Una vasta red de publicaciones fue creciendo en los últimos años a la sombra de los campanarios. Con poco dinero y mucha creatividad
por Alver Metalli
La Habana
La redacción de Palabra Nueva sería igual a la de cualquier otra publicación del mundo si no estuviera enclavada en el histórico seminario de San Carlos, a pocos pasos de la catedral metropolitana, en el centro histórico de La Habana. Dos puertas más allá está Espacio Laical, una revista de la web que ha tenido altos y bajos, en el piso de abajo se encuentran el Centro Cultural Félix Varela y las augustas aulas del Instituto de Estudios Eclesiásticos recientemente creado, con balcones que asoman al espléndido claustro cuya construcción comenzaron los jesuitas en 1700 y se terminó poco antes de que fueran expulsados de los dominios del imperio español en 1767.
En este lugar, “la cuna de la nacionalidad, la casa donde vivieron los padres fundadores” -como recuerda el sacerdote Josvany Carvajal, rector del Centro Cultural- Orlando Márquez Hidalgo, arquitecto de profesión y periodista por vocación, pasa la mayor parte del día. Desde hace 23 años Márquez es la mente y el alma de la revista Palabra Nueva, 80 páginas de periodicidad mensual, con muchos colaboradores y no todos católicos: “algunos son militantes de la juventud comunista”, revela el arquitecto-director. Palabra Nueva se vende en las parroquias pero un cierto número de ejemplares llega a manos de los corresponsales extranjeros en Cuba y a los escritorios de los funcionarios de la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central de Partido Comunista, donde se le presta suma atención. Palabra Nueva es una revista de peso, la publicación con mayor tiraje en Cuba: “Sabemos que cada ejemplar es leído en promedio por 8 ó 10 personas”, explica Márquez. Desde que nació en 1992 expresa lo mejor del pensamiento católico. Pero en torno a la revista se coagulan también las energías eclesiales que están detrás del histórico acercamiento entre Estados Unidos y Cuba. Precisamente el director de Palabra Nueva fue quien comunicó al cardenal de La Habana la noticia del deshielo. “Era el día de la fiesta de San Lázaro”, cuenta Márquez. “Lo llamé y le comuniqué la liberación del prisionero norteamericano y los tres cubanos que estaban en Estados Unidos; él se alegró mucho”. La crónica telefónica fue siguiendo las alternativas: “Durante su viaje hacia el Santuario, le fui informando que Obama hablaría al mediodía, y después que Raúl Castro también haría una declaración pública a la misma hora”. Orlando Márquez pudo incluso anticiparle al purpurado cubano “las medidas que pondría en práctica Estados Unidos, que alguien me había mandado bajo embargo, como el restablecimiento de las relaciones diplomáticas”.
Márquez acaba de recibir el premio “Cruz Pro Ecclesia et Pontifice” de manos del cardenal Ortega, una condecoración que entrega la Santa Sede a personas que “se han destacado de manera notable en sus servicios a la Iglesia y al Papa”. Por otra parte, ha sido vocero y enviado del arzobispo de La Habana en diversas oportunidades, entre ellas el proceso de mediación para la liberación de presos políticos cubanos que comenzó el deshielo con Estados Unidos.
Pero Palabra Nueva no es una flor en el desierto del cambiante comunismo. Es la punta de diamante de una densa red de publicaciones católicas que nacieron como hongos en cada una de las quince provincias de la Isla. Una bocanada de aire fresco crecida en el silencio, un manantial de agua fresca bajo la superficie del oficialismo y sus dos diarios, Gramna y Juventud Rebelde, un semanario, Trabajadores, y una revista quincenal, Bohemia, todos con un tiraje prácticamente circunscripto al Partido Comunista Cubano y sus funcionarios. “Cuando triunfó la revolución había una decena de publicaciones católicas en Cuba, la mayoría pertenecientes a congregaciones religiosas”, recuerda Márquez. “La más famosa, La Quincena, que era de los franciscanos y tenía un contenido marcadamente social”, desapareció cuando llegó al poder el gobierno revolucionario. Pero el vacío no duró mucho tiempo. A fines de los años ’60 un sacerdote jesuita, Donato Cavero, comienza a imprimir una hoja que en poco tiempo –apoyada por los obispos- asume una proyección nacional. Nace el periódico dominical Vida Cristiana, con la liturgia del domingo, el santoral de la semana, algún comentario del director sobre el Evangelio y breves noticias sobre cuestiones de alcance nacional. Cerca de 40 mil ejemplares, preparados con mucha anticipación respecto a la fecha de aparición, para que pudiera llegar a tiempo a toda la isla.
En 1988 cobra vida en Santiago de Cuba Iglesia en marcha, de unas cuarenta páginas con frecuencia trimestral. En 1992 comienza a publicarse en La Habana Palabra Nueva, sobre las cenizas del boletín diocesano La voz del obispo. En 1994 aparece el primer número de Vitral, con reflexiones y comentarios, que depende de la arquidiócesis de Pinar del Río, seguido por el Boletín eclesiástico de la diócesis de Camagüey. En 1996 se funda la Unión Católica de Prensa de Cuba. Otras publicaciones católicas surgen en todas las diócesis del país, ya no dependientes de las congregaciones religiosas como antes de la revolución sino por impulso del clero nacional cubano. Programas religiosos asoman por primera vez en la rígida programación del sistema radiotelevisivo cubano, que siempre había estado cerrado para la Iglesia. El 8 de septiembre, fiesta de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, el día de Navidad, en Semana Santa y, desde hace algunos años, la transmisión del Via Crucis desde el Coliseo romano y los mensajes del Papa Urbi et Orbi.
Orlando Márquez es el único periodista católico que ha sido nombrado en tres ocasiones jefe de la oficina de prensa de la Santa Sede para una visita apostólica, la de Juan Pablo II, la de Benedicto XVI y la inminente de Francisco. No oculta su gran esperanza: “Nos han visitado dos Papas y nunca tuvimos entrevistas. Estamos publicando las que hicieron periodistas de otros países, como la entrevista del Papa al diario argentino La Voz del Pueblo o el largo diálogo con la periodista mexicana Valentina Alazraki. Nos merecemos una…
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