Los descartados del Papa Francisco

Los descartados del Papa Francisco

Lo que no se hace puede tener tanta relevancia y peso como lo que se hace, y Su Santidad tiene ya larga experiencia de lanzar mensajes con su silencio. En su día fueron los cardenales de los Dubia, de los que los dos supervivientes aún esperan respuesta; hoy les toca a Estados Unidos -en la figura de su ministro de Exteriores, el secretario de Estado Mike Pompeo- y al cardenal chino Zen.

 

Los ‘descartados’ son protagonistas de incontables mensajes de este Papa; de hecho, él mismo ha impuesto la palabra para un concepto que antes se designaba con las de marginados, preferentemente. Pero en los últimos días se acumulan los personajes de algún renombre que han sido literalmente descartados por Su Santidad.

Hemos hablado de muchos otros a lo largo de este pontificado, que han encontrado un muro de silencio en torno al Santo Padre. Pero estos últimos días rompen algún tipo de récord. En cosa de horas, Francisco se ha deshecho de uno de sus más fieles peones, al que había encumbrado previamente, Angelo Becciu, nombrado por él mismo cardenal y prefecto para las Causas de los Santos. Ha renunciado a la congregación que dirigía y a los derechos anexos al cardenalato en cosa de horas.

La sorpresa no solo ha venido de lo fulminante de su caída, sino de las circunstancias que la rodean. Becciu ha sido el brazo ejecutor de Su Santidad en varias operaciones no del todo agradables, como la de poner patas arriba la Soberana Orden de Malta que, para muchos, dejó de ser soberana en cuanto Becciu acabó el trabajo. Y es solo un botón de muestra.

Por otra parte, no es como si la implicación de Becciu en turbios manejos financieros fuera noticia de última hora, o como si la fama de ‘expeditivo’ en los asuntos de dinero no hubiera acompañado al defenestrado desde hace años. Si no fuera la Curia y estuviéramos en Norteamérica, estaríamos tentados de decir que Becciu ha hecho el papel de ‘fall guy’, del tipo al que se deja caer, que se entrega a la chusma airada para salvar al ‘jefe’. Como dijimos el viernes, el hecho de que la desagradable audiencia tuviera lugar solo horas antes de un reportaje denuncia en L’Espresso difícilmente será casual.

Otro personaje descartado con absoluta publicidad es Mike Pompeo, el secretario de Estado norteamericano, que viajará a Roma. Naturalmente, negarse a ver a un ministro de Exteriores que visita tu propia ciudad no es un desaire hecho al hombre, sino a lo que representa. En este caso, a Estados Unidos, una superpotencia económica también considerable para la Iglesia.

La bofetada es demasiado obvia, y la cara a la que está destinada, también. Pero lo peor es que no estamos ante un pontífice recluido y misantrópico, poco ducho en la liza política. Por el contrario, a menudo suena más como un líder político que como un pastor, y su gestión de las sonrisas y los gestos es inmejorablemente precisa. Lo que está descartando es, en fin, la democracia liberal occidental, para ponerle ojitos a la tiranía china, con la que se apresta a ratificar pactos secretos que escandalizan a muchos.

Por ejemplo, al cardenal Joseph Zen. Zen es arzobispo emérito de Hong Kong, tan chino como Xi Jinping, y conoce el paño como pocos. Lleva desde que se anunciaron los pactos advirtiendo que de los comunistas, ni agua, y desde entonces no ha hecho otra cosa que comprobar cómo se iban cumpliendo sus peores augurios. Ahora Zen, octogenario, ha volado a Roma desde el otro lado del mundo para tener unas palabras con el Santo Padre, pero no le han respondido de Santa Marta ni para negarle una audiencia. Viaje en balde.

Becciu molesta porque sus trapacerías ponen de manifiesto que el mandato que tenía el Papa al llegar al solio pontificio, poner un poco de orden en el desbarajuste financiero, no solo no se ha cumplido, sino que ha dejado que la situación empeore.

Pompeo molesta porque le ha implorado que no renueve el pacto con los chinos, pero no solo. Al Papa no le gusta Estados Unidos. Ya tuvo en su día, en una de esas conferencias de prensa en vuelo, un comentario despectivo hacia el país del que se disculparon -por vía de clarificación no pedida- otros en el Vaticano.

Y Zen molesta porque es chino y su voz chirría cuando pone el dedo en la llaga, porque a él no se le puede decir que no sabe de qué está hablando, que Pekín es digno de confianza y que los fieles chinos están encantados con los acuerdos. Zen es molesto como testimonio andante, como testigo de cargo.

Al final, todos tenemos a nuestros descartados, mientras la tentación es señalar a los descartados de los otros. Pero estos, a diferencia de los tan frecuentemente citados por el Santo Padre, tienen cara, nombre y apellidos.

 

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