El criterio de la reforma según Bergoglio: «volver a lo esencial»

El criterio de la reforma según Bergoglio: «volver a lo esencial»

El discurso de 2015 a la Curia no es solo una lista de las 24 virtudes deseables en quienes trabajan en los Palacios Vaticanos. Papa Francisco sugirió con alusiones leves qué es lo que mueve y a qué tiende la tenaz preocupación por adecuar las dinámicas de la Iglesia al Evangelio

Por GIANNI VALENTE - ROMA

En el discurso a la Curia romana de diciembre de 2014, Papa Francisco hecho una ecografía de las 15 «enfermedades» que afectan la vida de los dicasterios vaticanos y representan “un peligro para cada cristiano y para cada curia, comunidad, congregación, parroquia, movimiento eclesial”. Un año después, frente a los curiales de 2015, el Sucesor de Pedro redacta el catálogo menos rígido de las 24 “virtudes necesarias” para quien ofrece su servicio en la Curia y también para todos los que “quieren hacer fértil su consagración y servicio a la Iglesia”. No es la vieja táctica de la zanahoria alternada a los palos. Ambos discursos representan un díptico. A pesar de ser distintos, están unidos por una trama tenaz de ecos internos. Y certifican la misma mirada sobre el corazón del misterio de la Iglesia.

 

Ya el año pasado, el Papa no se limitó a indicar la raíz y los síntomas de las patologías curiales: sugirió también los remedios. Después, casos y episodios “vaticanos” más o menos escandalosos, surgidos incluso recientemente, se ocuparon de confirmar que no es suficiente reconocer y analizar el mal para erradicarlo y hacerlo desaparecer “por decreto”.

 

También esta vez, en el discurso a la Curia de este 2015, Papa Francisco no se limitó a hacer una lista de buenos propósitos y de los hábitos virtuosos que hay que cultivar. Sabe por experiencia que no es suficiente conocer las virtudes para ejercerlas. Hablando con sus colaboradores, sugirió con alusiones leves de dónde puede florecer la tenaz solicitud para adecuar las dinámicas de la Iglesia al Evangelio de Cristo. Y también indicó los criterios para reconocer que se está yendo por buen camino.

 

El “manantial” al que se refiere Papa Francisco siempre es el mismo: la vida de gracia, experimentada y gozada en el don de la misericordia. Las mismas “resistencias, fatigas y caídas de las personas y de los ministros”, subrayó hablando a los curiales, son “oportunidades para volver a lo esencial” del “sensus Ecclesiae” y del “sensus fidei”. Por otro lado, todo el Año Santo de la Misericordia fue propuesto por él nuevamente como una simple ocasión a todos para volver a las fuentes, para abrirse “a la gratitud, a la conversión, a la renovación, a la penitencia y a la reconciliación”.

 

Según el Papa, adecuar la Iglesia a Cristo, purificarla de las manchas que empañan su rostro, es obra de Cristo mismo. La Iglesia vive, se renueva gracias al perdón que recibe de Él, en la constante, conciente expreriencia de “no poder hacer nada sin la gracia de Dios”. Pero en la experiencia cristiana, constatar que la salvación es un don gratuito (y no el resultado de los propios esfuerzos económicos, culturales o religiosos) no lleva a inmovilidad o a la pereza. El último discurso del Papa a la Curia está entretejido de una operosidad positiva, una disponibilidad a actuar con rapidez, sin dudas o repliegues.

 

Las 24 virtudes expuestas (desde la misionariedad hasta la determinación, desde la abundancia hasta la racionalidad) son otras tantas expresiones de esta operosidad eficaz. No expresan un esfuerzo de voluntad o una agitación presuntuosa, sino que pueden florecer de la que Papa Francisco llama la alegría del Evangelio. Si estamos llenos de alegría frente a lo que el Señor hace, sugiere Papa Bergoglio, no nos quedamos quietos. Nos ponemos en movimiento. De vez en cuando, según los casos, se trata de “actuar con voluntad determinada, con visión clara y con obediencia a Dios y solo por la ley suprema de «salus animarum»”, la salvación de las almas (virtud de la determinación). O bien, si estamos llamados a operar con rapidez mental “para comprender y afrontar las situaciones con sabiduría y creatividad” (virtud de la sagcidad). O tal vez, es necesario ejercer la virtud de la atención para “cuidar los detalles y ofrecer lo mejor de nosotros, y no bajar nunca la guardia sobre nuestros vicios y nuestras faltas”. Pero atentos, inmediatamente, como sugería San Vincenzo de Paoli, citado por Bergoglio, “de los que están al lado, de los que están preocupados y desorientados, de los que sufren sin mostrarlo, de los que se sienten aislados sin quererlo”.

Papa Francisco trata de ofrecer testimonio personal de esta rapidez que pone manos a la obra y de esta disposición al trabajo. Y los mismos rasgos aparecen impresos en el proceso de renovación que él está impulsando en la Curia. «La reforma seguirá adelante con determinación, lucidez y determinación», dijo a los curiales Bergoglio, porque «Ecclesia semper reformanda». Un recorrido sereno, sin suposiciones, que no parece puesto en jaque por las dificultades ni por los obstáculos.  Y este representa un indicio más de que para Francisco la reforma de la Iglesia no es el retiche de algún idealismo perfeccionista.

El actual Sucesor de Pedro no se cansa de repetir que la Iglesia está hecha de pecadores, y que no se «reforma» echando mano del arsenal envenenado de rigorismos moralistas. Para él, solamente la experiencia gratuita de la misericordia puede sugerir también qué hay que cambiar para que surja con mayor transparencia la naturaleza misma de la Iglesia, en vista de la misión a la que ha sido llamada. Que sea la misericordia, dijo a los miembros de la Curia, la que guíe «nuestros pasos», la que inspire «nuestras reformas» y la que ilumine «nuestras decisiones»: «la columna vertebral de nuestras acciones. Que la misericordia nos enseñe cuándo debemos seguir adelante y cuándo debemos retroceder un paso».

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