Dedicación del Templo de la Parroquia de Pinamar.

Dedicación del Templo de la Parroquia de Pinamar.

En una ceremonia religiosa presidida por el obispo de Mar del Plata, Mons. Gabriel Mestre, se realizó dedicación del templo y consagración del altar de la parroquia Nuestra Señora de la Paz de Pinamar. Concelebró el párroco Marcelo Panebianco junto a sacerdotes de la diócesis y miembros de la comunidad.

 

Homilía del padre Obispo.

Queridas hermanas y queridos hermanos: La alegría y el espíritu de fiesta son un signo distintivo de nuestra fe. El evangelio que compartimos nos hace recibir con mucho entusiasmo, con María y como María, el “Alégrate” de Dios que transmite el Ángel (cf. Lc 1,28). Este gozo, esta alegría hoy se hace presente de modo particular en la celebración de la dedicación de este templo.

Felicito y agradezco de corazón al padre Marcelo Panebianco y a la comunidad que él pastorea como párroco, por el empeño y las energías puestas al servicio de la vivencia de la fe en la liturgia de la Iglesia.

A la luz de las lecturas bíblicas y la advocación mariana de este templo, propongo para meditar tres breves puntos sintetizados en tres palabras: CONSAGRAR, PUEBLO, PAZ.

CONSAGRAR a DiosLa centralidad del PUEBLOLa PAZ como fruto del culto nuevoCONSAGRAR a Dios Uno de los verbos dominantes en el universo semántico de la primera lectura es CONSAGRAR (cf. Neh 8,2-4a.5-6.8-10). La raíz hebrea qadosh marca lo esencial de lo que hoy vamos a realizar. CONSAGRAR, dedicar, ofrecer, destinar de forma estable para el culto a Dios. En este verbo, CONSAGRAR, referido a la dedicación del templo existe algo permanente y algo dinámico. Lo permanente queda definido por el ofrecimiento absoluto a Dios y al culto divino. Este edificio es para Dios y para la alabanza de su nombre, con este espíritu lo CONSAGRAMOS, lo dedicamos. También descubrimos en este CONSAGRAR un sentido dinámico. Revisando la historia de las dedicaciones de los templos en la liturgia de la Iglesia, descubrimos la infinidad de formas, ritos y expresiones que se han ido dando a lo largo del tiempo. Algunas permanecen, otras se han suprimido, en otros casos se han asimilado y amalgamado. ¡Qué bello poder contemplar así el dinamismo de la liturgia de la Iglesia que nunca ha sido y nunca será monolítica! Siempre participará de ese dinamismo propio de la historia y de los cambios culturales para ser fiel a sensibilidad de las personas de cada tiempo. CONSAGRAMOS este templo de forma permanente y estable ante un Dios que es sólido y firme, que es “amén, amén” como la asamblea proclama en el texto de Nehemías. Sin embargo, CONSAGRAMOS este templo de forma permanente y estable para una liturgia viva, dinámica, inculturada y abierta, que siempre acompaña el dinamismo de la encarnación de nuestra fe que mira a Dios y a la humanidad como parte de un único misterio. El Papa Benedicto XVI entendió muy bien este dinamismo litúrgico cultural, no estático, no anclado a un solo tiempo y formato. Esto lo expresa de forma exquisita en 2010 cuando dedica, nada más y nada menos que la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona. Cito parte de su homilía: Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros…: el libro de la naturaleza, el libro de la Escritura y el libro de la liturgia. Así unió la realidad del mundo y la historia de la salvación, tal como nos es narrada en la Biblia y actualizada en la liturgia. Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De este modo, colaboró genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo. E hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres. ¡Qué profundas y actuales palabras las del Papa Emérito, que nos hacen entender que la liturgia nunca puede estar escindida de la realidad temporal que la rodea, ni del mundo, ni de la historia! En este espíritu, en el que nos enseña la Palabra y nos recuerda el Papa Benedicto, CONSAGRAMOS este templo: en la firmeza y solidez de nuestro Señor que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Heb 13,8); y a la vez, en la dinámica y vivacidad de nuestra liturgia abierta en todo momento a la sensibilidad de cada tiempo y de cada cultura, nunca cerrada sino siempre reformándose al pulso de los nuevos tiempos.

La centralidad del PUEBLO En el desarrollo de los diversos ritos de dedicación a lo largo del tiempo, en diversos lugares como Siria, la Galia, Bizancio, Maguncia y Roma, fue ganando cada vez más espacio la centralidad de la asamblea y el PUEBLO. La evolución de los ordos y los rituales de encenias lo muestran con bastante claridad. Esto queda de manifiesto también en la lectura de Nehemías y las segundas lecturas del Nuevo Testamento que ofrece el rito renovado de la dedicación las iglesias. En la que hoy compartimos, la centralidad de la asamblea, es más que evidente: “Ustedes son el edificio de Dios… ustedes son ese templo” (1Co 3,9.17). En Nehemías la referencia a la asamblea queda mencionada en el hebreo qahal, que justamente significa “asamblea”. También se manifiesta en las dos referencias a “hombres y mujeres” y, sobre todo, en las ocho veces que aparece la palabra PUEBLO traduciendo el hebreo ‘am. La centralidad de Dios en el día y el lugar consagrado, se hace presente para la asamblea, para el PUEBLO, para la comunidad. Es un PUEBLO consagrado y pecador que quiere interpretar y entender la Palabra de su Dios; un PUEBLO puesto de pie y que sigue con atención la lectura santa; un PUEBLO que escucha al ministro de Dios y responde “amén, amén” con fidelidad. Es un PUEBLO que está triste y que llora; un PUEBLO que se inclina y se postra delante de su Dios. Nosotros somos hoy este PUEBLO, con nuestra realidad y nuestra propia historia. Somos ese PUEBLO templo que da sentido al edificio templo que hoy consagramos. Consagramos la Iglesia a Dios, solo a Él le rendimos culto y homenaje eterno y permanente. Pero el templo es para el PUEBLO, porque el PUEBLO es templo de Dios.

San Bernardo nos decía a mediados del siglo XII: Hermanos, celebramos hoy una gran fiesta. Es la fiesta de la casa del Señor, del templo de Dios… Preguntémonos ahora: ¿qué puede ser la casa de Dios, su templo…? Lo digo con temor y respeto: somos nosotros. Sí, nosotros somos todo esto en el corazón de Dios. Lo somos por su gracia y no por nuestros méritos (Sermón 5 de la Dedicación). El santo abad y doctor de la Iglesia refuerza y nos ilustra sobre la centralidad del PUEBLO, de la asamblea, de la comunidad como templo.

Hoy consagramos a Dios este templo material de N.S. de la Paz, solo a Él lo dedicamos. Pero al servicio del PUEBLO templo que aquí se seguirá alimentando de la Eucaristía y seguirá renaciendo a la vida por el Bautismo y la Reconciliación. PUEBLO templo que encontrará en el Sagrario y en las imágenes la inspiración necesaria para continuar adelante en la evangelización, el servicio pastoral y de caridad para con todas las personas. ¡Gracias Señor por la consagración del templo edificio al servicio de tu PUEBLO que es templo!

La PAZ como fruto del culto nuevo La dedicación que hoy hacemos lleva un título mariano que nos conecta con el misterio de Cristo que es nuestra PAZ (cf. Ef 2,14). El Evangelio nos revela el corazón PACÍFICO de nuestra Madre que se abre al misterio de Dios y se trasforma en obediencia de esclava para cumplir la Palabra de PAZ de Dios en la historia. El prefacio litúrgico que compartiremos dentro de unos instantes nos muestra a María con su presencia materna que concibió en su seno virginal al Príncipe de la PAZ, Cristo, el Señor. También nos recuerda que, como madre fiel, estuvo firme junto a la cruz, donde su Hijo, para salvarnos, PACIFICÓ al universo con su sangre. El bello himno también destaca a la bienaventurada virgen María como discípula de la PAZ, que rezando con los apóstoles, esperó la promesa del Padre, el Espíritu de la PAZ, de la unidad, del amor y de la alegría. La teología del prefacio es clara y contundente: María es discípula de la PAZ porque participa de Cristo, su Hijo, que es nuestra PAZ, el Rey PACÍFICO y PACIFICADOR.

¡Cuánto necesitamos dejarnos tocar por la gracia de la PAZ de Cristo! ¡Cuánto para aprender de María N.S de la PAZ! Hoy, al consagrar el templo con esta bella advocación, somos invitados a revisar nuestra vida y detectar aquellos rincones donde no reina la PAZ. El resentimiento, el fracaso no digerido, las frustraciones no integradas, las ofensas recibidas y no perdonadas reclaman la fuerza de la PAZ de Cristo y la caricia de la PAZ de María. Para eso es necesario que nuestro culto madure y sea realmente un culto nuevo, un culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23). Un culto que toque las fibras más íntimas de nuestra vida; un culto que se aleje de todo ritualismo superficial y farisaico, formalista y exterior. Así, y solo así, seremos, por la gracia de Dios, artesanos e instrumentos de la PAZ en un mundo dividido y agrietado. Por eso, pidamos a Dios el don de vivir realmente un culto nuevo que nos vincule de corazón a corazón con Cristo nuestra PAZ, y nos haga vibrar con la delicada intercesión de María, N.S. de la PAZ.

Para concluir Hoy se actualiza la primera lectura, este es verdaderamente “un día consagrado a nuestro Señor” (Neh 8,10). Por eso estamos llenos de alegría, somos el pueblo templo que se renueva con la consagración del templo material para abrirse a la gracia de la paz de Cristo, cobijados siempre por la bienaventurada virgen María, N.S. de la Paz.

¡Amén, amén!

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