicho que Estados Unidos debería abstenerse de adoptar medidas unilaterales contra Cuba que solo le hacen el juego a los Castro –o a Chávez [el líder venezolano fallecido en 2013, nda]-, sobre todo en asuntos tales como la identificación de los cubanos como ciudadanos que producen especial preocupación en el transporte aéreo”. Y sigue diciendo: “El Vaticano teme que la desastrosa condición económica de la isla y la situación política puedan desembocar en un derramamiento de sangre”. En otro encuentro, un funcionario de la Santa Sede recomienda que Estados Unidos “haga todo lo posible para garantizar tarifas telefónicas a bajo costo para los cubanos que llaman a USA”.
El marco de referencia es claro: al Vaticano no le gusta la rígida política de embargo económico con la que Estados Unidos asfixia a Cuba desde hace medio siglo. Además, es una manera de proceder que, por una parte ha penalizado fuertemente a la población, y por otra no le ha impedido a Fidel Castro envejecer en el trono y entregar el cetro a su hermano Raúl de casi ochenta años.
Aproximadamente el 70 por ciento de los cubanos ha nacido durante el embargo, pero solo una mínima parte cree todavía en la idea de la “isla asediada” que sustenta la política cubana. Por ejemplo, solo el 8 por ciento de la población está convencido de que los crónicos problemas de infraestructura de las telecomunicaciones y del acceso a internet se deben a los efectos del bloqueo. Por otra parte, se calcula que en cincuenta años las sanciones impuestas por las administraciones Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush Sr., Clinton, Bush Jr. y Obama le han ocasionado a Cuba pérdidas superiores a los 104 mil millones de dólares: suficiente para alimentar la isla durante diez años. Entre mayo de 2009 y abril de 2010 se registraron pérdidas que rozaron los 15,2 millones de dólares solo en el sector de la salud.
En la época del cablegrama, Jorge Mario Bergoglio estaba muy lejos de imaginar su futuro como Papa Francisco. Pero eso no impedía que Estados Unidos se preocupara: el hecho de que algunos representantes de la Iglesia católica sudamericana, aún sin manifestar simpatías socialistas, hubieran expresado su disenso respecto de las políticas norteamericanas para la recalcitrante isla caribeña, ya era de por sí bastante inquietante.
Los oidos siempre atentos de la intelligence USA no dejan pasar ni el mas mínimo suspiro que de alguna manera pueda interferir en la influencia de Washington en América Latina. Especialmente después de la histórica visita de Juan Pablo II a Cuba, del 26 al 28 de enero de 1998. En esa oportunidad el jesuita Bergoglio de 62 años, que era obispo coadjutor de Buenos Aires, había solicitado la visa a las autoridades cubanas. Sin embargo, durante los tres días que Wojtyla estuvo en el Caribe nadie vio al padre Jorge. Por razones que nunca se supieron, el futuro Papa no llegó a La Habana. Pero eso no impidió que el obispo jesuita se formara una idea muy clara y, como veremos, decisiva para lo que ocurriría casi veinte años después.
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