“Río Cuarto me exigirá más en lo intelectual por su nivel”

El designado obispo de la diócesis, Adolfo Uriona, recibió a un equipo periodístico de PUNTAL en Añatuya, una pequeña ciudad de grandes necesidades en la que vive hace más de 10 años. En un extenso reportaje, habló sobre los desafíos que imagina, sus inicios, la relación con Francisco, la droga, la pobreza y los divorciados

En su sencillo escritorio de Añatuya, en el sudeste de Santiago del Estero, a 687 kilómetros de Río Cuarto, el obispo electo, Adolfo Uriona, transitaba sus últimos días al frente de aquella diócesis y comenzaba a preparar su viaje hacia nuestra ciudad. A un costado de la mesa, el primer mensaje que daría a los fieles del sur de Córdoba vía telefónica, aprovechando la celebración del Día de la Virgen.

Sus vertiginosos días contrastaban con el contexto caluroso, lleno de necesidades y escaso movimiento. Le tocó vivir más de 10 años en el lugar de mayor pobreza del país y al que le costó adaptarse luego de vivir gran parte de su vida “en la pampa gringa”.

Ahora, un viaje de 8 horas lo llevará desde aquel mar de necesidades a uno de los puntos más ricos de la Argentina. No duda al asegurar que el contraste será importante y que requerirá un esfuerzo de adaptación extra. Asume formalmente el viernes.

Amable, sencillo, se predispone para una larga charla con un equipo periodístico de PUNTAL que viajó hasta Añatuya a entrevistarlo y a conocer el medio en el que se desempeñó en la última década.

Rápidamente relata que nació en Mar del Plata, el 27 de mayo de 1955, y apenas 7 años después ya supo que quería ser sacerdote. Nunca pensó en ser obispo, pero finalmente Bergoglio lo ordenó en 2004 y fue designado para el interior de Santiago del Estero, una de las provincias más postergadas del norte argentino.

“Mi familia materna era muy cristiana y vivía frente a un colegio y a una parroquia de la orden de Don Orione. Desde chico fui a ese colegio, al primario y al secundario. En la parroquia funcionaba un grupo de jóvenes que todavía sigue y que se formó en 1961 y yo me formé ahí. Le daba mucha importancia a la liturgia. En 1962, cuando fui por primera vez monaguillo, dije 'yo quiero ser cura'. Sentí el llamado de chiquito. Por supuesto que eso va creciendo con uno y la definición fue cuando terminé el secundario. En 1972 terminé el colegio y en enero de 1973 entré a la congregación de Don Orione. Hice mi formación en Buenos Aires y me ordené cura en Mar del Plata el 28 de junio de 1980, en la catedral, junto a otro compañero.

¿Y se quedó allí?

Siempre viví en Buenos Aires. Estudié en Claypole, después en San Miguel, en Villa Devoto, donde el padre Tucho -Víctor Manuel Fernández- fue rector ahí en la Facultad de Teología. Y a partir de ahí estuve como cura en la zona de Victoria, San Fernando, en el norte de Buenos Aires. Después mi vida transcurrió entre el colegio y la parroquia de ese lugar y el Seminario de la obra de Don Orione que está en San Miguel. Cuando estaba en el Seminario de Don Orione estudiando -porque estuve como estudiante, como vicario y luego como superior- lo conocí a (Jorge) Bergoglio, que vivía enfrente porque estaba en el Colegio Máximo de los jesuitas. Y venía a visitarnos seguido.

¿Qué era él en ese entonces?

En esa época era cura. Era provincial, después fue superior del Máximo, y después le perdí el rastro. Hasta que lo hicieron obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992. Y ahí volví a retomar la relación hasta ahora. Estuve mucho en colegios y parroquias y como formador muchos años de los seminaristas de la Obra de Don Orione, de la congregación. Y después fui provincial, que es superior mayor, durante seis años. Y la provincia abarcaba todas las casas que tenemos en Argentina, que son 24 comunidades complejas, 3 en Paraguay y 2 en México. Estuve entre 1997 y 2002.

¿Y luego?

Me fui a estudiar espiritualidad a Roma. Fui porque me gustaba. Luego me vuelvo porque mi madre estaba enferma, ella fallece 31 de enero de 2004 y el 20 de febrero el nuncio me dice que el Papa me pedía que fuera obispo de Añatuya. Ahí me pregunté ‘cómo se les había ocurrido’, porque yo era un cura común y corriente de la obra. Jamás había pensado en eso. Y menos para estos lugares de los que no conocía nada.

Habrá tenido que tomar hasta un mapa…

Sí, exacto, y la guía eclesiástica. Ver qué era. Añatuya era conocida por el obispo Jorge Gottau, porque él había inventado la Colecta Más por Menos y porque se sabía que era la diócesis más pobre del país.

¿O sea que lo que conocemos como Colecta Más por Menos tiene que ver con Añatuya y su situación?

Gattau la crea porque él iba a Alemania y allí hay colectas famosas que realizan católicos con las cuales ayudan a todo el Tercer Mundo desde hace más de 50 años.

¿Y cuando llegó a Añatuya pensó que eso podía ser una herramienta?

Cuando este obispo llega a Añatuya en 1961 en toda la diócesis no había un metro de asfalto. Era todo tierra y mucho rancho. Añatuya no tendría en ese momento ni 10 mil habitantes. Y cuando comenzó a recorrerla y ver la situación, se quiso morir. Por eso contó además que tuvo momentos de depresión incluso. Y lo que lo salva fue el Concilio Vaticano II. Porque al año siguiente fueron allí los obispos y se le acercaron los alemanes; uno de ellos era presidente de una de esas colectas famosas y le preguntó qué necesitaba. Y él, que no tenía casa donde vivir, le pidió un colegio. Fue lo primero que fundó, el Colegio San Alfonso. Luego vinieron a Añatuya a ver las obras y se dieron cuenta dónde vivía y le dijeron que se tenía que hacer una casa. Entonces construyó lo que es hoy la sede del Obispado. Ahí comenzó toda una relación con Alemania. Con ese modelo de colecta vino y se lo propuso al Episcopado argentino para las regiones más necesitadas.

¿Y lo aceptaron rápidamente?

No, no. Fue muy costoso porque tuvo mucha resistencia dentro del Episcopado. Pero en 1970 finalmente se larga la primera Colecta Más por Menos y de ahí fue creciendo y creciendo y hoy tiene un nombre más que importante. El fue el que lo puso en el Episcopado argentino cuando ya había cumplido nueve años en Añatuya.

Retomando, ¿qué pasó una vez que le comunicaron que de sacerdote pasaría a ser obispo de Añatuya?

Claro, primero tenía que ordenarme obispo. Me comunicaron la decisión el 20 de febrero y tuve que guardar secreto hasta el 4 de marzo en que sale publicado y comienzo todos los preparativos para mi ordenación. Me ordeno en el cottolengo de Claypole, que es el más grande que tiene la obra de Don Orione, ubicado en el sur del Gran Buenos Aires y donde hay 500 discapacitados. Es una ciudad, es impresionante.

Y quien lo ordena fue Jorge Bergoglio, al que volvió a cruzar...

Claro, me ordena el entonces cardenal Bergoglio. Y yo creo que si estoy en Añatuya es por su decisión y la de algunos otros. Pero básicamente creo que fue su responsabilidad, aunque nunca me dijo nada. Y desde 1992 hasta ahora, me vino acompañando. Cuando vine para Añatuya lo veía cada dos o tres meses pero siempre tuve su acompañamiento espiritual. Me ordenó el 8 de mayo y el 16 lo hacen santo a Don Orione en Italia; y el 29 asumo.

¿Y ahí qué comenzó para usted?

Comenzó mi vida misionera.

¿Cómo vivió esos primeros tiempos?

Fueron durísimos. Visitaba lugares y no podía creer lo que veía. Ir 80 kilómetros en muy malos caminos de tierra y encontrarse con gente que vivía en condiciones tan precarias, me hacía pensar ¿qué les podía dar yo?. Por eso insisto con lo de Gattau, que hizo una obra impresionante en la zona, y por eso lo llamamos el obispo de la promoción humana y social. Porque era un hombre muy espiritual, pero se dedicó y terminó haciendo de todo. Yo me siento un enano arriba de los hombros de un gigante que fue este obispo, que estuvo 31 años aquí, hasta que se jubiló a los 75. Después vino monseñor Antonio Baseotto, que estuvo 10 años hasta que lo nombraron vicario castrense.

¿Todas las dificultades enraizadas en esta región del país tienen vínculo con la inacción de otros actores? ¿Cómo es trabajar con otras instituciones en Añatuya?

Aquí no hay muchas ONG trabajando, recién están apareciendo ahora algunas. Pero antes era todo la Iglesia. Por otro lado, también el esquema sociopolítico fue siempre un esquema de asistencialismo. Y eso impidió que la gente se promoviera, lo que terminó provocando que siempre termine esperando la ayuda de un tercero: del Gobierno, la Iglesia u otro. Por eso crear un esquema de promoción cuesta un montón.

Hay una actitud pasiva y no activa para construir su propio destino...

Exacto. Rápidamente uno se da cuenta de eso y fue mi mayor obstáculo. También a nivel de Iglesia cuesta mucho el compromiso de los laicos. Están esperando que todo lo hagan el cura o las monjas. En Río Cuarto es muy distintos porque hay 27 movimientos. Acá no. Sumado a la realidad misionera de aquí, porque el cura tiene que hacer de todo, está ese otro aspecto que cuesta más.

Y el clientelismo se hace más importante en contextos así...

Claro.

¿Y la Iglesia qué puede hacer ante eso?

Ayudar a crear conciencia ciudadana, compromiso ciudadano, pero es muy difícil.

Es un camino largo....

Por eso el mayor trabajo que nosotros hicimos aquí fue en educación. Tenemos hoy 24 colegios de la diócesis. Y me tocó una etapa de transición de colegios llevados por curas o religiosos a los conducidos por laicos. Y nos costó, por eso mismo del compromiso.

La educación parece la base y el primer paso para ir a la raíz de esto...

Es la base. De hecho muchos chicos que estudian después se van. Y acá hay muchas familias de 8, 10 o 12 hijos y cuando pueden se van a buscar otros horizontes. Muchos se van a Córdoba.

No es tierra de oportunidades esta...

Por eso un médico no quiere venir, porque no le pagan bien. Entonces se quedan en Santiago, donde hay más oportunidades.

Y llegó después la noticia de Río Cuarto, ¿cómo la vivió?

Me dejó totalmente descolocado. Porque estábamos planeando cosas para el año que viene y de pronto este cambio de planes. Y la verdad es que me sorprendió realmente. De hecho fui a Buenos Aires por la Colecta y ahí me llamó al celular el nuncio para comunicarme la noticia. Cuando a uno le pasa algo así se le cambian todos los parámetros. Fue el 28 de octubre y el 4 de noviembre, luego de comunicar al Gobierno, que tiene que dar una suerte de aprobación, el trámite fue a Roma y se oficializó la designación.

¿Podía negarse?

Sí, el designado se puede negar a un traslado, pero tiene que tener fundamentos porque estamos bajo la obediencia. Incluso se puede negar a ser obispo.

¿Y qué pensó en ese momento?

No, fue como que no caí. Me volví a Añatuya y de a poco fui tomando conciencia porque me puse a averiguar todo lo que podía de Río Cuarto y la diócesis. Comencé a elaborar el informe de acá para el obispo que sea designado en mi lugar. Pero fue recién el 4 de noviembre, cuando se publicó, que me cayó la ficha. Fue cuando vi la reacción de la gente de Añatuya, que no lo podía creer. Además me llamó el padre Julio Estrada y estuvimos conversando. A los dos días teníamos la reunión de obispos en Buenos Aires y él tuvo el buen tino de llevar a los consultores, que son seis curas, con quienes estuvimos una hora y media. Al único que conocía era al padre Leone, que había estado misionando aquí.

Va a tener un contraste muy fuerte...

No tenga dudas. La pampa gringa es la zona más rica del país y Añatuya es la diócesis más pobre de Argentina.

¿Le genera inquietud enfrentar el contraste?

Me genera un poco de temor. Son otros desafíos. Yo era hasta ahora un obispo mendicante porque me pasaba buena parte de mi ministerio buscando recursos. Me iba todos los años a Europa a buscar recursos. Incluso a principios de enero en Pinamar se hace siempre una actividad para pedir recursos ahí, que es donde va gente pudiente. Y era necesario para sostener las innumerables obras que dependen del Obispado. En Río Cuarto eso no lo voy a tener.

¿Qué desafíos espera encontrar?

Por ejemplo, el 22 hay una celebración de la comunidad judía y la Iglesia de Río Cuarto participa. Yo nunca participé de diálogos ecuménicos ni interreligiosos. Y lógicamente que me gustó la idea y acepté. Diálogos con movimientos que para mí son nuevos también y que tendré que llevar adelante desde ahora. Tengo que aprenderlo y ojalá pueda. Como estilo yo siempre soy de acompañar a los curas. Pero en Río Cuarto son 90, muchos más de los que había acá. Soy de hacerlo personalmente. También voy a tener el Seminario. Allá está la Universidad con gente de mucho nivel intelectual. Pero voy como soy.

¿Y cómo es?

Simple, de naturaleza simple. Acá a la gente le llamaba la atención porque estaba en el supermercado, iba a la farmacia, caminando por la calle. Pero no es una careta, soy así.

Y eso no es una virtud. Y allá seguiré siendo así en la medida en que pueda y que me dejen las estructuras. Francisco es así y ese ejemplo hay que seguir. Iba a las villas en subte. No tengo ni la centésima inteligencia de él, pero en ese aspecto sí creo ser parecido. Y como persona creo ser más bien tímido y disfruto de la relación personal. Las multitudes no son un lugar donde me sienta más cómodo, aunque si tengo que estar no tengo problemas. Me gusta mucho también escuchar.

¿Se lo va a ver caminando?

Sí, sí. Espero que sí. Voy a tener 52 parroquias y acá tenía 23; y más de tres veces la población. Es realmente mucho más grande, pero igual espero caminar y andar.

Hablando de estructuras, ¿le inquieta encontrar ciertas estructuras más conservadoras en Río Cuarto?

No tanto. Porque yo estuve en Añatuya y dentro de la Iglesia acá las tuve. No me preocupa tanto eso. Sí me inquieta encontrar un nivel intelectual bueno, alto y que le van a exigir al obispo respuestas en ese sentido.

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